Jesús Cañadas. Pronto será de noche.

junio 13, 2023

Jesús Cañadas, Pronto será de noche
Valdemar, 2015. 254 páginas.

En un atasco de quienes huyen del fin del mundo se ha cometido un asesinato. Como si importara. Pero Samuel es policía y decide que tiene que averiguar quién es el asesino. Aunque el horror les esté pisando los talones, apenas quede comida y agua y el futuro sea más negro que la noche que se aproxima.

No sé si se puede calificar de road movie a una novela que transcurre en un atasco, como nos dice la contraportada, pero sí que tiene un ritmo endiablado y de que te engancha desde el principio; yo me la ventilé en dos tandas. No solo por saber quién es el asesino -algo que dejó de importarme a mitad de la novela- sino también, y principalmente, por ese mundo que se dibuja de fondo, donde no sabes cual va a ser la sorpresa -terrible- que va a venir a continuación.

Este libro me confirma que Jesús Cañadas es un nombre a seguir, porque el pulso narrativo que tiene la novela y los toques adecuados de terror que presenta en cada momento y alguna de sus imágenes son magníficas. Por ponerle un pequeño pero me resultó increíble la presencia de un autobús con 52 niños que apenas molestan… eso sí que es inimaginable y no los terrores que acechan en la oscuridad.

Muy bueno.


Samuel no es un tipo imponente. Apenas sobrepasa el metro setenta, pero tiene las manos grandes y velludas, los hombros anchos. Cara de serióte. Ahora que ha dejado de afeitarse, su expresión se ha vuelto agreste, casi amenazadora. Sabe sonreír, claro que sabe sonreír. Pero no suele hacerlo. Le han pegado más de una vez. Lo evidencian las pequeñas hendiduras que tiene en la mandíbula y en los pómulos. Ahí no crece la barba.
El automóvil es rojo. Samuel mira por la ventanilla. Alicia está despierta. Tiene las manos sobre el volante. Manos regordetas, de piel pálida y aspecto delicado, con las uñas muy cuidadas y diminutas. Tiene las gafas puestas, unos cacharros gruesos de pasta marrón, demasiado grandes para su cara. Está mirando al frente, a nada en particular. Suele hacerlo, pero en eso no es diferente de los demás. Sus ventanas sí tienen vaho. Samuel golpea el cristal con los nudillos. Alicia pulsa un botón, el cierre salta y Samuel abre la puerta. Una vaharada de olor corporal lo abofetea. No le resulta desagradable. Antes de entrar se recoloca los vaqueros y se peina con los dedos. El pantalón le empieza a
bailar en la cintura. Aún no se ha preguntado cuántos días pasan hasta que uno se muere de hambre.
Alicia dice:
-Buenos días, madero.
Se acomoda en el asiento. Está bien que sea él quien le dé la noticia. Es lo correcto. Aunque pensaba que sería más fácil hacerlo. Empieza a hablar. Tose. Vuelve a intentarlo.
-El médico está muerto.
Alicia echa la cabeza hacia atrás. Tiene los ojos muy abiertos. Muy claros y muy abiertos. Aún no se ha peinado. Mechones negros desordenados. Se diría que no se da cuenta cuando sus manos se cierran sobre su prominente barriga en un gesto protector. Alicia está embarazada de nueve meses. Viaja sola.
-No me jodas.
Alicia tiene una voz aguda pero suave. Samuel pensaba que todas las embarazadas son seres dulces que irradian ternura allá donde van. Eso demuestra que Samuel no ha tenido cerca a una embarazada en su vida. Alicia es la prueba de que se equivoca.
Samuel no dice nada. Ella pregunta:
-¿Cómo ha sido?
Duda si explicárselo o no, pero se da cuenta de que lo sabrá todo con pelos y señales antes de que anochezca.
-Lo han estrangulado.
El mentón de Alicia tiembla. Es demasiado joven para estas noticias. Es demasiado joven para todo lo que está pasando.
-Joder, coño. ¿Cómo…? ¿Quién…?
La interrumpe un pitido estridente. Se le arruga la cara. El pitido se repite. Es un teléfono móvil. El teléfono móvil de Alicia. Está sobre el salpicadero. Vibra. Suena. Alicia lo mira. Samuel lo mira. Alicia lo coge. Hay un nombre en la pantalla.

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