Julio Carabaña. Teorías contemporáneas de las clases sociales.

septiembre 7, 2021

Julio Carabaña, Teorías contemporáneas de las clases sociales
Pablo Iglesias, 1995. 264 páginas.

No sé muy bien cómo llegué a este libro interesado por el tema de las clases sociales. Todos creemos, equivocadamente, que pertenecemos a la clase media. Pero lo cierto es que según las divisiones clásicas, tanto las marxistas como las weberianas, aquellos que vendemos nuestra fuerza de trabajo pertenecemos a la clase obrera, seamos el conserje o el director de la empresa.

Hay oficios que pueden estar a medio camino. Los altos directivos o los autónomos no son clase obrera pura y hay diferentes maneras de clasificar esto. En este libro se explican muy bien los problemas y cuestiones que hay con el tema. El principal -la mitad del libro- de Erik Olin Wright que explica sus reflexiones sobre como actualizar el concepto de clase y los problemas que supone. Val Burris abunda en el mismo tema.

Andrés de Francisco aporta herramientas metodológicas para la clasificación de las clases y Van Parijs se preocupa de cual es el motor real de la lucha de clases en un mundo en el que han aparecido actores nuevos (como los desempleados permanentes) y propone una solución que ahora vuelve a la palestra, como es el ingreso mínimo vital.

El libro me ha aclarado muchos conceptos, pero no siendo yo sociólogo igual podía haber aprendido lo mismo leyendo un par de artículos por internet. Es lo que tiene creerse muy listo, que lees libros que están por encima de tu capacidad.

Muy recomendable, sobre todo para expertos.

En el modelo abstracto del modo de producción capitalista puro, con una relación polarizada entre la burguesía y el proletariado, puede decirse que hay tres experiencias vividas decisivas que constituyen la comunidad de la clase obrera. En primer lugar, y más claramente, está la experiencia de ser obligado a vender la propia fuerza de trabajo para sobrevivir. Presentarse en la puerta de la fábrica, ser incapaz de reproducirse a uno mismo sin entrar en el mercado de trabajo, no define simplemente un conjunto de intereses materiales, sino también un conjunto de experiencias. En segundo lugar, y quizá de forma más controvertida, dentro de la producción misma se tiene la experiencia de ser dominado y controlado en el trabajo. Bajo un conjunto de condiciones de producción en las que la tarea decisiva de los empresarios es extraer plustrabajo de sus empleados —convertir la fuerza de trabajo en trabajo efectivo—, las experiencias de dominación serán un aspecto inherente a la propia relación de clase 21. En tercer lugar, la incapacidad de los trabajadores para controlar la asignación del excedente social también genera un cierto tipo de experiencia vivida: la experiencia de la impotencia frente a las fuerzas sociales que deciden sobre el propio destino. En todos estos casos, el asunto central no son los intereses materiales en cuanto tales que resultan de dichas prácticas, sino las experiencias, y las subjetividades correspondientes, que generan.

De forma paralela a cómo los intereses materiales se vinculaban a la explotación, estos aspectos de la experiencia vivida están estrechamente vinculados al concepto de alienación en la tradición marxista. Cuando Marx contempla la alienación en el contexto de un análisis de lo que denomina el «ser específico» del hombre, sostiene que la pérdida de control sobre el propio trabajo y sobre el producto de ese trabajo genera una serie de experiencias que atraviesan y dominan la vida del trabajador, d anto la explotación como la alienación nacen de las mismas propiedades relaciónales de la producción, pero la primera se centra principalmente en los intereses materiales y la segunda en las experiencias vitales generadas por aquellas prácticas.

