Jhumpa Lahiri. Intérprete de emociones.

mayo 18, 2020

Juhmpa Lahiri, Intérprete de emociones
Ediciones del bronce, 2000. 248 páginas.
Tit. Or. Interpreter of maladies. Trad. Antonio Padilla.

Incluye los siguientes relatos:

Una medida temporal
Cuando el señor Pirzada venía a cenar
Intérprete de emociones
Un durwan de verdad
Sexy
La casa de la señora Sen
Esta casa está bendecida
El tratamiento de Bibi Haldar
El tercer y último continente

Lahiri es una escritora que me encanta, que une una calidad de escritura extraordinaria con una cuidada construcción de la trama y unos personajes que parecen respirar a tu lado. Como será que el primer cuento Una medida temporal que ya había leído y conocía el final, me sorprendió igual que si lo leyera por primera vez.

Otras reseñas: Intérprete de emociones y Intérprete de emociones.

Muy recomendable.

Al día siguiente, Shukumar empleó horas en pensar qué iba a decirle a Shoba. Dudaba entre confesar que cierta vez arrancó la fotografía de una mujer de una de las revistas de modas a las que antaño estaba suscrita, fotografía que había llevado entre las páginas de sus libros durante una semana, o revelar que en realidad nunca perdió el chaleco de punto que ella le regalara por su tercer aniversario de boda, sino que lo cambió por dinero en metálico en la tienda de Filene para después emborracharse a solas en un bar de hotel en pleno mediodía. Con ocasióii de su primer aniversario, Shoba le había regalado con una cena-buffet de diez platos, preparada en exclusiva para él. El chaleco le había deprimido.
—Mi mujer me ha regalado un chaleco de punto por nuestro aniversario de boda —había confesado al barman, con la cabeza espesa por el coñac.
—¿Y qué esperaba usted? —había respondido el barman—. En eso consiste el matrimonio.
En cuanto a la fotografía de la mujer, no sabía por qué la había arrancado de la revista. Menos guapa que Shoba, la mujer lucía un vestido blanco con lentejuelas, un rostro flaco y antipático y unas piernas hombrunas. Con los brazos alzados en el aire, con los puños junto a la cabeza, parecía como si se fuera a golpear en las orejas. Se trataba de un anuncio de medias de mujer. Shoba estaba embarazada por entonces, con el estómago repentinamente inmenso, hasta el punto de que Shukumar no quería ni tocarla. La primera vez que vio el anuncio, estaba en la cama junto a ella, contemplándola mientras leía. Cuando más tarde vio la revista en el montón de papeles para reciclar, dio con la mujer y arrancó su imagen con sumo cuidado. Durante una semana se permitió echarle una miradita al día. La mujer le producía uh intenso deseo, un deseo, sin embargo, que se convertía en asco después de
un minuto o dos. Era lo más cerca que había estado del adulterio.
Shukumar habló a Shoba del jersey en la tercera noche; de la fotografía en la cuarta. Ella no hizo comentario alguno mientras él hablaba, no efectuó protesta o reproche en absoluto. Se contentó con escucharle y, por fin, apretar su mano con la misma fuerza de antes. En la tercera noche, ella le confesó que cierta vez, después de una conferencia a la que habían asistido juntos, no hizo nada por advertirle que tenía una mancha de paté en la barbilla cuando se dirigió a hablar con el catedrático. Irritada con él por un motivo u otro, le dejó explayarse de forma interminable sobre la beca que necesitaba para el siguiente semestre sin tan sólo llevarse el dedo a la propia barbilla a fin de avisarle. En la cuarta noche, le reveló lo poco que le gustaba el único poema que él había publicado en su vida, escrito aparecido en una revista literaria de Utah. Shukumar había escrito ese poema poco después de conocer a Shoba. Según añadió ella ahora, el poema siempre le había parecido demasiado sentimental.
Algo sucedía cuando la casa estaba a oscuras. De nuevo se veían capacitados para hablar el uno con el otro. La tercera noche, después de cenar se sentaron en el sofá; cuando se fue la luz, Shukumar la besó con timidez en la frente y el rostro; aunque estaba a oscuras, cerró los ojos, a sabiendas de que ella también cerraba los suyos. La cuarta noche subieron al piso de arriba con paso cuidadoso, a la cama, tanteando a medias el último escalón antes del rellano, para hacer el amor con una desesperación que habían olvidado. Shoba lloró en silencio y musitó su nombre, mientras repasaba la línea de sus cejas en la oscuridad. Mientras le hacía el amor, Shukumar se preguntó qué le diría él la próxima noche, y qué le diría ella, excitándose ante la perspectiva.

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