John Brockman. Este libro le hará más inteligente.

noviembre 4, 2023

John Brockman, Este libro le hará más inteligente
Paidós, 2012. 544 páginas.

La idea, pedir a destacadas figuras intelectuales que nos den un concepto que podamos incorporar a nuestra caja de herramientas cognitivas, es buena. La ejecución, un desastre. Para empezar es increíble que si se pregunta a tanta gente no se repitan conceptos, por lo que seguramente cada persona que colabora debe saber lo que ya se ha dicho y elegir entre lo que quede.

Cada uno arrima el ascua a su sardina y si bien aparecen algunos conceptos clave (como podría ser el doble ciego) hay otros que son de segunda o tercera categoría e incluso algunas idas de olla notables. Siempre relacionados con el campo de experiencia de quien da el concepto.

Incluso gente solvente como Dennet no está a la altura de su brillantez habitual. No digo que alguno de los conceptos no me haya resultado interesante (por ejemplo, la caconomía, que he sufrido en muchísimos sitios donde he impartido clases) pero la gran mayoría no y están pobremente explicados.

Decepcionante.

«Caconomía» —esto es, la extraña predilección por las recompensas de baja calidad— es un importante concepto que explica por qué resulta habitual que la vida nos parezca tan mediocre.
Los enfoques estándar de la teoría de juegos postulan que, al comerciar tanto con las ideas como con los bienes o los servicios, la gente quiere recibir siempre de los demás un trabajo o un servicio de alta calidad. Imaginemos por un momento que reducimos la complejidad natural de la situación y que la calidad con la que pueden intercambiarse los bienes no admite más que dos niveles: alto o bajo. La caconomía (palabra que procede de una voz griega con la que se viene a señalar la economía de lo peor) describe un tipo de situaciones en las que las personas no se limitan a exhibir la habitual preferencia que les induce a querer recibir bienes de alta calidad y a entregar a cambio, cuando ellos mismos son los beneficiarios, bienes de baja calidad —en lo que constituye la normal recompensa del timado— sino que revelan preferir de hecho entregar un producto de baja calidad y recibir igualmente un bien de baja calidad, lo que significa que aceptan de mutuo acuerdo un intercambio de baja calidad por ambas partes.
¿Cómo es posible que se den este tipo de situaciones? ¿Podemos considerarlas racionales? Aun suponiendo que tuviéramos una cierta propensión a la pereza y prefiriéramos entregar un producto de baja calidad, como sucedería en el caso de que nos pareciera más interesante escribir un artículo para una revista mediocre con tal de que la empresa editora no nos exigiera trabajar con demasiado ahínco, lo lógico sería esperar que continuáramos prefiriendo esforzarnos poco y recibir mucho. Es decir, entregar objetos de baja calidad y recibir una recompensa de alta calidad. Sin embargo, la caconomía es diferente: ¡cuando nos abonamos a ella no nos limitamos a preferir la entrega de unos productos de baja calidad sino que también aceptamos recibir a cambio un bien de baja calidad!
La caconomía es una extraña y, sin embargo, muy difundida predilección por los intercambios mediocres que se mantiene al menos mientras nadie se queje de la situación. Los mundos caconómicos son mundos en los que la gente no solo convive con el escaso rigor propio y ajeno sino que espera realmente que ese sea el comportamiento general: confío en que el otro no cumplirá plenamente sus promesas porque quiero tener la libertad de no cumplir yo las mías y, además, no sentirme culpable por ello. Lo que determina que este sea un caso tan interesante como extraño es el hecho de que en todos los intercambios de naturaleza caconómica ambas partes parezcan haber establecido un doble acuerdo: por un lado un pacto oficial por el que los dos intervinientes declaran tener la intención de realizar uno o más intercambios con un elevado nivel de calidad, y por otro un acuerdo tácito por el que no solo se permiten rebajas en esa calidad supuesta sino que se coincide incluso en esperarlas. De este modo, nadie se aprovecha del otro, ya que la caconomía se halla regulada en virtud de una norma social tácita que implica la aceptación de rebajas en la calidad, es decir, la mutua asunción de un resultado mediocre, satisfactorio para ambas partes mientras una y otra se avengan a afirmar públicamente que el intercambio ha tenido en realidad un alto nivel de calidad.
