Monumental libro que, destornillador en mano, se dedica a desguazar el taller literario del siglo XX, analizando cómo los novelistas se dedicaron, del Ulyses en adelante, a destrozar la tradición narrativa del XIX incorporando cada vez más recursos inimaginables.
La primera parte son artículos que analizan una obra (el Ulyses, La metamorfosis, El loro de Flaubert…) poniendo al descubierto sus estrategias estructurales y sus saltos al vacío. COn precedencia de muchas citas adecuadas a cada caso y acompañadas de numerosos pies de página que sirven para apuntalar el texto y como disgresión narrativa.
La segunda parte es una selección de textos que o bien hablan del oficio de escribir o representan ejemplos de los temas tratados en el libro, todos de una calidad excelente.
Cumple el libro tres funciones: nos enseña a leer, iluminando los textos que analiza orientando y explicando la originalidad de los mismos. Nos enseña a escribir, pues nos revela un arsenal de herramientas que podemos utilizar o subvertir. Y nos da un catálogo de textos a los que ir a beber en busca de una nueva tradición que apreciar y desguazar.
Muy recomendable.
En más de un sentido podría afirmarse, pues, que el Ulises ha sido concebido como un texto de transmisión oral que, en buena medida, convendría poder leer en voz alta a fin y efecto de que muchas de sus páginas vean activados sus mecanismos retóricos de rima, sonoridad, ritmo, musicalidad y prosodia. Créanme, leyéndolas en voz alta abrirán el cofre de la novela y descubrirán realmente algunos de sus tesoros literarios más preciados. Lean un puñado de páginas aquí y, si no les seduce el resultado, prueben a hacer lo mismo unas páginas más allá, como si hicieran catas en el edificio del texto. Y sobre todo, no se obsesionen nunca, recuérdenlo, con leer la novela de un tirón como si fuese un melodrama de Tolstói o un entretenido folletín. Y bajo ninguna circunstancia, suceda lo que suceda, traten de leer el Ulises sientiéndose obligados por el mero hecho de que es un clásico entre los clásicos: no lo lean frunciendo el ceño, no lo lean fingiendo ser sesudos eruditos, no lo lean desde el reparo ni el prejuicio. No funcionará. Nunca. El Ulises no está pensado para ser leído así, no hay intriga que valga, no esperen en vano que tarde o temprano el galimatías se ordene y comience a parecer convencional. Tómenselo como una colección de perversos acertijos y ya verán cómo disfrutarán.
El lenguaje es vida. ¿Hay menos vida en dar vueltas a las frases que en fabricar automóviles? ¿Hay menos vida en leer Alfaro que en ordeñar una vaca o lanzar una granada de mano?
Philip Roth, «Entrevista para Le Nouvel Obseruateuf, Lecturas de mí mismo
¿Acaso no nos resultan mucho más cercanas estas bobadas de Madame Dalloway que algunas trascendencias de Mrs. Bovary? Pues esta inmediatez, esta cercanía de Dalloway, que nos compensa de su banalidad, y de la falta de tema y de acción trepidante, se la debemos a la técnica esgrimida por el narrador. Una técnica defectuosa mata una buena historia del mismo modo en que una técnica asombrosa puede hacerla prescindible.
Si ustedes ignoraran que se trata de fragmentos de una novela de Julián Barnes, ¿acaso no se verían obligados a confesar su convencimiento de que lo que acaban de leer son fragmentos de un artículo de crítica literaria, o de un ensayo sobre narrativa?
Y en El loro de Flaubert no sólo existen ensayos de historia de la novela o de crítica literaria, también un test psicológico, una biografía completa, capítulos de novela, un diccionario de tópicos, un examen final para lectores del libro especialmente atentos y aplicados, una cronología y la Biblia en verso… Parece cualquier cosa menos una novela, pero, falsa paradoja, es una novela precisamente porque contiene cualquier cosa509.
Lo importante de toda trama es esto: ver cómo ese fulano se las arregla en
tal situación. Lo que quiere decir que toda trama es siempre un acto optimista
en cuanto es una investigación de cómo se reacciona (claro está que también la
derrota de ese fulano es este acto: si es derrotado por su autor, quiere decir que
no ha sabido salir bien librado de ella —juicio implícito sobre lo que había que
hacer para salir bien librado—). Éste es el mensaje de toda trama: así se debe, o
no se debe, hacer. Por esto hay obras inmorales: las obras en las que no hay trama.
El arte moderno que parece huir de la trama, simplemente sustituye a la
ingenua de la crónica de los hechos por una sutilísima miríada de acontecimien-
tos interiores en que sustituye a los personajes un solo personaje (average man) que
puede ser cualquiera de nosotros —mejor dicho, lo es, bajo las viejas y groseras
;esquematizaciones psicológicas.
A la cima de este arte se llega mediante un truco: al average man considerado como extraordinario héroe (primer momento del arte moderno) le sustituye el extraordinario héroe considerado en su normalidad (averageness). Y como se evitan las esquematizaciones del pasado, se busca al héroe extraordinario en lo patológico (lo extraordinario común) y se le sigue con indiferente homeliness (¿Faulkner? ¿O’Neill? ¿Proust?),
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