Anagrama 1995, 2004, 2006, 2009, 2012. 346 páginas.
Tit. Or. Man’en Gannen no Futroboru. Trad. Miguel Wandenbergh.
El primer libro de Kenzaburo Oé que he leído me lo dejó una amiga y ya debería estar reseñado pero de momento tendrá que esperar. Éste también me lo han prestado y me ha gustado más que el otro, que es posterior pero que me he leído antes… dejemos el lío.
Tiene una entrada pequeña en la wikipedia: El grito silencioso , con lo que se puede decir que ya es un clásico. Cuenta la historia de dos hermanos que vuelven a su pueblo natal. Uno de ellos -el que narra y supuestamente un trasunto del autor- tiene un caracter más pasivo, mientras que el otro enseguida empieza a cambiar las cosas a su alrededor, intentando organizar a la gente en contra de un empresario coreano que goza de un gran poder en la región. Un matrimonio que naufraga, un hijo con problemas y mucha violencia bajo la aparente calma.
Me ha gustado, sobre todo, la mezcla de retrato de paisaje exterior e interior, las referencias a las revueltas campesinas y la incapacidad del narrador de poner rumbo a su vida, ya que incluso cuando pasa a la acción lo hace movido por fuerzas externas y parece abocado al fracaso. Es una novela bastante triste.
Mejores reseñas aquí: El grito silencioso, de Kenzaburo Oé: el tormentoso peso de la desgracia, Mannen gannen no futoboru (El grito silencioso), de Kenzaburo Oe y El grito silencioso, de Kenzaburo Oé .
Calificación: Muy bueno.
Extracto:
—Mi madre decía que mi bisabuelo había disparado la escopeta sobre la turba, desde el ventanuco del primer piso del almacén, para alejarla. Si miramos este ventanuco, construido como una aspillera, la historia parece tan veraz que hace dudar. ¿Qué le parece? Dijo que la escopeta la había traído el bisabuelo de un viaje que hizo a Kochi. ¡Como si fuera posible que un campesino de la provincia de Ehime fuera propietario de una escopeta en el primer año de Man’en!
—El bisabuelo de Mitchan era un personaje importante de esta región, y la palabra campesino no es la que mejor le define; además, no es tan extraño que tuviera una escopeta. Sin embargo, no creo que su bisabuelo la trajera personalmente de Kochi, sino que lo más probable es que alguien que llegó en secreto justo antes de la revuelta le proporcionara el arma —dijo el monje-. El hombre que vino de Kochi vivió en el templo, con la connivencia del monje que había entonces, y convenció a su bisabuelo y al hermano menor de éste para que participaran en la revuelta, según la versión de mi padre. El agente secreto quizá fuera un samurai del clan de Tosa, pero no es seguro; en todo caso, era alguien del otro lado del bosque. Y como se entrevistó con el bisabuelo de Mitchan y su hermano menor por mediación del monje, seguro que cruzó el bosque disfrazado de peregrino, ¿no? En aquellos tiempos, no sólo este valle, sino todo el territorio del clan, estaban sacudidos por las revueltas, lo que habría facilitado las actividades de un conspirador enviado por las fuerzas del otro lado del bosque, las cuales se beneficiarían de cualquier debilitamiento del régimen dominante. Supongo que el monje y su abuelo coincidían en que sólo una revuelta podría mejorar la situación de los campesinos. El monje era neutral, y su bisabuelo estaba del lado del poder, pero la ruina del pueblo significaba la ruina para ellos. Entonces, la cuestión clave debió ser decidir qué
clase de levantamiento habla que provocar y cuándo. Lo más inteligente era dar salida a las energías violentas que llevarían al levantamiento antes de que las cosas se pusieran tan feas que el ataque se dirigiera contra su propio bisabuelo, y mantener al mínimo la violencia en el valle tratando de dirigir la revuelta contra el castillo. Ahora bien, para provocar un levantamiento hace falta un grupo de cabecillas, pero fuera el que fuese el resultado de la revuelta, a esos cabecillas los detendrían y los ejecutarían. Entonces, ¿cómo encontrar un grupo de dirigentes destinados al sacrificio pero que, durante la revuelta, dirigieran a los campesinos no sólo en el valle, sino en toda la región desde aquí hasta el castillo? Fue entonces cuando pensaron en el grupo de jóvenes que estaba adiestrando el hermano del bisabuelo de Mitchan. Aunque entre ellos hubiera algunos primogénitos, herederos de tierras, la mayoría eran hijos segundos o terceros de los agricultores, gente innecesaria, sin derecho a tener tierras propias. Aunque ese grupo de jóvenes innecesarios fuera sacrificado, para el pueblo no significaría ningún golpe extraordinario, e incluso le libraría de una carga. ,
—O sea que, desde el principio, el hombre de allende el bosque, el monje y mi bisabuelo utilizaron al hermano menor de éste para acaudillar al grupo de revoltosos con la intención de abandonarlo a su suerte, ¿no es eso?