Podría objetarse a esta caracterización de las experiencias vividas de la clase obrera que es una caracterización ampliamente masculina. Las feministas han señalado correctamente que la experiencia vivida de las mujeres de la clase obrera es, en muchos aspectos, claramente diferente a la de los hombres. En el contexto presente, este hecho es particularmente impresionante en el caso de las amas de casa con dedicación exclusiva de la clase obrera, cuya experiencia vivida de clase no puede caracterizarse adecuadamente diciendo que están «obligadas a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir» o que están «controladas en el punto de producción» 28. Sólo con respecto a la experiencia más general de impotencia frente al control del excedente puede decirse que los hombres y las mujeres de la clase obrera comparten esencialmente las mismas «experiencias vividas», y aun aquí hay probablemente significativos sesgos sexuales en las experiencias en cuestión 29. Dado que las experiencias vividas
que lo hace es algo que nace de la relación capital-trabajo misma.


La propuesta sería dar a todo residente estable, ya eslt’ asalariado, autoempleado o en paro, un «subsidio universal” –«ingreso básico» de modo absolutamente incondicional y qm sea suficiente para cubrir al menos las necesidades fundanu-n tales 43. A primera vista, esto no es más que una leve variación sobre la estrategia anterior de atenuar las desigualdades peen niarias generadas por la desigual distribución de los emplee’. Sin embargo, existen unas cuantas diferencias cruciales, una de las cuales tiene una particular relevancia en el presente conte\ to. Un subsidio universal apropiado no significa simplemente una reducción en el coste que comporta carecer de empleo Significa también que cada cual tiene ahora la posibilidad real de crear, en solitario o junto con otros, su propio empleo. ¿Fui qué? Porque la idea misma de lo que constituye un empleo (remunerado) se ve sustancialmente alterada al quedar incomli cionalmente cubiertas las necesidades básicas. Un empleo ya no tiene por qué ser una actividad que produzca un ingreso suficiente al menos para cubrir esas necesidades; crear el propio empleo, por consiguiente, ya no requiere una suma de capital desproporcionada con lo que la inmensa mayoría de nosotros puede reunir 44. Incluso con un subsidio universal generoso, pero, los bienes de empleo podrían seguir estando muy desigualmente distribuidos entre los empleados (incluidos los autoempleados). Pese a ello, ya sea bajo el capitalismo o, mutuUs mutandis, bajo el socialismo de mercado, la estrategia del subsidio universal ofrece al movimiento de los desempleados (y cilios «pobremente empleados») un camino para intentar reducir sistemáticamente los privilegios que comportan los bienes de empleo, y al mismo tiempo ampliar (a diferencia de la estrategia anterior) el círculo de los que tienen acceso al empleo. Más aún, al incrementar de modo general el poder de negociación de todos los individuos en el mercado de trabajo, supone también una erosión gradual de los efectos desigualatorios de los bienes de empleo entre los empleados.

Si el argumento pergeñado en el párrafo anterior es correcto, el obstáculo ideológico para la lucha de clases definida por los bienes de empleo habrá desaparecido. ¿Qué sucede con los obstáculos prácticos mencionados antes? Hay buenas razones para creer que algo como la introducción de un subsidio universal —de un modo modesto al principio y sin sustituir totalmente a las prestaciones sociales actuales— es en sí misma la condición clave para la construcción de un movimiento sólido al servicio de la estrategia recién descrita. Una institución así proporcionará a aquellos que deseen poner en marcha una organización de este tipo el mínimo de seguridad financiera y de tiempo libre necesarios para su propósito. Lo que es más importante aún, daría homogeneidad a un gran número de personas que hoy por hoy están dispersas en categorías muy variadas y que no perciben ningún interés en común (desempleados inscritos, solicitantes de subsidios, trabajadores mal pagados, amas de casa, estudiantes, perceptores de pensiones bajas). Y también pondría fin de manera radical a la actual vulnerabilidad del movimiento de los desempleados ante la movilidad ascendente (conseguir un empleo dejaría de significar abandonar el grupo) y ante la es-tigmatización (no habría que avergonzarse de recibir lo que todo el mundo recibe)

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