Joseph Conrad. El corazón de las tinieblas – La soga al cuello.

noviembre 27, 2009

Ediciones Orbis, 1986. 304 páginas.
Tit. Or. Heart of darkness. Trad. Sergio Pitol. The end of the tether. Trad. Vlady Kociancich.

Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas - La soga al cuello
El horror

Si la primera vez que oí hablar de Conrad fue en Borges, justo es que tenga esta edición del corazón de las tinieblas en su biblioteca personal. Después he oído elogios de Conrad en muchos sitios, y a nadie que le ponga un pero.

No seré yo el que lo haga. No me parece mal escritor, disfruto con sus libros, pero no le acabo de ver tanta grandiosidad. Es de suponer que el defecto está en mis ojos y no en el autor, pero lo siento: no me parece para tanto. Reconozco una cierta grandeza en El corazón de las tinieblas (cuya trama pueden leer en el enlace anterior de la Wikipedia) pero relatos como La soga al cuello, aún siendo entretenidos, no me parecen nada del otro mundo.

Para ser aún más blasfemo diré que prefiero la adaptación peliculera Apocalypse Now (con lo poco que me gusta el cine) y que no tuve ni siquiera un atisbo de ese horror del que me habla Conrad hasta que no vi algunas piezas de la colección africana del Metropolitan. Ahí empecé a respirar ese ambiente malsano que inunda toda la narración.

Les recomiendo hacer la prueba y que ustedes decidan; si es un maestro o sólo un buen escritor.

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Extracto:[-]

»No quise perder más tiempo bajo aquella sombra y me apresuré a dirigirme al campamento. Cerca de los edilicios encontré a un hombre vestido con una elegancia tan inesperada que en el primer momento llegué a creer que era una visión. Vi un cuello alto y almidonado, puños blancos, una ligera chaqueta de alpaca, pantalones impecables, una corbata clara y botas relucientes. No llevaba sombrero. Los cabellos estaban partidos, cepillados, aceitados, bajo un parasol a rayas verdes sostenido por una mano blanca. Era un individuo asombroso; llevaba un portaplumas tras la oreja.

»Estreché la mano de aquel ser milagroso, y me enteré de que era el principal contable de la compañía, y de que toda la contabilidad se llevaba en ese campamento. Dijo que había salido un momento para tomar un poco de aire fresco. Aquella expresión sonó de un modo extraordinariamente raro, con todo lo que sugería de una sedentaria vida de oficina. No tendría que mencionar para nada ahora a aquel individuo, a no ser que fue a sus labios a los que oí pronunciar por vez primera el nombre de la persona tan indisolublemente ligada a mis recuerdos de aquella época. Además sentí respeto por aquel individuo. Sí, respeto por sus cuellos, sus amplios puños, su cabello cepillado. Su aspecto era indudablemente el de un maniquí de peluquería, pero en la inmensa desmoralización de aquellos territorios, conseguía mantener esa apariencia. Eso era firmeza. Sus camisas almidonadas y las pecheras enhiestas eran logros de un carácter firme. Había vivido allí cerca de tres años, y, más adelante, no pude dejar de preguntarle cómo lograba ostentar aquellas prendas. Se sonrojó ligeramente y me respondió con modestia: “He logrado adiestrar a una de las nativas del campamento. Fue difícil. Le disgustaba hacer este trabajo.” Así que aquel hombre había logrado realmente algo. Vivía consagrado a sus libros, que llevaba con un orden perfecto.

»Todo lo demás que había en el campamento estaba presidido por la confusión; personas, cosas, edificios. Cordones de negros sucios con los pies aplastados llegaban y volvían a marcharse; una corriente de productos manufacturados, algodón de desecho, cuentas de colores, alambres de latón, era enviada a lo más profundo de las tinieblas, y a cambio de eso volvían preciosos cargamentos de marfil.
»Tuve que esperar en el campamento diez días, una eternidad. Vivía en una choza dentro del cercado, pero para lograr apartarme del caos iba a veces a la oficina del contable. Estaba construida con tablones horizontales y tan mal unidos que, cuando él se inclinaba sobre su alto escritorio, se veía cruzado desde el cuello hasta los talones por estrechas franjas de luz solar. No era necesario abrir la amplia celosía para ver. También allí hacía calor. Unos moscardones gordos zumbaban endiabladamente y no picaban sino que mordían. Por lo general me sentaba en el suelo, mientras él, con su aspecto impecable (llegaba hasta a usar un perfume ligero), encaramado en su alto asiento, escribía, anotaba. A veces se levantaba para hacer ejercicio. Cuando colocaron en su oficina un catre con un enfermo (un inválido llegado del interior), se mostró moderadamente irritado. “Los quejidos de este enfermo”, dijo, “distraen mi atención. Sin concentración es extremadamente fácil cometer errores en este clima.”
»Un día comentó, sin levantar la cabeza: “En el interior se encontrará usted con el señor Kurtz.” Cuando le pregunté quién era el señor Kurtz, me respondió que era un agente de primera clase, y viendo mi desencanto ante esa información, añadió lentamente, dejando la pluma: “Es una persona notable.” Preguntas posteriores me hicieron saber que el señor Kurtz estaba por el momento a cargo de una estación comercial muy importante en el verdadero país del marfil, en el corazón mismo, y que enviaba tanto marfil como todos los demás agentes juntos.

