Debate, 2011. 142 páginas.
Tit. Or. I killed Sherezade. Trad. Marta Mabres Vicens.
Recopilación de artículos de opinión o breves ensayos acerca de la situación de la mujer, o más concretamente, de la autora, en el mundo. Surge del enfrentamiento de varias contradicciones. Ser mujer en un mundo machista, defensora de la libertad sexual en un mundo reprimido, cristiana en un país musulmán, feminista pero preocupada de su belleza, árabe en un mundo occidental.
De esta exótica mezcla que ella no ha buscado pero con la que tiene que convivir cada día nacen estas reflexiones, en las que a la vez que se explica nos demuestra que no todas las mujeres de los países musulmanes son sumisas y derriba por el camino bastantes prejuicios.
No obstante pienso que en ningún momento opina sobre las mujeres que sí están sometidas al machismo y que, quizás me equivoque, siguen siendo mayoría en el mundo árabe.
Otras reseñas: Yo maté a Sherezade, Yo maté a Sherezade. Confesiones de una mujer árabe furiosa.
Calificación: Muy bueno.
Extractos:
En tercer lugar, y este es mi último punto, ser árabe hoy en día significa enfrentarse a una serie infinita de atolladeros: el del totalitarismo; el de la corrupción política; el del favoritismo; el del desempleo; el de la pobreza; el de la discriminación de clases; el del sexismo; el del analfabetismo; el de los regímenes dictatoriales; el del extremismo religioso; el de la misoginia, la poligamia y la homofobia; el del fraude fiscal; el de la desesperanza, el vacío y la falta de objetivos; el del conflicto de Oriente Próximo; el de la tragedia palestina; el del sesgo occidental; el de la hostilidad, el temor, la arrogancia, la sospecha, la condescendencia de Occidente, etcétera.
Ya ve, hoy en día ser árabe y vivir en el mundo árabe es darse de cabeza contra un muro duro hecho de férreas encrucijadas políticas, sociales y existenciales. Es golpearse y golpearse, una y otra vez, y ver que nada cambia, solo el número de moretones en la piel. Pero hay que derribar ese muro desde dentro. Es nuestra única esperanza. Porque no se puede derribar, penetrar o derruir desde el exterior.
Y, en especial, no por «forasteros». El cambio no es una mercancía que se pueda importar.
Desde luego, no todos los clichés son totalmente erróneos. Ni todas las certezas son totalmente inciertas. La mujer árabe descrita existe. No solo existe, sino que, para ser sincera y científicamente precisa, tengo que admitir, a mi pesar, que en la actualidad es, cada vez más, el modelo dominante de mujer árabe. Adondequiera que se vaya, de Yemen a Egipto, de Arabia Saudí a Bahrein, se puede observar que las autoridades religiosas, los sistemas políticos indiferentes, corruptos y/o cómplices, las sociedades patriarcales, e incluso la propia mujer árabe (pues ella es su mejor adversario, y a menudo cómplice contra su sexo), son excelentes a la hora de encontrar modos innovadores de humillar a la mujer, frustrarla y anular su propia identidad y papel.
Con todo, pese a admitir este hecho, no por ello resulta menos escandaloso, triste e injusto que en la mirada y en la percepción general de Occidente prácticamente no haya presente ninguna otra imagen de la mujer árabe.
«Tengo que ser cruel solo por afecto. Lo peor vendrá; esto es el comienzo» (Shakespeare, Hamlet). No soy cruel con Beirut. Lo único que ocurre es que mi discurrir por esta ciudad ha sido hasta el momento una sucesión vertiginosa de choques y golpes. De todos modos, he de decir que sobrevivir en ella (porque en Beirut no se vive, se sobrevive) y mantenerme inflexible en mi empeño por hacer y decir las cosas a mi modo, también han dado forma a la mujer que soy y me han proporcionado grandes satisfacciones y un fabuloso sentimiento de realización. Un feliz efecto colateral de esta obstinación es el modo en que, por ejemplo, mi padre —el mismo que no me dejaba salir sola de casa; el que no veía en mí más que a un ángel puro; el que escondía en vano todos los libros que él consideraba peligrosos y corruptores en las estanterías más altas de la librería— ahora, curiosamente, defiende con vehemencia lo que soy, lo que digo y lo que hago. Y no solo lo defiende; además demuestra orgullo. Y aprecio. Y entusiasmo. Y admiración.
Sobrevivir a una guerra es una excelente preparación. Si no fuera tan brutal, lo recomendaría como un magnífico curso de iniciación a la vida. Me parece que al cabo de años de aguante, trabajo duro y perseverancia, de resolución y convicción, de exigir nuestro derecho a sobrevivir, a ser libres y a ser nosotros mismos, y de combatir en las grandes batallas con el mismo ardor que en las pequeñas, nuestra voluntad, sin duda, es capaz de mover montañas en nuestro nombre.
En mi caso: voluntad y poesía.
Y la poesía es, sin duda, otra historia.
No hay comentarios