Melusina, 2009. 140 páginas.
Trad. Albert Fuentes. Tit. or. A history of satanism.
Más que un exhaustivo estudio histórico el autor aprovecha para criticar la credulidad e irracionalidad de los padres de la iglesia, capaces de creer historias increíbles de posesiones demoníacas. Se afirma sin mucha prueba documental -no digo que no la haya- que hubo algún culto real en la edad media, un eco del paganismo.
Ha sido una lectura curiosa, más por el estilo desenfadado que por la erudición. Se incluye un apéndice muy interesante sobre el caso de unos mistificadores y hay bastantes referencias a la masonería.
Había otra versión de esta profunda especulación, y tiene el mérito de explicar realmente por qué los demonios se pasan todo el día y toda la noche intentando corromper a hombres y mujeres que, de lo contrario, no mostrarían la menor inclinación a pecar. No sé si algún guionista de Hollywood habrá leído el apócrifo Libro de Enoch, pero si han tenido la ocasión de ver recientemente La mujer del obispo, pueden hacerse una idea de lo que digo. Cary Grant es un ángel (por muy buen tipo que sea, su cara se parece menos a la de un ángel que la mía), al que se ha enviado a la Tierra a ayudar, entre otras personas, a la mujer del obispo, y se enamora de ella, por lo que tiene que escabullirse a su gélida casa en el cielo. Pero quizá el escritor tomó la idea de un poema encantador de sir William Watson, «Los ángeles fugados». Sea como fuere, el Libro de Enoch, que forma parte de los apócrifos bíblicos y nos brinda toda suerte
de especulaciones acerca del período de transición entre el judaismo y el cristianismo, da cuenta del verdadero origen de Satán y los demonios.
Recordarán ustedes que en el Génesis (6:2) se dice que las jóvenes de aquellos tiempos remotos, en los que aún no se conocían ni el maquillaje ni los polvos y tampoco se daban cócteles, eran tan bonitas que los «hijos de Dios» se enamoraron de ellas. Lo más probable es que a sus vecinos devotos no les guste la idea de que los ángeles prefirieran los encantos de aquellas muchachas a las delicias del cielo y seguro que se ruborizan cuando intentan imaginarse cómo… Pero olvidémonos de eso ahora. La ira del Señor y los abortos que siguieron nos dejan meridianamente claro que el escritor se refería a los ángeles cuando dice «hijos de Dios». Su progenie fue una raza de gigantes, con una altura de tres mil pies, según estimó un rabino. Pero el interés de Enoch reside en que el autor describe qué le ocurrió a los ángeles. Se prohibió su entrada al cielo y se convirtieron en «ángeles caídos», los demonios liderados por Satán.
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