Como bien indica en la introducción ni es una recopilación de chistes ni una historia de lo cómico. Es un ensayo bien documentado acerca de qué ha significado el humor en diferentes momentos de la historia, su utilización en contra del poder o su uso en contra del otro, del diferente, del raro. También cuales han sido sus límites o cómo ha sido censurado.
Lo bueno es que tiene reflexiones tan interesantes que te gustaría que tuviera 400 páginas más. Lo malo es que no las tiene.
Incluye escándalos recientes, como los tweets de Zapata o los atentados contra Charlie Hebdo.
El texto de Brassens, tan cantado en la transición democrática española, plantea una rebelión individual contra las ideas impuestas por el poder pero también frente a las masas que siguen ese poder. El gran problema de las vanguardias en el siglo de las masas es que van contra el poder que manipula a dichas masas pero no pueden evitar la risa que les provocan las multitudes enfervorecidas, el «rebaño» de Brassens. Durante este periodo, 1870-1970, la izquierda y la derecha se reirán de algo parecido: el «populacho» que obsesiona a la ironía conservadora y el lumpen-proletariado «populachero» que la izquierda critica. Este periodo abusará de las concentraciones de multitudes al servicio de una y otra causas. Hacia los años finales, el pueblo «revolucionario» incluso dejará de ser el motor de la historia para convertirse en consumí-
dor, audiencia y espectador del gran mercado de los medios de comunicación. Este pueblo convertido en «masa» —consumidor desbocado y espectador alienado— ofrecerá un filón enorme a los humoristas para sus chistes. Las vanguardias utilizarán el humor contra el poder, pero también contra esa actitud aborregada de las multitudes —«la gente», a la que diferencian, de forma extraña y un poco esquizofrénicamente, del auténtico pueblo.
Estos cambios también tienen su lado dramático. Si todo en este siglo se mide en cantidades industriales, ¿por qué no el crimen? El siglo de las masas también será el de los «asesinatos en masa», y la industria del terror producido por el propio estado alcanzará una enorme efectividad en estos años. Primero se desarrollará contra los «otros» en los colonialismos; después, contra los «extraños» internos en las limpiezas étnicas de los nacionalismos, y, finalmente, contra toda la población en los totalitarismos expansionistas que llevarán a la catástrofe planetaria de la II Guerra Mundial. En las grandes guerras se aplicarán las últimas novedades de la industria para destruir no solo a los ejércitos de adversarios sino a las poblaciones civiles que los apoyan. El siglo xx ha inventado «la guerra total». En el siglo de las masas, los soldados saben que sus madres, sus mujeres y sus hijos no están a salvo en la retaguardia.
El siglo xx presenta un ambiente tan catastrófico que el humor cambiará absolutamente, convirtiéndose en un producto para que las masas se rían de tanto espanto o para que olviden el horror en que viven, para que se rían de sus presuntos enemigos o de sí mismas. En el siglo de las masas, el humor servirá para soportar el terrible sufrimiento industrializado que se aplica a las poblaciones.
El cine cómico en su comienzo se presenta como una sucesión de incongruencias, caídas y accidentes, una mezcla de batalla de tartas y bofetadas, payasadas zafias y bromas de fiesta infantil, que recoge la tradición rabelesiana del chiste grosero y ambiguamente erótico. Los directores descubren pronto que los espectadores ríen a mandíbula batiente ante algo sorprendente, algo que les daría miedo en la vida real como ciudadanos de segunda clase que son: las persecuciones policiales. Y los directores deciden explotar esta veta escenificando a los miembros del orden como seres absolutamente estúpidos, anárquicos y desordenados. Los policías se enfrentan a un criminal picaro y simpático, un antihéroe que se les escapa continuamente mientras ellos chocan una y otra vez entre sí o con sus vehículos logrando, en ocasiones, su objetivo represor entre los pitidos del público. La escena de las persecuciones policiales es la más repetida en estos años del cine mudo.
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