Libros del asteroide, 2011. 210 páginas.
Tit. Or. O meu pé de laranja lima. Trad. Carlos Manzano.
Dudaba si leer el libro. Me animó que fuera de Libros del asteroide, que creo tienen buen gusto. El resumen pueden encontrarlo hasta en la wikipedia: Mi planta de naranja lima. Una novela de corte muy autobiográfico que nos narra las desdichas de Zezé, un niño que es a la vez una buena pieza -sus travesuras son conocidas en todo el barrio- y un pedazo de pan bendito con mucha imaginación. Vive en la pobreza y recibe con frecuencia maltratos físicos. Una esperanza se abre cuando conoce a Manuel, a quien está dedicado el libro.
Las historias en las que la mirada inocente de un niño nos describen la miseria del mundo, si están bien escritas, son estremadamente conmovedoras. Es el caso de este libro, que me encogió el corazón en más de una ocasión. El final es, quizás, excesivamente lacrimógeno, pero la culpa es, en este caso, de la realidad, que no suele tener misericordia y acumula desgracia sobre desgracia sin respeto por las leyes de la narativa.
Lo haría de lectura obligada para todos los preadolescentes que viven en una sociedad opulenta y a todo capricho. Reseñas aquí: José Mauro de Vasconcelos: Mi planta de naranja lima y aquí: Mi planta de naranja lima – José Mauro de Vasconcelos .
Calificación: Bueno.
Extracto:
—Pues yo voy.
Abrí la puerta del cuarto y, para decepción mía, las zapatillas de tenis estaban vacías. Totoca se acercó frotándose los ojos.
— ¿No te lo dije?
En mi alma se formó una mezcla de todo: odio, rabia y tristeza. Sin poder contenerme, exclamé:
— ¡Qué desgracia es tener un padre pobre!…
Desvié la vista de las zapatillas de tenis y vi unos zuecos que estaban parados delante de mí. Papá estaba de pie mirándonos. Sus ojos estaban enormes de tristeza. Parecía que habían crecido tanto, pero tanto, que ocupaban toda la pantalla del Cine Bangu. Había una pena tan dolorosa en sus ojos, que, si hubiera querido llorar, no habría podido. Se quedó mirándonos fijamente un inacabable minuto más y después pasó por delante de nosotros en silencio. Estábamos paralizados y sin poder decir nada. Él cogió el sombrero de encima de la cómoda y se fue de nuevo a la calle. Sólo entonces Totoca me tocó en el brazo.
—Eres malo, Zezé: malo como una cobra. Por eso…
Se calló emocionado.
—No había visto que estaba ahí.
— Malvado, sin corazón. Sabes que Papá lleva mucho tiempo en paro. Por eso yo no pude tragar ayer, al verle la cara. Un día serás padre y sabrás cuánto duele un momento así.
Además, yo estaba llorando.-—Pero yo no lo he visto, Totoca, no lo he visto… —Vete de mi lado. No sirves lo que se dice para nada. ¡Lárgate! Me dieron ganas de salir corriendo por la calle y agarrarme llorando a las piernas de Papá, de decirle que yo había sido muy malo, pero que muy malo, pero seguía parado, sin saber qué hacer. Tuve que sentarme en la cama y desde allí observaba las zapatillas de tenis en el mismo sitio, totalmente vacío, vacío como mi corazón, que iba a la deriva.
— ¿Por qué he ido a hacer eso, Dios mío? Precisamente hoy. ¿Por qué he tenido que ser aún más malvado, cuando todo estaba ya tan triste? ¿Con qué cara voy a mirarlo a la hora del almuerzo? Ni la ensalada de frutas va a poder pasar.
Y grandes ojos, como una pantalla de cine, estaban clavados en mí. Cerraba los ojos y veía los suyos, enormes, enormes…
Toqué con el talón mi caja de limpiabotas y tuve una idea. Tal vez así Papá me perdonara toda la maldad.
Abrí la caja de Totoca y cogí otro bote de betún negro, porque el mío estaba acabado. No hablé con nadie. Salí caminando, triste, por la calle sin sentir el peso de la caja. Parecía que estaba caminando por los ojos de él, que sufría dentro de sus ojos.
Era muy temprano y todo el mundo debía de estar durmiendo después de la misa y la cena. La calle estaba llena de niños que enseñaban y comparaban sus juguetes. Aquello me abatió más. Todos eran niños buenos. Ninguno de ellos haría nunca lo que yo había hecho.
Me detuve delante de Miseria y Hambre con la esperanza de encontrar algún cliente. El café estaba abierto incluso aquel día. No le habían puesto aquel nombre al tuntún. Llegaba gente en pijama, en zapatillas y con zuecos, pero ninguno con zapatos de verdad.
2 comentarios
Desde los 15 años, cada diez me tomo un rato para leer y llorar a moco tendido. Todavía me parece muy bueno.
Lo es.