Bibliopolis, 2004. 310 páginas.
Tit. or. The golden age. Trad. Carlos Gardini.
No había leído sino buenas críticas en la red, e incluso buscando ahora sólo encuentro encendidos elogios (Su editor: Sobre La edad de oro de John C. Wright, o aquí: La edad de oro: una novela del futuro lejano ). Cuando lo encontré en la biblioteca ya la portada me tiró p’atrás. Pero el contenido iba a sorprenderme más.
Estamos en la Ecúmene Dorada, la gente es inmortal y hay todo tipo de seres, mentes colectivas, inteligencias artificiales, clones, aspectos… se vive sumergidos en una realidad aumentada que filtra el entorno, y la gente se dedica a crear y a disfrutar de la vida. Pero en este paraíso Faeton Primo de Radamanto descubre que ha borrado 250 años de su memoria, por razones desconocidas…
El libro es exuberante para bien y para mal. Es original, incluye conceptos que abarcan muchos años del género, y tiene hallazgos muy interesantes. Pero en general uno no sabe si tomarse en serio o no algunas de las cosas que se dicen. Le comenté un fragmento a mi compañero de trabajo y me dijo «Si esto va en serio invalida todo el libro». Yo no iría tan lejos, pero sí que chirría en muchas ocasiones.
Pero el principal defecto no es esta legión de formas neurales complejas, ni siquiera que la amnesia del protagonista nos recuerda al Mundo de los No-A de Van Vogt, sino la dificultad de recrear un mundo tan avanzado tecnológicamente. Me explico. El asistente personal de Radamanto es, se supone, una inteligencia artificial cuatro órdenes de magnitud más inteligente que el protagonista (que se supone es un humano mejorado bastante más listo que cualquiera de nosotros). Pues ni uno ni otro dan muestra de ser especialmente espabilados en todo el libro.
En conjunto merece la pena leerlo, ya que como digo tiene algunos pasajes interesantes, pero de ahí a ponerlo tan por las nubes va un paso. Bien por la originalidad y el exceso, pero como suele decirse, quien mucho abarca poco aprieta.
Calificación: Interesante.
Extracto:
En esta sección había también famosos mistagogos, avatares de antropoconstructos y parciales emancipados, formando el Parlamento de Fantasmas, que procuraba representar los intereses de seres que no podían hablar por sí mismos, personas albergadas en memoria informática, nonatos, personajes simulados, composiciones desbandadas y similares.
Frente a todos ellos, la primera fila de la sección Básica estaba ocupada por Gannis de Júpiter, con veinte variantes de Gannis (subpersonalidades y semipersonalidades, una veintena de mellizos). Estaban vestidos de aristócratas franceses, con chaqueta azul, volantes, galones y encaje. Aun congelado en el tiempo, Gannis lucía una expresión confiada; sabía que él (siendo Exhortador y Par al mismo tiempo) era una de las voces más influyentes del Colegio, y el que sentiría mayor placer personal ante la caída de Faetón.
Había pocas perspectivas de misericordia en el lado derecho de la cámara.
Faetón se volvió a la izquierda. Le divirtió notar que los señoriales, quizá más conscientes que los demás del realismo riguroso de Helión, se habían sentado frente a las ventanas orientales, para que el sol del ocaso no les diera en la cara. Había arcontes y subalternos de muchas mansiones famosas. Quizá Faetón encontrara apoyo entre ellos.
Los señoriales Dorados superaban a los demás. Las Mansiones Doradas incluían a muchos miembros del Parlamento y del Parlamento Paralelo, teóricos políticos, asesores y demás. Mucho antes de que la tecnología de simulación o extrapolación se usara para el entretenimiento, la Escuela Dorada de los inicios la había empleado para predecir resultados de decisiones político-económicas y de importantes movimientos de datos en el espacio de memoria mundial. En la primera fila estaba Tsychandri-Manyu Tawne, alto arconte de la casa de Tawne, representado con suntuosa túnica ducal, roja y dorada. Casi todos los políticos del Parlamento Paralelo, en toda la Ecumene Dorada, habían utilizado en algún momento plantillas de memoria, aptitudes o consejos del complejo mental Manyu, iniciado por Tsychandri, uno de los fundadores del Movimiento de la Exhortación, y su voz más influyente. Pero, curiosamente, no era el idealista que instaba a todos a ser; sus decisiones dependían del cálculo práctico y político (algunos decían cínico).
