Planeta DeAgostini, 2004. 476 páginas.
Tit. or.: Vingt mille lieues sous les mers.
Para que luego digan que las novelas de aventuras y los best-sellers son una porquería. Aquí está todavía Julio Verne, uno de los precursores de la ciencia ficción y todo un éxito de ventas en su época. Entre sus libros hay de todo, pero el que les comento hoy es uno de los grandes.
En 1866 un extraño fenómeno marino trae de cabeza a todo el mundo. Un extraño ser parecido a un cetáceo ha sido visto en diferentes partes del globo. Su velocidad es inaudita y su capacidad de hundir barcos también. Se prepara una expedición para dar caza al monstruo y entre la tripulación está el profesor Aronnax, experto en el mundo marítimo. La expedición encuentra lo que busca pero mientras intentan cazar al cetáceo caen al mar el profesor, su criado Consejo y el arponero Ned Land. Su suerte parece trágica hasta que son rescatados por el monstruo, que resulta ser un increíble submarino capitaneado por un personaje fascinante: El capitán Nemo.
La aventura está servida; aunque el capitán los mantiene prisioneros les ofrece un viaje turístico sin precedentes por todo el mundo, recorriendo las maravillas del mundo submarino. Bosques coralinos, barcos hundidos, pulpos gigantes e incluso ¡la Atlántida! Veamos el ofrecimiento:
Os conozco, señor Aronnax: vos, quizá mejor que vuestros compañeros, no tendréis tanto motivo de queja por el azar que os liga a mi suerte. Hallaréis, entre los libros que sirven para mis estudios favoritos, la obra que habéis publicado sobre los grandes fondos submarinos. La he leído frecuentes veces. Habéis llegado en ella hasta donde os lo permitía la ciencia terrestre. Pero no lo sabéis todo, no lo habéis visto todo. Permitidme deciros que no sentiréis el tiempo que pasaréis aquí. Vais a viajar por el país de las maravillas. El asombro y el pasmo serán probablemente el estado habitual de vuestro ánimo. Vuestro cautiverio se verá compensado por el espectáculo que incesantemente tendréis a la vista. Voy a dar una nueva vuelta al mundo submarino ¿quién sabe? tal vez la última para ver de nuevo todo cuanto he podido estudiar en el fondo de los mares, tantas veces recorrido; y seréis mi compañero de estudios. Desde hoy entráis en un elemento nuevo, y veréis lo que ningún hombre ha visto
¿Quién podría resistirse? El libro sigue siendo entretenido hoy en día, y en ocasiones muy divertido. Aunque algunos de las afirmaciones hoy se hayan descubierto falsas. Lo peor son las interminables relaciones de la fauna marina que pueden ser muy educativas pero también muy soporíferas. La figura del capitán Nemo, con sus deseos de venganza, es todo un acierto. Según leo en la wikipedia en inglés en principio debía ser un conde polaco que querría vengarse de Rusia, pero como ésta era aliada de Francia el editor le pidió que lo cambiase. En la segunda parte se descubrirá que es un príncipe hindú. Sus propias palabras nos permiten descubrir su conciencia social y ecológica:
Ese indio, señor profesor, es un habitante del país de los oprimidos; y yo soy aún, y hasta que exhale mi último aliento lo continuaré siendo, de ese país.
Se trataba entonces de proporcionar carne fresca a mi gente. Aquí sólo mataríamos por matar. Yo bien sé que éste es un privilegio reservado al hombre, pero no admito esos pasatiempos mortíferos. Destruyendo la ballena austral como la franca, seres inofensivos y buenos, vuestros semejantes, maese Land, cometen una acción vituperable. Así han despoblado ya toda la bahía de Baffin, y aniquilarán una clase de animales útiles. Dejad tranquilos a esos desgraciados cetáceos, que ya tienen contra sí a sus enemigos naturales los cachalotes, los espadones y las sierras, sin que terciéis vos en la contienda.
Aunque poco después de este párrafo se lanza a una carnicería contra los cachalotes, cuyo único crimen es ser depredadores en vez de presas.
Uno clásico que nunca está de más revisitar.
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Escuchando: Sega. Ali Farka Touré and Ry Cooder.
