Atalanta, 2009. 427 páginas.
Tit. ot. Die mythologie der griechen. Trad. Cristina Serna.
Repaso monumental a los principales héroes griegos muy documentada. Fascinante por las historias que cuenta y por el enfoque utilizado. Toda historia que provenga de la narración oral (y no olvidemos que los primeros poemas griegos son orales) va a tener múltiples versiones. En los libros de este estilo solemos encontrar una versión estándar, normalmente la más popular. El autor nos muestra diferentes versiones de las mismas sin que el ritmo de la lectura sufra por ello.
Para rastrear esas versiones no sólo se nutre de material escrito. Ha analizado la pintura vascular y descubriendo diferentes versiones de los mitos narrados. Un trabajo descomunal que amplia las historias a lo ancho y le permite analizar las variaciones entre las mismas.
Kerényi fue muy amigo de Jung y algo se nota en algunas interpretaciones de los mitos, pero no encontraremos aquí psicoanálisis barato y sí correspondencias entre diferentes mitos heroicos y cómo muchos de ellos esconden una lucha contra el inframundo, contra la inevitabilidad de la muerte. Muchos de los trabajos de Heracles, por ejemplo.
El material narrativo es muy interesante porque aparecen héroes de los que yo apenas conocía nada. Es curioso el comportamiento de los mismos, muchas veces rayando en la psicopatía si no directamente pasando de la raya. Si así eran los héroes no me quiero imaginar a los villanos. Que mundo más cruel y violento.
Muy bueno.
Tal y como se nos narra, la historia comenzó en Tesalia, donde una mujer fiel, Alcestis, esposa del rey Admeto, acababa de ser rescatada de las garras de la Muerte. Ya conocemos la aventura que le sucedió a Heracles cuando iba a encontrarse qon el tracio Diomedes. Como había hecho antes Apolo en el palacio de Admeto,1′ también Aristeo llevaba una vida de pastor en el hermoso valle de Tempe, a los pies del Olimpo; la ninfa Cirene se lo había dado al hijo de Leto, como un pequeño Zeus y un segundo Apolo sagrado. Como se sabe, el mayor orgullo de Aristeo eran sus abejas. Su nombre significaba que era «el mejor» del mundo. De modo que el Zeus «melifico» de los muertos, Zeus Meili-quio, que solía recibir el culto de los vivos bajo forma de serpiente, no era otro que Aristeo, aunque en ninguna leyenda se mencionen sus abejas explícitamente. Este apicultor divino tendió una trampa a la recién casada Eurídice; ella huyó y en su huida halló la muerte, pues una serpiente la mordió en el tobillo. Sus compañeras, las Dríades, la lloraban por los montes, en el interior de Tracia. Cuando Orfeo llegó, Hades ya se había llevado a su joven esposa. Fue en su búsqueda con su doloroso canto por toda Grecia hasta llegar al Ténaro, el extremo más meridional del Peloponeso.
Confiándose a su lira, emprendió el oscuro camino que conduce al reino de los muertos, por el que muy pocos hombres vivos le habían precedido: los dos amigos Teseo y Pirítoo, así como Heracles cuando subió a Cerbero a la tierra. Caronte se acordaba muy bien de ellos, pero la lira también lo encantó a él. Según se dice’ abandonó su barco para seguir a Orfeo y escucharle cantar, ante el rey y la reina del Hades, una maravillosa canción. Mientras Orfeo cantaba, Cerbero no ladraba, la rueda de Ixión se detuvo, el hígado de Ticio dejó de ser devorado, las hijas de Dánao interrumpieron su inútil tarea de transportar agua, Sísifo se sentó sobre su piedra, Tántalo se olvidó de su hambre y de su sed, las Erinias estaban sobrecogidas y los jueces de los muertos sollozaban. La ingente multitud de almas que se habían reunido alrededor de Orfeo también sollozaban; pero Eurídice todavía no estaba allí, pues era una de las ánimas acabadas de llegar y avanzaba lentamente con su tobillo herido. Un pintor de la Magna Grecia, donde los vasos encontrados en las tumbas presentan con frecuencia escenas del Hades, la muestra mientras avanza guiada por el amor, bajo forma de Eros
alado. También aparece Perséfone, que, conmovida por el canto, llama a Eurídice con un gesto amable. El cantor aparece entre ambas figuras; sostiene la mano de su amada, pero en ninguna de estas pinturas está mirando a ninguna de las dos.
