Jaroslav Hasek. Las aventuras del buen soldado Svejk.

enero 25, 2016

Jaroslav Hasek, Las aventuras del buen soldado Svejk
Círculo de lectores, 2008. 790 páginas.
Tit. or. Osudy dobrého vojáka Svejka. Trad. Monika Zgustova.

Con el habitual miedo a enfrentarse a los clásicos encaré la lectura de esta magna obra… y como también es habitual era un miedo infundado. Además de su calidad, es un libro muy divertido.

Publicado por partes nos va narrando la historia del soldado Svejk, del que uno no sabe si es tonto o muy listo, o ambas cosas a la vez. Estalla la primera guerra mundial y comienzan sus desventuras: detenido por infamar al emperador, investigado por su supuesta incapacidad y alistado finalmente. En la guerra será asistente de diversos oficiales y llegará a ir al frente, acompañado siempre por el despropósito.

El autor aprovecha las andanzas de Svejk para criticar duramente la guerra, la burocracia, a los oficiales, el sinsentido de la burocracia… y según parece con nombres y apellidos reales, lo que le debió causar más de un problema. Svejk adereza sus peripecias con una cantidad inagotable de historias de conocidos suyos, que alcanzan cotas de auténtico surrealismo. El humor negro abunda, con anécdotas crudas pero que nos hacen reir. Nunca el horror de una guerra fue descrito con tanta gracia.

No sé si es recomendable leerlo de un tirón. Llegando al final pensaba que el autor había perdido fuelle, pero la escena en la que Svejk recibe consuelo espiritual en la cárcel es de antología. Por desgracia pocas páginas después murió el autor dejando el libro inacabado.

Un libro fascinante. Tiene su entrada en la wikipedia: El buen soldado Svejk y aquí otras reseñas:LAS AVENTURAS DEL BUEN SOLDADO ŠVEJK de Jaroslav Hašek
y Aventuras Svejk

Calificación: Muy bueno

El último recurso de aquellos que no querían ir a la guerra era la prisión militar. Conocí a un profesor que no quería ir a disparar en la artillería porque era matemático, de manera que robó un reloj a un teniente para que lo encerraran en la prisión militar. Lo hizo después de habérselo pensado mucho. La guerra no le atraía ni le entusiasmaba. Disparar contra el enemigo y matar a otros profesores de matemáticas tan desgraciados como él mismo le parecía una bestialidad.
«No quiero que me odien por cometer actos brutales», se dijo, y con toda tranquilidad robó el reloj. Primero, examinaron su estado mental, pero cuando declaró que lo había hecho para enriquecerse lo trasladaron a la prisión militar. Había muchas personas recluidas por robo o estafa.

Los preparativos para las matanzas de gente siempre se han llevado a cabo en nombre de Dios o de algún otro hipotético ser supremo que la humanidad haya engendrado en su imaginación.
Antes de cortar el cuello a un prisionero de guerra, los antiguos fenicios celebraban un solemne rito sagrado de la misma manera que, unos milenios más tarde, lo harían las nuevas generaciones antes de ir a la guerra y matar a sus enemigos a sablazos.
Los antropófagos de las islas de Guinea y de Polinesia, antes de devorar ceremoniosamente a sus prisioneros o a las personas inútiles como los misioneros, los exploradores, los representantes comerciales o los simples curiosos, los ofrecen a sus dioses mientras ejecutan los más variados rituales litúrgicos. Como todavía no les ha llegado la cultura de la casulla, se adornan las nalgas con coronas hechas de vistosas plumas de pájaros selváticos.
Antes de quemar a sus víctimas, la Santa Inquisición celebraba la más solemne de las ceremonias religiosas, es decir, una gran misa cantada.
A la ejecución de un delincuente acude siempre un sacerdote que lo importuna con su presencia. En Prusia, es un pastor el que acompaña al desgraciado hasta el hacha, en Austria un sacerdote católico lo conduce a la horca, en Francia a la guillotina, en España al garrote, en América un pastor lo lleva a la silla eléctrica y en Rusia es un pope barbudo quien acompaña a los revolucionarios.

