Joan-Carles Mèlich. La religión del ateo.

octubre 2, 2023

Joan-Carles Mèlich, La religión del ateo
Fragmenta, 2019. 76 páginas.

Repito con otro libro corto de este autor a raíz de una conferencia que le escuché en la fundación March. En este caso los aforismos se dejan de lado y se centra en lo que el denomina la religión del ateo ¿Qué religión puede ser esa? Una de la que ya nos avisaba Nietzsche, una vez desaparece la moral absoluta solo nos queda la ética del día a día. Desaparecida la épica de las grandes religiones solo nos queda la prosa de la realidad.

Confieso estar de acuerdo con el planteamiento del autor. La moral tampoco queda destruída, pero la ética vive en los márgenes. Toda definición de bien absoluto es autoritaria y falaz, porque no es lo que vivimos en el día a día y además nos conduce a un dogmatismo peligroso. Mejor aceptar el bien cotidiano, la compasión, el humor, que no los grandes sermones escritos en piedra.

Muy bueno.

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La inocencia del devenir llegará también a la identidad. No hay un yo puro, una razón pura, ni teórica ni práctica, no hay un sujeto trascendental, sino sujetos corpóreos, finitos, seres que nacen, sufren, gozan y mueren. Sin finitud no hay vida. La metafísica y, más concretamente, la moral metafísica en sus diversas formas, niega el cuerpo; por eso Nietzsche hablará de ella como de un atentado contra la vida. La metafísica ha concebido al ser humano como un «híbrido de planta y fantasma»,19 y por eso cree que ha conseguido eludir algo ineludible: la finitud, la contingencia, el tiempo y la muerte. Pero, para Nietzsche, una vida sin finitud, una vida sin cuerpo, sin placer y sin dolor, es una vida despreciable. No es, de hecho, vida.
Lo que la inocencia del devenir muestra es que no hay una única visión del mundo obligatoria para todos. No hay ni una única forma de vivir ni de ser en el mundo.20 Ser prosaico significa que el yo es un texto que se va tejiendo a salto de mata, en las encrucijadas de la vida. En cada situación el yo es construido y deconstruido, es el resultado en las relaciones que establecemos con los demás, con una referencia ambivalente a una gramática, esto es, a un código simbólico-normativo que heredamos al llegar al mundo. Pero la vida no tiene un manual de instrucciones que nos diga cómo debemos vivir. Se aprende a vivir viviendo.


Pero hay otro aspecto que no debería olvidarse y que Kundera siempre tiene presente, un aspecto nuevo que no aparecía ni en Nietzsche ni por supuesto en Heidegger. Si la novela supone la crítica radical de la mirada metafísica, ella también lleva consigo su incompatibilidad con el mundo totalitario. «La novela, en tanto que modelo de este mundo, fundamentado en la relatividad y ambigüedad de las cosas humanas, es incompatible con el universo totalitario.»11 Nada tiene que ver el mundo metafísico, el mundo de la única verdad que excluye la duda, la relatividad, la interrogación, con el mundo de la novela, un mundo ambiguo y de claroscuros. Los sistemas totalitarios, sean del signo que sean, no soportan la prosa. A un dogmático se lo reconoce porque no tiene sentido del humor, porque sus ideas se presentan como verdades eternas, porque nunca está dispuesto a reconocer un error y un cambio en las rutas de su vida, porque su identidad es fija, porque tiene unos principios que no quiere reconsiderar. Al dogmático se lo reconoce porque pretende hacernos creer que en su boca está la palabra del Absoluto.

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