»Empezó a escribir de nuevo. El enfermo estaba demasiado grave para quejarse. Las moscas zumbaban en medio del silencio.

»De pronto se oyó un murmullo creciente de voces y fuertes pisadas. Había llegado una caravana. Un rumor de sonidos extraños penetró desde el otro lado de los tablones. Todo el mundo hablaba a la vez, y en medio del alboroto se dejó oír la voz quejumbrosa del agente jefe “renunciando a todo” por vigésima vez en ese día… El contable se levantó lentamente. “¡Qué horroroso estrépito!”, dijo. Cruzó la habitación con paso lento para ver al hombre enfermo y volviéndose añadió: “Ya no oye” “¡Cómo! ¿Ha muerto?”, le pregunté, sobresaltado. “No, aún no”, me respondió con calma. Luego, aludiendo con un movimiento de cabeza al tumulto que se oía en el patio del campamento, añadió: “Cuando se tienen que hacer las cuentas correctamente, uno llega a odiar a estos salvajes, a odiarlos mortalmente.” Permaneció pensativo por un momento. “Cuando vea al señor Kurtz”, continuó, “dígale de mi parte que todo está aquí”, señaló al escritorio, “registrado satisfactoriamente. No me gusta escribirle… con los mensajeros que tenemos nunca se sabe quién va a recibir la carta… en esa Estación Central.” Me miró fijamente con ojos afectuosos: “Oh, él llegará muy lejos, muy lejos. Pronto será alguien en la administración. Allá arriba, en el Consejo de Europa, sabe usted… quieren que lo sea.”
»Volvió a sumirse en su labor. Afuera el ruido había cesado, y, al salir, me detuve en la puerta. En medio del revoloteo de las moscas, el agente que volvía a casa estaba tendido ardiente e insensible; el otro, reclinado sobre sus libros, hacía perfectos registros de transacciones perfectamente correctas; y cincuenta pies más abajo de la puerta podía ver las inmóviles fronteras del foso de la muerte.

»Al día siguiente abandoné por fin el campamento, con una caravana de sesenta hombres, para recorrer un tramo de doscientas millas.

10 comentarios

  • ericz noviembre 27, 2009en8:04 pm

    Ya que ud lo pide, aporto el pero: excepto Lord Jim, me gustaron todos sus libros pero no lo calificaría como maestro.
    Tifón, El hermano de la costa, quizás los mejores.

  • luis adolfo duarte reina noviembre 28, 2009en5:26 am

    No niego que saben de literatura, pero asomense a la calle, vivan en la basura,coman desperdicios, alguno de ustedes a vivido a la intemperie afortunados, con una cama limpia, con comida sana,¿ME CREEN SI LES DIGO QUE ESCRIBO DROGADO?

  • Sílvia noviembre 28, 2009en11:45 pm

    El Corazón de las Tinieblas lo leí hace ya bastantes años y recuerdo que me pareció que realmente no había para tanto, es más, dejó tan poca mella que voy postergando más lecturas de Conrad por el poco interés que me suscitó.

    Hasta pronto,

  • Cluje noviembre 30, 2009en1:31 pm

    Me uno al sentir general. El corazón de las tinieblas lo mejor que tiene es el título. Apolcalypse Now, en cambio, es una maravilla.

  • Ruy Guka diciembre 1, 2009en10:40 am

    La neta, El corazón de las tinieblas me dio hueva, puedo decirlo con esta simpleza.

    Éste es otro pinche espam en busca de lectores:
    libro de cuentos: Trolebús maravilla en trolebusmaravilla.blogspot

  • Seikilos diciembre 1, 2009en2:29 pm

    A mí me gustó Heart of Darkness, aunque acuerdo que no estaba a la altura de su fama. Tal vez es una obra que depende más de su contexto histórico. Apocalypse Now, especialmente si es Redux, excedió su fama. Aún hoy da escalofríos, no ha vencido.

  • Palimp diciembre 11, 2009en7:42 pm

    Me alegra ver que no soy el único. Ya pensaba que mis papilas gustativas sufrían atrofia.

  • Marga mayo 31, 2010en8:50 am

    Buscando referencias para entender que hay en corazòn de Tinieblas, que yo no pude encontrar
    llegue aquí. Y sí me gustó, pero no es para tanto, Y sí, me gusta más la peli. Y, también, me gustó mas Lord Jim. Me alegro de encontrar compañeros de gustos literarios.

  • Palimp mayo 31, 2010en6:20 pm

    Y yo me alegro de tu visita y de que compartas gustos y opinión.

  • hector guevara agosto 31, 2011en1:17 am

    el corazon de las tinieblas es un gran denuncia contra la hipocrecia colonialista europea y principalmente contra el Leopold II de Belgica, es una radiografia completa de lo inhumano que suele ser el capitalismo.

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