Cátedra, 2020. 320 páginas.
Tit. or. The scientific attitude. Trad. Rodrigo Neira.
Dudaba si sacar el libro en préstamo de la biblioteca porque llevo mucho tiempo defendiendo a la ciencia frente a la pseudociencia y me daba miedo de que no me contara nada nuevo. Por suerte no ha sido así, el libro se centra en el problema de la demarcación que como se afirma en el libro no sólo está lejos de estar resuelto, sino que es posible que no tenga solución. Curiosamente hace poco me vi envuelto en una discusión sobre este tema.
La duda alcanza incluso al llamado método científico sobre el que tampoco hay consenso aunque en general queda muy bien descrito por estas palabras de Feynman que aparecen en el libro:
En general, buscamos una nueva ley mediante el siguiente proceso: en primer lugar, conjeturamos. […] Luego calculamos las consecuencias de la conjetura para ver lo que […] implicaría. Y luego comparamos los resultados del cálculo con la naturaleza, o bien, decimos, con experimentos o experiencias, directamente con observaciones para ver si funcionan. Si no se ajusta al experimento, está mal. En esta afirmación tan sencilla radica la clave de la ciencia. No importa la belleza de tu conjetura, no importa cuán inteligente eres, quién formula la conjetura o cómo se llama. Si no se ajusta al experimento, está mal. Eso es todo.
Porque aunque el problema de la demarcación sea peliagudo lo cierto es que en la vida real no tenemos muchos problemas para distinguir ciencias de pseudociencias. O para detectar fraudes. Y sí, hay ciencias de frontera y engaños que burlan los mecanismos de control, pero por lo general a nadie le preocupa el criterio de demarcación y sí como pseudociencias como la homeopatía o los movimientos antivacunas van ganando adeptos en nuestra sociedad actual.
El autor no propone ninguna solución, salvo lo que él denomina la actitud científica, una manera de pensar crítica, abierta a nuevas evidencias, que busca los fallos de la propia teoría, es decir una especie de método científico convertido en rasgos de personalidad que a mí no es que me haya convencido demasiado. No porque no crea que esté en lo cierto, sino porque es tan difícil o más saber si alguien tiene esa actitud que en decidir si una disciplina es ciencia o no. Un ejemplo de esa actitud:
Lo que más me impresionó fue la clara afirmación de Einstein de que consideraría su teoría como insostenible si hubiera de fallar en ciertas comprobaciones. Así, escribió: «Si el desplazamiento al rojo de las líneas espectrales debido al potencial gravitacional no hubiera de existir, entonces la teoría general de la relatividad sería insostenible». He aquí una actitud totalmente diferente de la actitud dogmática de Marx, Freud, Adler y todavía más de la de sus seguidores. Einstein buscaba experimentos cruciales cuya coincidencia con sus predicciones de ninguna manera demostrara su teoría; en cambio, la no coincidencia, como fue el primero en recalcar, mostraría que su teoría es insostenible. Esta, considero, es la verdadera actitud científica. Es totalmente diferente de la actitud dogmática que a todas horas pretende encontrar «verificaciones» de sus teorías preferidas. Llegué así, a finales del 1919, a la conclusión de que la actitud científica era la actitud crítica, que no busca verificaciones, sino pruebas cruciales, pruebas que puedan refutar la teoría a la que se aplican, aunque nunca puedan demostrarla.
Yo siempre he creído que la potencia del método científico radica en que es simplemente un algoritmo que permite la autocorrección. Si lo transformamos en una actitud de poner a prueba tus propias teorías conseguimos el mismo efecto, aunque no creo que ganemos demasiado.
Pero cierto es que vivimos en un mundo en el que cada vez prima más el relato sobre los hechos y que nos cuesta distinguir las noticias falsas de las reales y los hechos científicos de los que no lo son. Un poco de actitud científica no nos vendría nada mal. Un sano escepticismo no filosófico sino científico:
Por lo general, los científicos no se dedican a recopilar únicamente los datos que respaldan su teoría, puesto que nadie más lo hará. Como dijo Popper, la mejor manera de aprender si una teoría es buena es someterla al mayor escrutinio crítico posible para ver si tiene fallos.
Hay un sentimiento de escepticismo hondamente arraigado en el trabajo científico. Lo que distingue a los científicos, sin embargo, es que, a diferencia de los filósofos, no se limitan a la razón; son capaces de poner a prueba sus teorías a la luz de la evidencia empírica24. Los científicos abrazan el escepticismo tanto reteniendo la creencia en una teoría mientras no haya sido puesta a prueba como tratando de adelantarse a cualquier deficiencia de su metodología. Según hemos visto, la duda por sí sola no basta cuando se realiza una investigación empírica; uno también tiene que permanecer abierto a nuevas ideas. Pero la duda es un comienzo. Al dudar, uno se asegura de que cualesquiera nuevas ideas pasen en primer lugar la prueba de nuestras facultades críticas.
¿Qué pasa con los científicos cuyo escepticismo les lleva a rechazar una teoría ampliamente respaldada —quizá porque piensen (o esperan) que hay una hipótesis alternativa que podría reemplazarla— pero sin evidencia empírica detrás de la idea de que la teoría actual es falsa o de que la suya es verdadera? En un sentido importante; dejan de ser científicos. No podemos valorar la verdad o la probabilidad de una teoría científica únicamente sobre la base de si «parece» correcta o encaja con nuestras intuiciones o preconcepciones ideológicas. Desear que algo sea verdad no es aceptable en ciencia. Nuestra teoría debe ser sometida a prueba.
Y es por eso por lo que creo que los negacionistas no pueden llamarse a sí mismos escépticos en ningún sentido adecuado de la palabra. El escepticismo filosófico es dudar de todo —proceda de la fe, la razón, la evidencia sensible o la intuición-— porque no podemos tener la certeza de que es verdadero. El escepticismo científico es retener la creencia sobre cuestiones empíricas porque la evidencia no nos permite cumplir con los exigentes estándares de justificación habituales en la ciencia. En contraste con esto, el negacionismo es rechazar creer algo —incluso frente a lo que la mayoría de los demás consideraría evidencia convincente— porque no queremos que sea verdadero. Los negacionistas pueden usar la duda, pero solo selectivamente. Los negacionistas tienen bastante claro lo que esperan que sea verdadero y pueden llegar a comprar razones para creerlo. Cuando alguien está en la agonía de la negación, puede asemejarse mucho a un escéptico. Alguien puede preguntarse cómo es posible que otros sean tan crédulos al pensar que algo como el cambio climático es «verdadero» antes de conocer todos los datos. Pero tanta mojigatería a propósito de una creencia particular que va más allá de la salvaguarda de los estándares consistentes de evidencia que son el sello distintivo de la ciencia debería suponer una señal de alarma.
Recomendable.
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