Jules Boissière. Diario de un intoxicado.

abril 28, 2017

Jules Boissière, Diario de un intoxicado
Alpha Decay, 2011. 88 pàginas.
Trad.: Robert Juan-Cantavella.

Descripción del descenso a los abismos de la drogadicción opiácea por parte de un joven que está trabajando en china. Son curiosos estos escritos, pioneros de la literatura de la adicción. Lo que en su momento fue escandaloso (este libro no se publicó hasta pasada una década de la muerte del autor) hoy nos parece ingenuo. Interesante, pero tan breve que apenas da tiempo a formarse una opinión.


El chino me parece más ponderado en todo y menos pasional que el anamita, su hijo degenerado. Ciertos Celestes piensan que el uso del opio no es nocivo en absoluto, pues retiene al joven en casa y le impide correr tras las mujeres. Además, hay que tener en cuenta que mientras prepara su pipa en su catre, el chino puede darle vueltas a sus asuntos y buscar nuevas estrategias comerciales. Entre todos los pueblos, el de los hijos de Han es el que más opio consume. Y sin embargo, el espíritu chino no parece demasiado oscurecido ni debilitado en su vigorosa originalidad por la negra droga. Lejos de perderse en ensueños de bebedor de cerveza, el Celeste ha dado al mundo unos libros ajenos a todo fárrago trascendental, desarrollando los más claros preceptos de la moral práctica. Lejos de fumar hasta mermar su facultad creadora, ha inundado los tres continentes de un flujo del que ningún Jehová osaría decir: «¡No irás más lejos!». Por último, lejos de entregarse al éxtasis del sueño con los ojos abiertos, constituye el comerciante sin rival que arruinaría incluso al judío y al armenio, haciendo que se arrodillasen admirados ante su genio, hecho de sentido común, clarividencia y exquisitez.


La luna llena se alzaba sobre los negros cainhas cuya paja parece temblar, se alza sobre los bananos y el rígido plumero de las palmeras, en un cielo claro. Una fresca brisa de mar -vieja amiga olvidada desde hacía meses- me soplaba alientos vírgenes en plena cara, salados por las salpicaduras de las olas. ¡Oh!, cómo inundaron las lágrimas mis ojos; miré el catre, la lámpara, la bandeja, todo ese arsenal de suicida, la verja de madera de la ventana, y pensé que todo aquello me separaba para siempre de mi antiguo consuelo, la Naturaleza. Pero el Opio seguía siendo el Maestro, y con un pesar desgarrador me despedí de la luna, de los árboles, de la Tierra, de todos esos seres que sé absolutamente vivos, que en otro tiempo tanto amé, y que ahora se mostraban impotentes de liberarme; y con la cabeza baja, me dirigí al catre, vacilante como un perro derrotado, pero fiel.

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