—Sólo que el hermano del bisabuelo debía tener un acuerdo secreto para escapar a Kochi después de la revuelta, y de allí a Osaka o Tokio. El hombre que vino del otro lado del bosque debía de ser el responsable de que se cumpliera el acuerdo, ¿no cree? Mitchan, usted también habrá oído decir que el hermano de su bisabuelo se escapó cruzando el bosque, cambió de nombre y llegó a ser un alto funcionario del gobierno de la Restauración, ¿no?
Por mi parte, dejé allí a mi mujer y me fui a dormir, aliviado. Takashi no mostró intención de intervenir en nuestra insignificante trifulca. Animado por la voz de nuestro hermano primogénito, que retumbaba desde el diario colorado, trataba de penetrar en las profundidades de sus oscuros problemas personales ahondando en ellos como un tornillo afilado. Yo no deseaba que me influyera el espíritu de mi hermano mayor, y no me sentía particularmente emocionado. Consideraba las anotaciones de su diario recuerdos de guerra vulgares y corrientes y traté de no prestarles atención. En vez de invocar la imagen de nuestro malogrado hermano mayor, de pie y ensangrentado en los desconocidos campos de batalla, me era más fácil dormir dejando un vacío en el mundo de mi imaginación…
Por primera vez en mucho tiempo, metí la cabeza debajo de la manta y olí mi cuerpo. Tuve la sensación de estar husmeando mis entrañas. Convertido en un celentéreo de más de un metro setenta de estatura, hundí mi cabeza en los intestinos y me encerré en el cálido cilindro de mi propio cuerpo. Era como si el dolor difuso de las distintas partes de tni cuerpo y el sentimiento de desamparo que me embargaba se hubieran transformado en una oscura y culpable sensación de placer. Era el placer de sentirme liberado de las miradas de los demás y de sentir que el dolor y el desamparo eran solamente de mi propiedad. Pensé que, como los animales de orden inferior, sin duda podría reproducirme unicelularmente, preñado de dolor y desamparo. Soy una «persona plácida». Respirando con dificultad, mantuve la cabeza bajo la manta en la oscuridad cálida y olorosa. Traté de imaginarme a mí mismo, muerto por asfixia mientras husmeaba el olor de mi cuerpo, en la oscuridad cálida bajo la manta, con la cabeza pintada de bermellón y un pepino insertado en el ano. Poco a poco, fueron apareciendo los contornos de esa otra imagen de mi ser con intenso realismo.
A punto de asfixiarme, con la piel de la cara ardiendo e hinchada de sangre, saqué la cabeza de debajo de la manta para respirar el aire fresco del exterior, y del otro lado de la fusuma me llegaron las voces susurrantes de Takashi y mi mujer hablando. La de Takashi conservaba el tono de júbilo de la noche anterior. Deseé que mi mujer le escuchara con la cara vuelta hacia las sombras, no sólo porque así no sería evidente el embrutecimiento que mostraba su rostro inmediatamente después de despertarse, sino, y sobre todo, porque no podía evitar que mi orgullo se sintiera herido al pensar que los ojos de mi hermano se entrometían de aquel modo en nuestra «familia». Takashi hablaba de sus recuerdos y del mundo de los sueños. Gradualmente, mientras se formaban los núcleos del significado, fui recordando la discusión que tuvimos en el Citroen.
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