Cátedra, 2007. 646 páginas.
Tit. or. The life and opinions of Tristram Shandy gentleman. Trad. José Antonio Lópeza de Letona.
Cuando hablé en estas páginas sobre el Quijote ya avisaba de que no se podía decir nada nuevo, este es un caso parecido. Aunque no sea una novela tan conocida mucho se ha hablado sobre sus pirotecnias verbales y su construcción basada en meandros. La pongo bajo la categoría de novela aunque muchos hablan de antinovela.
Bebe principalmente de dos fuentes, el Quijote y Gargantua y Pantagruel y aporta su propio estilo e invenciones. Se puede decir que es una parodia de las típicas novelas de personajes. Uno cree que leerá sobre la vida de Tristram Shandy pero descubre que el protagonista no nace hasta mediada la novela (y después no es que aparezca mucho más). La causa: el autor va acumulando disgresiones que nos apartan del camino principal (que realmente no existe) y así es difícil llegar a cualquier parte.
Es admirable la libertad creadora que derrocha una novela tan antigua, y es que junto a las antes mencionadas acumulan más innovaciones estilísticas que todas las que vendrían después en el XIX, y marcan un camino que no empezó a recorrerse de nuevo hasta el siglo XX. Páginas en blanco o en negro, diagrama de lineas del curso del relato, diferentes tipos de letras, increpación al lector…
Es muy divertida y tiene páginas realmente gloriosas, aunque reconozco que en algunos momentos se me hizo largo y supongo que la traducción tiene algo que ver. Hay otra versión más moderna traducida por Javier Marías, pero como no me fío del autor seguí con esta.
Ojo a los extractos, desde un buen consejo moral:
Esto era tan rigurosamente cierto que una noche, cenando, cuando un moscardón se obstinaba en zumbar en torno a su nariz atormentándolo insistentemente, se limito a decir: ¡Vete! Y cuando después de infinitas tentativas lo cogió le dijo: No te voy a hacer daño, y levantándose de la mesa abrió su mano y lo dejó escapar tras abrir la ventana. Vete, pobre diablo, ¿por qué habría de hacerte daño? Este mundo es lo suficientemente amplio para que quepamos juntos tú y yo.
Solamente tenía yo diez años cuando esto ocurrió; pero fuese porque la cosa en sí concordaba mejor con mi temperamento en aquella edad de compasión en la que por cualquier cosa vibraba toda mi sensibilidad, o fuese en cierto modo por la expresión, por la magia del tono de su voz y la armonía de sus movimientos, atemperados por la conmiseración que tocaron mi corazón; fuese por lo que fuese, lo cierto es que la lección de buena voluntad universal que entonces aprendí de mi tío Toby se quedó para siempre grabada en mi mente. Y aunque no desestimo el bien que me ha hecho la lectura de los literae humaniores en la universidad, ni menospreciaré otras influencias benéficas de una exquisita educación que me han sido dadas tanto en casa como fuera, debo reconocer con frecuencia que la mitad de mi filantropía la debo a aquella impresión accidental.
-> Esto va dedicado a padres y educadores y puede aprovecharles más que un volumen entero sobre la cuestión.
Hasta momentos en los que después de un humor tan moderno que lo podría firmar cualquier cómico moderno se descuelga con una frase de impactante hondura:
Resulta un recurso bastante socorrido en materia de elocuencia (al menos lo era cuando se cultivaba en Atenas y Roma y lo seguirá siendo mientras los oradores usen túnica) no mencionar el nombre de algo cuando uno lo tiene in petto dispuesto siempre para cuando se necesite. Una cicatriz, un hacha, una espadaa, un jubón manchado de sangre, un casco roñoso, libra y media de potasa en una urna, un cacharro de barro de tres peniues con pepinillos en vinagre, pero —sobre todo— un tierno infante principescamente ataviado, son algunos de los objetos que en oratoria pueden sacarse de la túnica como por arte de encantamiento. Bien es verdad que tratándose del niño, si el discurso fuese tan largo como la segunda filípica de Cicerón’, terminaría haciéndose sus necesidades en la túnica del orador, y si es demasiado mayor, puede estorbar al accionar, haciéndole perder por un lado lo que gane por otro. De no ser así, cuando un orador público atina de lleno con la edad oportuna de su bambino ocultándose astutamente bajo su manto y sin que nadie se lo malicie y produciéndose tan críticamente que nadie pueda decir que lo ha colocado de rondón, entonces, ¡señores!, los resultados son maravillosos, las bocas se abrirán de admiración, la persuasión se adueñará de los cerebros y hasta es posible que se conmuevan los principios y se desquicie la política de medio país.