Extracto:[-]
Me asombró por su intensidad la luz solar, cuyos rayos, rasgando fácilmente aquella masa líquida y disipando sus colores, iluminaban el fondo hasta treinta pies por debajo de la superficie del océano. A una distancia de cien metros, los objetos se distinguían claramente; más allá, los fondos se matizaban con delicadas degradaciones azúreas, que en lontananza se desvanecían en medio de una vaga oscuridad. Aquella agua que me rodeaba se asemejaba ciertamente a una especie de aire más denso que la atmósfera terrestre, pero casi tan diáfano como ella. Encima de mí divisábase la tranquila superficie del mar.
Caminábamos sobre un suelo de arena fina, liso, y no erizado como el de las playas, que conservan la huella de la resaca. Aquella alfombra resplandeciente reflejaba los rayos del sol con sorprendente potencia, produciendo una reverberación de que todas las moléculas líquidas se hallaban penetradas. ¿Podrán ser creídas mis palabras al asegurar que en aquella profundidad de treinta pies se veía tan claro como al aire libre?
Durante un cuarto de hora anduve pisando una arena ardiente, sembrada de un impalpable polvo de conchas. El casco del Nautilus, perceptible como un largo escollo, se alejaba de nuestra vista paulatinamente, pero su fanal, cuando llegara la noche, debía facilitar nuestro regreso a bordo, proyectando sus rayos luminosos con perfecta nitidez; efecto difícil de comprender para quien sólo en tierra ha visto esas ráfagas blanquecinas de la luz eléctrica tan vivamente pronunciadas. Allí, el polvo que fluctúa por la atmósfera les da la apariencia de una niebla luminosa; pero sobre el mar y dentro del mar, esos detalles se transmiten con incomparable pureza.
Entretanto, seguíamos andando, sin que la vista alcanzase, al parecer, los límites de aquella extensa llanura de arena. Yo apartaba con la mano las masas líquidas, que, abiertas a mi paso, se cerraban tras de mí, y la huella de mis plantas quedaba borrada por la presión del agua.
En seguida comenzó mi vista a distinguir algunas formas de objetos que se iban dibujando en lontananza, hasta que reconocí los primeros contornos de magníficas peñas, tapizadas con las mejores muestras de zoófitos, sorprendiéndome ante todo un efecto que especialmente se produce en aquellos parajes.
Eran las diez de la mañana. Los rayos solares herían la superficie de las aguas bajo un ángulo bastante oblicuo, y al contacto de su luz, descompuesta por la refracción, como a través de un prisma, flores, peñas, plantas, conchas, pólipos, se matizaban en sus bordes con los siete colores del iris. Aquel tejido de vivos reflejos y de variados tonos de luz era una maravilla, una fiesta para los ojos, un verdadero calidoscopio de verde, de amarillo, de anaranjado, de morado, de añil, de azul; en fin, toda la paleta de un fogoso pintor. ¡Cuánto sentía no poder transmitir a Consejo las vivas sensaciones que me subían al cerebro, y rivalizar con él en exclamaciones de admiración! Y ¡cuan penoso me era también no poder comunicar mis ideas por medio de signos convenidos, como lo hacían Nemo y su compañero! Por eso, y a falta de otra cosa mejor, hablaba conmigo mismo, y gritaba dentro de la esfera de latón que rodeaba mi cabeza, gastando quizás en vanas palabras más aire de lo que convenía.
Ante espectáculo tan espléndido, Consejo se había quedado parado como yo, siendo indudable que aquel digno mozo se entretenía en clasificar, como de costumbre, los zoófitos y moluscos que se le ofrecían a la vista. Eran numerosos: las cornularias, que viven en aislamiento; las aglomeraciones de oculinas vírgenes, designadas antiguamente’con el nombre de color blanco; las fungias, erizadas en forma de hongos, las anémonas, adherentes por su disco muscular, figuraban un cuadro de flores sembradas de porpitas adornadas con su gorguera de tentáculos azulados, de estrellas de mar, imitando constelaciones sobre la arena, y de asterofito-nos verrugosos, finos encajes bordados por la mano de las náyades, y cuyos festones se mecían bajo las blandas ondulaciones provocadas por nuestros pasos.
3 comentarios
Julio Verne es un escritor espléndido, injustamente relegado a la infancia. Gracias por la crítica.
El verano pasado leí (por primera vez) «La casa de vapor» y volví a quedar entusiasmado por el ritmo y la calidad de Verne.
Verne tiene mucha calidad, no en todas las obras, pero sí en muchas. Ha envejecido, claro, pero no es un autor a despreciar.