Planeta, 2015. 396 páginas.
Tit. Or. Thinking. Trad. Genís Sánchez.
El título (en castellano) engaña mucho; parece un manual de coaching para emprendedores cuando nos encontramos ante un conjunto de artículos acerca de temas de psicología social y moral. Estudios de cómo toma decisiones el ser humano, los problemas de los sesgos cognitivos y un largo etcétera. Más de uno se llevará una sorpresa al leerlo.
No he visto la información por ninguna parte, pero dan la impresión de ser transcripciones de conferencias o charlas. Esto tiene como parte buena que el nivel es bastante divulgativo y por lo tanto muy entendible hasta por profanos como yo. Como desventaja el tono, algunas repeticiones y que algunos artículos quedan deslavazados.
Se cuentan ideas muy interesantes. Lean los fragmentos que dejo al final, son particularmente sabrosos.
Recomendable.
Hay una anécdota muy divertida que ilustra este conflicto: a un teórico de la decisión muy famoso que daba clases en la Universidad de Columbia le habían ofrecido un puesto en una universidad rival y le costaba muchísimo decidir si aceptaba o no ese puesto. Su amigo, un filósofo, le dijo: «¿Cuál es el problema? Haz eso sobre lo que escribes y das clases. Maximiza tu utilidad prevista». Y el teórico de la decisión le respondió exasperado: «¡Venga ya, que ahora va en serio!».
En muchos casos, las decisiones se guían por lo que llamo una heurística rápida y frugal (a veces son más rápidas y a veces son más frugales). Por ejemplo, decidir entre dos puestos de trabajo puede suponer unas consecuencias imposibles de medir para quien debe tomar la decisión. El puesto nuevo puede traer más dinero y prestigio, pero a costa de entristecer a los hijos que no quieren mudarse por miedo a perder a sus amigos. Algunos economistas creen que toda decisión se puede reducir a un denominador común, pero hay personas que no pueden hacerlo y toman una decisión por una sola razón dominante.
Los economistas nos han mostrado que cuando las necesidades básicas están cubiertas no hay mucha «utilidad marginal» en el aumento de la riqueza. En otras palabras, la diferencia entre alguien que gana 15.000 y alguien que gana 40.000 es mucho mayor que la que existe entre alguien que gana 100.000 y alguien que gana un millón. A los psicólogos, los filósofos y los líderes religiosos les cuesta muy poco decir que el dinero no da la felicidad, pero eso solo revela su incapacidad de entender cómo es vivir en la calle con el estómago vacío. El dinero supone una gran diferencia para quienes no tienen nada.
Por otro lado, cuando las necesidades básicas están cubiertas no parece que más riqueza suponga más felicidad. Así pues, la relación entre dinero y felicidad es compleja y, sin duda, no es lineal. Si fuera lineal, los «milmillonarios» serían mil veces más felices que los millonarios y estos serían cien veces más felices que los profesores. Y está claro que no es así.
Las relaciones sociales son un indicador de la felicidad mucho más sólido que el dinero. Las personas felices tienen redes sociales extensas y buenas relaciones con los integrantes de estas redes. Lo que encuentro interesante es que si bien el dinero mantiene una relación débil y compleja con la felicidad y la correlación de la felicidad con las relaciones sociales es sólida y simple, la mayoría de nosotros dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo a intentar ser felices buscando la riqueza. ¿Por qué? Pues porque las personas y las sociedades no tienen la misma necesidad básica. Las personas quieren ser felices y las sociedades quieren que las personas consuman.
Parece que las instituciones financieras ganan dinero llevando a cabo transacciones (como cobrar por el mantenimiento de las cuentas de nuestras suegras) y que lo pierden todo asumiendo riesgos que no entienden. Quiero que esto se acabe, y que se acabe ya: los parches que el establishment bancario está aplicando en todo el mundo equivalen a curar a un paciente acudiendo a un médico cuyo historial revela que ha matado sistemáticamente a todos sus pacientes. Y esto no se limita solo a la banca: lo generalizo a toda una clase de variables aleatorias que no tienen la estructura que creemos y que nos pueden hacer quedar como tontos.