Estas hazañas, sin embargo, sólo son posibles en aquellas profesiones y ocasiones, decía, donde los oradores gastan túnica y más bien larga, hermanos míos en Jesucristo, con unas veinte o veinticinco yardas de buena púrpura y con un forro de paño superfino, comerciable, una túnica provista de amplias vueltas y ondulantes pliegues. Todo ello del mejor corte y estilo que permita dejar bien a las claras —si me permiten vuestras señorías— que la decadencia de la elocuencia y lo poco para lo que sirve, aquí y fuera de aquí, sólo es achacable al uso de levitas cortas y al desuso de las calzas valonas. Ya no podemos esconder nada, señora, que valga la pena enseñar.
En un momento dado afirma tener un texto que no ha incluído porque era demasiado bueno y deslustraría el resto de la obra:
Ocurre que la descripción de este viaje, cuando la revisé, me pareció que era tan superior al estilo y al modo del resto de lo que yo había sido capaz de hacer en este libro, que no podía dejarla sin desmerecer las otras escenas y sin romper, además, ese equilibrio y ese reposado empaque (para bien o para mal) entre capítulo y capítulo, de los que dimanan la armonía y el ritmo de toda la obra. Por mi parte, como no hace mucho que me dedico a esto, no tengo mucha experiencia al respecto, pero estimo que escribir un libro es para todo el mundo algo así como tararear una canción, no hay que perder el tono —señora mía— independientemente de lo alto o bajo que se haga.
Otras reseñas: Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Sterne , Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy – Laurence Sterne y Tristam Shandy, o la antinovela.
Calificación: Muy bueno.
Otro extracto sobre la muerte:
—«¿Hubo nunca personaje tan serio en tan vil trabajo?», dijo la muerte. —Te has librado por los pelos Tristram, dijo Eugenius agarrándome de la mano cuando concluí mi historia.
—Pero esto ya no es vivir, Eugenius, le contesté, pues esta bija de puta ya ha descubierto mi paradero.
—Tu calificativo es correcto, dijo Eugenius, pues es a través del pecado cómo, según nos han dicho, la muerte llegó a este mundo. No me importa cómo haya entrado, dije, siempre que no se dé demasiada prisa en sacarme a mí de él, pues aún me quedan cuarenta volúmenes por escribir y cuarenta mil cosas que decir y hacer. Cosas que nadie en el mundo puede decir o hacer por mí excepto tú; y como ves, ella me tiene cogido por el cuello (ya que Eugenius apenas podía oírme hablar desde el otro lado de la mesa) y ya no puedo combatirla en campo abierto con estos pocos arrestos que me quedan y estas patas de araña que tengo (dije agarrándome una de mis piernas y mostrándosela) y que apenas pueden sostenerme. —¿No me traería más cuenta, Eugenius, tratar de huir para salvar mi vida? —Tal creo, dijo Eu-. genius. —Entonces, por Dios, que le voy a proporcionar un baile que ni sospecha, pues voy a galopar, le dije, sin mirar hacia atrás hasta las orillas de Garona, y si oigo que me viene pisando los talones seguiré huyendo hasta el monte Vesubio y desde allí a Joppa1 y desde Joppa al mismísimo fin del mundo donde, si todavía me sigue, rogaré a Dios que se parta la cabeza.
Allí ciertamente ella corre más riesgos que tú, dijo Eugenius.
La agudeza y el afecto de Eugenius devolvieron el calor a las mejillas que la sangre había abandonado durante algunos meses. Fue un duro instante el de la despedida. Me condujo a mi silla de posta. —¡Allons!, dije. El joven postillón hizo restallar su látigo y salimos disparados como por un cañonazo llegando a Dover en seis o siete tumbos.
2 comentarios
Uno de los objetivos que me planteé al empezar el año y que se me resiste día tras día. Yo tengo la edición de Alfaguara traducida por Javier Marías, tendré que hacer propósito firme de leerlo porque si no, lo veo objetivo 2015.
Lo tenía pendiente desde hace mucho tiempo, y al ver que lo ibas a leer pensé que había llegado su hora. Creo que te gustará, espero que la traducción de Marías no defraude.