Pongamos un ejemplo: imaginemos que un autor sólidamente afianzado y con varios grandes éxitos de ventas en su haber ha de remitir a su editor una obra cuyo plazo de entrega haya rebasado ya con creces. El escritor en cuestión cuenta con un abundante número de lectores y sabe perfectamente que la gente se lanzará a comprar el libro que escriba basándose sencillamente en que se trata de una obra suya —y además es también muy consciente de que el lector medio rara vez acostumbra a pasar del primer capítulo—. Su editor también tiene presente todo esto. Así las cosas, el autor decide entregar el manuscrito pese a que este apenas contiene otra cosa que un inicio electrizante y una trama mediocre (un producto de baja calidad). El editor se contenta con el texto recibido y felicita al autor como si este le acabase de confiar una obra maestra (en un ejemplo de retórica de la alta calidad), de modo que ambos quedan satisfechos. El autor no solo prefiere entregar un trabajo de baja calidad, sino que, también, considera preferible que la respuesta del editor sea igualmente de baja calidad y que la empresa se revele incapaz de corregir con seriedad las galeradas y se muestre plenamente dispuesta a no poner ningún reparo a la publicación del texto. Ambos confían en su recíproca falta de fiabilidad y se confabulan para conseguir un resultado de baja calidad que resulta, en último término, ventajoso para ambos. Siempre que nos encontremos frente a un acuerdo tácito destinado a provocar que las partes acepten un resultado de baja calidad que beneficie a ambos intervinientes nos hallaremos ante un caso claro de caconomía.
Paradójicamente, si una de las dos partes genera un resultado de alta calidad en lugar del mediocre producto esperado, la parte contraria lo encajará mal y se considerará víctima de un abuso de confianza —pese a que muy posiblemente no lo reconozca de forma abierta—. En el ejemplo que acabamos de poner, es muy posible que el autor se ofendiera con el editor si este realizara una corrección de pruebas de alta calidad. En este tipo de relaciones, la formalidad consiste en responder con una intervención de baja calidad a una entrega de calidad igualmente mediocre. Al contrario de lo que sucede en el habitual ejemplo que plantea la teoría de juegos con el dilema de prisionero, solo habrá garantía de que ambas partes habrán de mostrarse dispuestas a repetir la interacción con la parte contraria en caso de que la persona en cuestión también esté decidida a ofrecer un resultado de baja calidad y a no procurar en cambio una respuesta de alta calidad.
No puede decirse que la caconomía dé lugar invariablemente a una situación deplorable. A veces permite una cierta reducción de las expectativas, lo cual confiere un tono más relajado a la vida, para beneficio de todos. Esto me lleva a recordar lo que me comentaba hace algún tiempo un amigo que acababa de iniciar una serie de reformas en una casa de campo que posee en la Toscana: «Los obreros italianos jamás entregan un trabajo en la fecha prometida, pero la buena noticia es que tampoco esperan que uno les pague el día acordado».
Sin embargo, el principal problema de la caconomía y la razón de que quepa considerarla una especie de insensatez colectiva tremendamente difícil de erradicar estriba en el hecho de que todos y cada uno de los intercambios de baja calidad que se realizan instauran un equilibrio local, un equilibrio por el que ambas partes quedan satisfechas —a pesar de que, a largo plazo, cada uno de esos intercambios termine por erosionar la generalidad del sistema—. Por consiguiente, la amenaza que de ese modo pone en peligro la obtención de un buen conjunto de resultados colectivos procede no solo de la existencia de aprovechados y predadores, como acostumbran a enseñarnos actualmente las corrientes dominantes de las ciencias sociales, sino también de la presencia de una serie de bien organizadas normas de comportamiento caconómico, unas normas que regulan los intercambios de la peor manera posible. El cemento de la sociedad no se limita únicamente al establecimiento de fórmulas de cooperación encaminadas a la obtención de un bien común, de modo que si queremos entender por qué la vida nos parece tan mediocre deberíamos revisar las normas de cooperación que, habiendo sido pensadas para la consecución de un óptimo local, logran, en realidad, un empeoramiento general.

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