Ésta era la ley de las potencias infernales; nadie podía mirarlos. Los sacrificios a las divinidades de los muertos se hacían con la cara girada; ninguna mirada, tan sólo la voz estaba permitida en el reino de los muertos. Ésta podía obrar milagros, pero no podía conjurar la muerte, prerrogativa de los dioses de ese reino del otro mundo. La ley del Hades era la ley de Perséfone, y no hacía más que confirmarse cuando los vivientes se intentaban oponer a ella. Sólo cuando la ley fue violada se llevó a su término natural. Eurídice podía seguir a su amado esposo; esto es lo que obtuvo Orfeo con su canto, pero éste no podía volverse a mirarla por el arduo camino que conducía de la muerte a la vida. Entonces, ¿por qué lo hizo el cantor? ¿Cuál fue la razón, si no la enorme, la definitiva separación que divide a los muertos de los vivos? ¿Fue un acto de locura? ¿Deseaba besarla? ¿O simplemente quería asegurarse de que lo seguía? La escena aparece representada en un relieve ático muy apreciado en el que no aparecen dos figuras sino tres; Orfeo se vuelve para mirar a Eurídice, que con su mano izquierda toca levemente su hombro como despidiéndose, pero Hermes, el guía de las almas, la tiene ya aferrada por la derecha. Al igual que la desaparición de Edipo en el umbral del Hades fue anunciada por el trueno de Zeus, también esta vez, cuando Eurídice fue llamada al reino de los muertos, el trueno resonó tres veces.
En vano trató Orfeo de correr tras ella cuando desapareció para regresar al Hades. Caronte se negó a dejarlo pasar. Los paralelismos trazados en la antigüedad entre Orfeo y Dioniso eran excesivos. El dios rescató del Hades a su madre Sémele, pero Orfeo no pudo hacer lo mismo. La sombra que a partir de entonces cayó sobre su naturaleza apolínea era dionisíaca. Orfeo no pertenecía a un dios más que a otro. De todos modos, no se convirtió en el oponente o en la víctima de Dioniso, sino en el oponente y víctima de los salvajes excesos de las mujeres tracias, el resultado exagerado de su culto al dios del vino. Según se decía, Orfeo permaneció siete meses en una caverna, bajo una enorme roca, en la desembocadura del río macedonio Estrimón, después de
pasar, como añaden algunos, siete días junto al río del Inframundo sin probar bocado. Se mantuvo apartado de las mujeres y nunca más quiso volverse a casar. En ese periodo, como muestran las pinturas vasculares, hombres de Tracia, salvajes habitantes de los bosques, se le acercaban; o bien sátiros, jóvenes y muchachos, como se observa en un bajorrelieve de época más tardía. No eran niños, pues no habían alcanzado edad suficiente para los grados superiores de la iniciación, sino adolescentes. Orfeo los educaba en la abstinencia de la carne, de acuerdo con la «vida órfica», les cantaba el origen de las cosas y de los dioses, y los iniciaba en los Misterios que había aprendido de la reina del Inframundo. Más tarde se dijo que Zeus lo fulminó con su rayo porque por medio de sus Misterios enseñaba a los hombres.