Pero es que somos más que tontos: a causa de variables de tipo socioeconómico y otras variables no lineales complejas, no solo vamos en un autobús conducido por un ciego, sino que nos negamos a admitirlo a pesar de las pruebas, un problema que para mí se debe a la patología que aqueja al mundo académico. Después de 1998, cuando una colección de científicos «coronados» con el Nobel (la flor y nata del establishment de la economía financiera) llevaron a la quiebra al fondo Long Term Capital Management porque los métodos «científicos» usados habían calculado mal el papel de un suceso raro, esas metodologías y esa pretensión de entender el riesgo tendrían que haber quedado desacreditadas por completo
1) Evitar la optimización, aprender a apreciar la redundancia
Los psicólogos nos dicen que el dinero no da la felicidad… si se gasta. Pero si lo escondemos bajo el colchón seremos menos vulnerables a un Cisne Negro. Solo optimizan los tontos (como los bancos) porque no se dan cuenta de que un simple error de modelo puede acabar con su capital (como acaba de suceder). Un día de agosto de 2007, el volumen medio de transacciones diarias de Goldman Sachs se multiplicó por 24; ¿habría hundido al sistema de haberse multiplicado por 29? Solo sé de un punto débil de los mercados financieros: su poder para impulsar a personas y empresas hacia la «eficiencia» (con el fin de satisfacer el objetivo de beneficios de un analista de bolsa) frente al riesgos de sucesos extremos.
Algunos sistemas tienden a optimizar y esto los hace más frágiles. Un ejemplo son las redes de suministro eléctrico: optimizan hasta el punto de no poder hacer frente a los picos inesperados de consumo. Albert Lazlo Barabasi ya nos avisó de la posibilidad de un apagón en todo Nueva York como el de agosto de 2003. Todo un profeta, el hombre. Pero el suministro de energía no ha dejado de ganar en eficiencia desde entonces. Los precios de las materias primas se pueden doblar por un leve aumento de la demanda (petróleo, cobre, trigo) y nos quedamos sin margen. Casi ninguno de los que hablan de la estrategia guiada por conceptos o «de tierra plana» se da cuenta de que, al estar tan sobreoptimizada, su vulnerabilidad es máxima.
Los sistemas biológicos que han sobrevivido millones de años incluyen muchísimas redundancias. Basta con pensar en por qué nos gustan tanto las relaciones sexuales (¡es redundante practicarlas tanto!). Históricamente, las poblaciones humanas han tenido de cuatro a doce hijos por pareja para lograr la media histórica de dos supervivientes hasta la edad adulta.
Análisis teórico de opciones: la redundancia se parece a una opción a largo plazo. Hay que pagar por ella, claro, pero puede ser necesaria para la supervivencia.
Por ejemplo, ¿por qué hay tanta gente que no puede solucionar la tarea de selección de Wason (o de las cuatro cartas) ni muchísimos silogismos básicos?, ¿por qué hay tanta gente que rinde peor si se le pide que reflexione sobre un problema que si no se le da ninguna instrucción especial?
Concretando aún más, ¿por qué el sesgo de confirmación —el sesgo más dañino de todos— es prácticamente imposible de erradicar? Dicho de otro modo, ¿por qué la gente busca automáticamente pruebas que apoyen sus creencias iniciales y por qué es prácticamente imposible enseñarla a no hacerlo? Nadie ha encontrado la manera de enseñar a la gente a pensar críticamente, a que reflexione automáticamente sobre la posibilidad de que su postura sea errónea.
Y, por último, ¿por qué el razonamiento es tan sesgado y tan dependiente de la motivación cuando están en juego el interés personal o la imagen de uno mismo?, ¿no sería más adaptativo conocer la verdad de las situaciones sociales en lugar de intentar manipularlas?
La respuesta, según Mercier y Sperber, es que el razonamiento no ha surgido de la necesidad de conocer la verdad. La evolución ha diseñado el razonamiento para que nos ayude a ganar debates. Por eso los autores nos plantean la teoría del razonamiento para el debate del título. Como dicen ellos —también está en las notas que he repartido—, «la pruebas aquí revisadas no solo revelan que el razonamiento no siempre da lugar a unas creencias y unas decisiones racionales, sino que en una variedad de casos incluso puede ir en detrimento de la racionalidad. El razonamiento puede llevar a malos resultados, pero no porque el ser humano sea malo razonando, sino porque sistemáticamente se esfuerza en hallar argumentos que justifiquen sus creencias y sus actos.
Un comentario
Sin duda lo que me ha atrido más son los fragmentos que has compartidos. Apuntado queda.