José Ovejero. Nueva guía del Museo del Prado.

septiembre 14, 2016

José Ovejero, Nueva guía del Museo del Prado
Demipage, 2012. 70 páginas.

Había escuchado en la radio el poema que reproduzco al final, y tomé prestado el libro sólo por volver a leerlo. El resto del libro no me importaba demasiado, la poesía y yo nunca hemos hecho buenas migas. Gran error.

He devorado los poemas como Saturno a sus hijos, y me he burlado de la muerte como el niño que ve el vuelo de la lechuza. Y me he mirado en el espejo de Susana y los viejos, que somos y seremos nosotros. Me he sentido frágil, y despierto, humano en definitiva. Que es como debemos sentirnos ante el arte, la razón de lo que somos.

LOS PINTORES
1.
Cobalto para el azul,
cardenillo para el verde,
para el amarillo trisulfato de arsénico,
antimonio para el negro.
Aprendieron a mezclar los colores
y el aceite, recetas secretas,
la cantidad precisa
para cada veladura.
Lo aprendieron todo y sobre todo aprendieron
a no ver
lo que no debían.
Pintaban pechos, nalgas, pubis
sospechosamente impúberes,
tan perfectos que dan ganas
de alargar la mano; héroes triunfantes,
dioses en todas las posturas,
emperadores, papas, perritos de compañía,
las tierras conquistadas por la ley
del más fuerte. El brillo del oro,
la suavidad del terciopelo,
la mano enguantada. Años de estudio
para reproducir fielmente el frío del acero.
Aprendieron a pintar para otros,
a leer en los ojos y en la bolsa
qué y qué no, el cómo y el cuándo,
a pintar espejos que sólo reflejan
a la más hermosa y las dotes de mando
de los generales.
Pero dónde están los moriscos despojados,
huyendo aturdidos
del que creían su país; dónde los judíos
y el potro en el que confesaban
pecados no cometidos,
dónde las hogueras y el crepitar de la carne,
las mazmorras, el veneno, el hermano apuñalado
para robarle el trono,
los muertos no por la ferocidad de los dioses
sino por el diezmo, los derechos de sucesión,
esta o aquella frontera.
Aprendieron a pintar y a hacer reverencias
a no extraviarse en los pasillos
de palacio, el gusto de la época,
la diplomacia, las conjuras, la lisonja,
aprendieron que la gloria
no huele a barnices, a acuarelas,

a sudor, a lienzo, a la madera seca
de los marcos, sino a la tinta y al lacre
con los que el noble reparte
prebendas, oficios, canonjías.
Siervos se hicieron
para llegar a ser maestros. ¿Quién
de nosotros
tirará la primera piedra?
2.
Y sin embargo ahí están las manos sucias
de los santos y mártires de Caravaggio y la mano
limpia que Danae introduce
entre sus propias piernas,
Fernando VII con cara de tonto,
el heroico pueblo de Madrid es
una horda de salvajes que degüella y revienta,
y el Cordero de Dios, si lo pinta Zurbarán,
es cualquier cordero maniatado,
lana, latido, la carne temblorosa.
Velázquez,
intentando pintar el aire,
aunque nadie se lo había pedido,
la rabia y el espanto en la Quinta del Sordo,
Marte melancólico, cansado
de tanta sangre, la muerte triunfante,
esqueletos que se divierten
con el cuchillo y la horca
y te dicen al oído que no te engañes:
no hay esperanza
ni consuelo. También están, pero no están,
los lienzos quemados
por el celo del inquisidor.
Y el Greco da un salto mortal,
pierde favores —arruga Felipe II el belfo—,
atraviesa siglos y descubre, por fin,
la pintura, a San Sebastián atado a una columna,
pero ya no es santo, nadie ante quien arrodillarse,
porque la forma ha vencido
a la doctrina.
3.
Será que a pesar de todo,
de que son, somos, siervos,
perritos amaestrados que agitamos el rabo
cuando nos aplauden,
y nos gusta tanto
que nos pasen la mano por el lomo;
será que a pesar de todo,
de que también tenemos que pagar
el recibo del gas o quisiéramos nadar
si no en la abundancia al menos
en aguas sin contaminar;
será que mientras buscamos un lugar
más seguro, y quizá incluso soñamos
con una estatua
o con una placa en una calle
a pesar de todo a veces
no perseguimos la gloria
ni un sitio en los libros de Historia
ni la sonrisa amable del mercader,
a veces, pocas, pero alguna, nos empeñamos
en encontrar algo que sea cierto
y nos deslumbre y nos ilumine,
y olvidamos que tenemos un nombre,
un pasado, un futuro;
entonces nos asomamos excitados
a ese rincón no tan oscuro, donde nos esperaba
discreta, calladamente,
la razón de lo que somos.

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