Pero la historia más antigua explicaba que lo habían matado las mujeres tracias, que estaban ofendidas con Orfeo porque hacía ya tres años que se abstenía del amor con las mujeres. Tan sólo buscaba la compañía de jóvenes, y, según se decía, fue él quien introdujo el amor ho-moerótico en Tracia. En esto se parecía a Apolo, que siempre estaba rodeado de hombres y no de mujeres, como en el caso del hijo de Sémele. En la tragedia titulada Basaras, el nombre tracio de las Bacantes, Esquilo hacía que se levantase de noche para escalar el monte Pangeo y adorar a Apolo a la luz del sol naciente. También las ménades tracias subían allí en tropel impulsadas por su dios, para celebrar sus festivales nocturnos en honor de Dioniso. No podrían conocer el secreto que Esquilo parece haber revelado en otra tragedia de la misma trilogía, Muchachos, en la que hace que el coro invoque al mismo Apolo como Kisseús y Bakcheús, o sea, «coronado de hiedra» y «bacante».48 Quizás Orfeo, en opinión del poeta, había llegado demasiado lejos en su culto particular y exclusivo después de su regreso del reino de los muertos y al principio de su encono contra los dioses del Inframundo, entre los que reinaba Dioniso como Hades y Zeus subterráneo. Mientras vagaba por el Pangeo, el cantor se topó con la ceremonia secreta de las Bacantes tracias.49 Ellas lo reconocieron con claridad, sin caer en el error en el que cayeron las mujeres tebanas cuando confundieron a Penteo con, parecido probablemente al que se ha excavado en Samotracia. En determinados días, los hombres de Tracia y Macedònia acudían allí al encuentro de Orfeo. Solían depositar sus armas ante las puertas del edificio. Las mujeres, irritadas, cogieron las armas, mataron a los hombres que les salieron al paso, y arrojaron al mar, miembro a miembro, el cuerpo despedazado del sacerdote de la iniciación, Orfeo. De acuerdo con esta versión, la cabeza de Orfeo llegó flotando hasta la desembocadura del río Meles en Esmirna, donde se decía que más tarde nació del dios fluvial Homero, el poeta de la guerra de Troya. Allí recogieron la cabeza y construyeron un santuario heroico dedicado a Orfeo, y más tarde un templo en el que ninguna mujer tenía permitida la entrada.
Según otro relato,51 Orfeo vagó por toda la Tracia, como harían más tarde los sacerdotes órficos en Grecia, y los hombres se le unían. Al principio las mujeres no se atrevían a atacarlo, pero un día se armaron de valor gracias al vino, y desde entonces los tracios van bebidos a la batalla. Algunas pinturas vasculares nos muestran cómo las mujeres tracias borrachas atacaron al delicado cantor con lanzas, enormes piedras y todo aquello que tenían al alcance de la mano. Él tan sólo tenía su lira, con la que trató en vano de defenderse mientras caía al suelo. Los fragmentos de su cuerpo fueron dispersados en todas las direcciones.52 Se decía que las Musas los recogieron y enterraron a su amado en Li-betra. Su lira, que después de Apolo y Orfeo nadie era digno de poseer, fue colocada por Zeus entre las constelaciones como Lira.
Existía una leyenda independiente acerca de su cabeza y su lira.53 Las asesinas decapitaron a Orfeo, clavaron su cabeza en la lira y la arrojaron así al mar, o quizás al Hebro tracio,54 en el que la cabeza flotaba sin dejar de cantar y la lira seguía sonando.55 La corriente del río arrastró hasta el mar la cabeza que cantaba y la corriente marina la arrastró hasta la isla de Lesbos, que desde entonces se convirtió en la más rica en cantos y en el dulce tañido de la lira. La cabeza fue enterrada en el santuario de Dioniso, y la lira se conservó en el templo de Apolo.*6 Esto se adecuaba al destino dionisíaco y a la naturaleza apolínea de Orfeo. Mucho después se narraba una leyenda acerca de su oráculo en Lesbos.
En el lugar donde Orfeo yacía enterrado, anidaban los ruiseñores y cantaban allí de un modo más dulce y más fuerte que en cualquier otro lugar. Había dos tumbas de Orfeo a los pies del Olimpo, en Macedònia: una en Libetra y otra en Díon, la ciudad de Zeus, adonde tuvieron que transportar los huesos cuando la primera tumba se abrió al derrumbarse sus columnas. Las columnas y la urna fueron derribadas accidentalmente por una multitud que se había reunido para escuchar con sus propios oídos el milagro: un pastor se había quedado dormido a mediodía en la tumba y en sueños empezó a cantar con voz dulce y fuerte los versos de Orfeo, como si fuese su voz inmortal la que resonaba desde el reino de los muertos.
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