Y la corriente política se oponía a Faetón. Era claro que Tsychandri-Manyu pediría el exilio permanente, y quizá humillaciones o denuncias públicas; las otras Mansiones Doradas seguirían su iniciativa.
En las cercanías había arcontesas de las Casas Estrella Vespertina, Fósforo y Meridiana de la Escuela de la Mansión Roja. Sus vestidos eduardianos emitían destellos de seda escarlata, rosado y carmesí, y estaban petrificadas en su pose, inclinadas para susurrar detrás de sus elegantes abanicos. Faetón sabía que los Rojos le tenían antipatía por motivos emocionales, y las reinas y condesas Rojas, criaturas muy apasionadas, sucumbirían a sus emociones.
Hasantrian Hecatón Heo de la Casa Pálida de los Blancos había descendido del espacio mental trascendental y había recobrado la psicología hu-
mana para asistir. Tau Continuo Nimvala de la casa de Albión, también un Blanco, había roto sus setenta años de silencio y no había asistido como parcial sino con la presencia de toda su mente. Ambos estaban representados como sacerdotes Victorianos de la iglesia anglicana, alta y baja respectivamente. Los Pálidos eran intelectuales puros; los Albiones sólo permitían las emociones que instaban a los hombres a desdeñar la emoción, como el orgullo, el desdén y la arrogancia. Los Blancos serían imparciales. Científicos e ingenieros, quizá favorecieran la causa de Faetón.
El constructo conocido como Ynought Subwon de la Casa Nuevo Centurión era el único representante Gris Oscuro. Esta escuela, por larga tradición, reprobaba la exhortación. El protocolo Gris Oscuro era más ascético que el Gris Plata. Esta gente austera y lacónica creía más en las leyes que en la oratoria. Los miembros de esta escuela a menudo oficiaban de alguaciles o procuradores de la Curia. Faetón no sabía nada sobre Ynought.
Viridimagus Solitaire (o una reconstrucción) estaba presente como representante de la extinguida Escuela Verde, más notable porque no tenía mansión pero se proyectaba a través de un intelecto público alquilado, un hombre de aspecto común con pantalones oscuros y una larga chaqueta esmeralda. Se destacaba porque era el único hombre vestido con sencillez en ese lado de la cámara. Los Verdes eran los señoriales más primitivistas (si cabía imaginar tal cosa). Si Viridimagus continuaba esa tradición, sin duda reprobaría toda innovación, diría que la colonización de las estrellas era una abominación y pediría una sentencia severa.
Una multitud de señoriales Negros, de las Casas Manchanegra, Repugnancia, En-tu-cara y Retrete, y varias otras casas menores y mansiones parciales de la Escuela Negra, poblaban el banco más alto, en el fondo de la cámara. Estaban vestidos con ropas espléndidas, esmoquin negro y vestidos de terciopelo negro, pero todos estaban desfigurados por enfermedades o defectos de nacimiento comunes en la era victoriana. Su miembro más famoso era Asmodeo Bohost Clamor, de la Casa de Clamor, que se había representado con un cuerpo grotescamente obeso, al menos de doscientos kilos de masa. Su chaqueta negra tenía el tamaño de una tienda, y botones enjoyados seguían la circunferencia de un vasto chaleco globular. Asmodeo Bohost pediría una humillación pública y el festival de insultos, o el castigo conocido como excrementación, pero no el exilio. Las Mansiones Negras amaban la burla y la confrontación, y nunca votaban el exilio, que les causaba un aburrimiento mortal (pues requería ignorar a las víctimas).
En la fila del frente, la Escuela Gris Plata estaba representada por Agamenón XIV de la Casa de Minos, Nausícaa Quemadora de Naves de la Casa Eceo y, por cierto, Helión de la Casa Radamanto.
Aun Helión estaba petrificado en el tiempo. Faetón esperaba cruzar la mirada con su padre, y quizás hallar una sonrisa o una mirada de aliento; pero Helión, fiel a su carácter, no se había otorgado una excepción al estricto protocolo que establecía las reglas del paisaje onírico.
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