Por la noche, recibió la visita del piadoso capellán que por la mañana había querido celebrar la misa para los gastadores. Era un fanático que intentaba acercar a Dios a todo el mundo. Como catequista, pretendía desarrollar el sentimiento religioso de los niños a bofetadas. En aquellos días, habían aparecido artículos sobre él en diversas revistas con los títulos «Un catequista salvaje», «Un catequista que endosa bofetadas», etc. El catequista estaba convencido de que el mejor método para que un niño aprendiera la religión era darle una paliza con regularidad.
Cojeaba de un pie, a consecuencia de la visita del padre de un alumno al cual el catequista había dado una buena tunda, porque el alumno manifestaba dudas sobre la Santísima Trinidad. Recibió tres golpes. Uno por el Padre, otro por el Hijo y el tercero por el Espíritu Santo.
Hoy iba a ver a su colega Katz para llevarlo por el buen camino y hablarle al alma. Intentó acercarse a su objetivo con la siguiente observación:
-Me extraña que en su casa no haya ninguna cruz colgada. ¿Dónde reza el breviario? Sus paredes no están decoradas con ninguna estampa. ¿Qué es esto que tiene encima de la cama?
Katz sonrió:
-Susana en el baño, y aquella mujer desnuda de debajo es una amiga suya. A la derecha hay un cuadro japonés que representa el acto sexual de una geisha y un viejo samurai. Es muy original, ¿no cree? El breviario lo tengo en la cocina. SVejk, tráelo y ábrelo por la página tres.
Svejk salió y al cabo de un rato se oyó cómo alguien descorchaba tres botellas de vino.
El capellán piadoso se quedó horrorizado cuando, encima de la mesa, aparecieron tres botellas.
-Es un vino de misa muy ligero, compañero -dijo Katz-, de primera calidad, Riesling. Por lo que se refiere al sabor, se parece al Mosela.
-No beberé -dijo el capellán piadoso obstinadamente-. He venido para apelar a su conciencia.
-Pero entonces se le secará la garganta -dijo Katz-. Beba y yo le escucharé. Soy una persona muy tolerante y estoy abierto incluso a otras opiniones.

Epílogo a la primera parte
Tras concluir la primera parte de Las aventuras del buen soldado Svejk («En la retaguardia»), quiero comunicar que pronto aparecerán dos partes más: «En el frente» y «La paliza gloriosa». También en estos libros los soldados y los ciudadanos hablarán y actuarán tal como lo hacen en la realidad.
La vida no es una escuela de delicadeza y cortesía. Cada uno habla como puede. El doctor Guth habla de una manera diferente a como lo hace el tabernero Palivec que sirve cervezas; además, esta novela no es un manual de comportamiento aristocrático de los salones que enseñe cómo expresarse en la alta sociedad, sino un retablo histórico de una época determinada. Si es preciso utilizar alguna palabrota de uso corriente, no dudo en hacerlo. Expresarlo de otro modo o poner puntos suspensivos lo consideraría la más estúpida de las hipocresías. Las palabrotas se usan hasta en el Parlamento.
Alguien dijo, muy acertadamente, que una persona bien educada puede leerlo todo. Sólo a las personas malpensadas y a las de una vulgaridad refinada, a las que en su hipocresía de baja estofa se lanzan sobre palabras determinadas en lugar de sobre el contenido general, les sorprende lo que es natural. Hace unos cuantos años leí la reseña de una novela en la que el crítico se enojaba ante lo que el autor había escrito: «Se sonó la nariz y al acabar se la limpió». A su parecer, esta manera de escribir era antiestética y nada noble, contraria a lo que la literatura tendría que ofrecer al pueblo.
Ésta es sólo una pequeña muestra del tipo de cabezas de chorlito que nacen bajo la capa del sol.
Los hombres que se sorprenden al leer un exabrupto no son sino unos cobardes, porque lo que les sorprende es la vida real; es precisamente este tipo de gente la que causa peor daño al carácter de una cultura. Esta gente educaría al pueblo como si fuese un grupo de personas hipersensibles, masturba-
dores de una falsa cultura; es el tipo de gente como san Luis, de quien se dice en el libro del monje Eustaquio que, cuando oyó que un hombre soltaba sus ventosidades con mucho ruido estalló en llanto y no se calmó hasta que se puso a rezar.
Este tipo de gente se indigna en público, pero encuentran un placer extraordinario en leer inscripciones groseras en los lavabos.
Si en mi novela he recurrido a unas cuantas palabrotas, ha sido para retratar la manera corriente de hablar.
No podemos pedir al tabernero Palivec que hable tan refinadamente como la señora Laudová, el doctor Guth, la señora Olga Fastrová y toda una serie de personas que, con mucho gusto, convertirían la República Checoslovaca en un gran salón con parqué donde la gente se movería vestida con frac y guantes, donde todos hablarían sofisticadamente y cultivarían la delicadeza de los salones que, en el fondo, disfrazan los peores vicios y extravagancias.

Un comentario

  • Kike Hernández febrero 12, 2016en4:45 pm

    Hola, soy Kike Hernández, de la web cultural Universo la Maga (www.universolamaga.com). Enhorabuena por este blog, hace poco lo incluimos entre los mejores blogs literarios de España y Latinoamérica.

    Nos gustaría que escribieseis a contacto@universolamaga.com (Asunto: BITÁCORA), queremos proponerle a este blog una colaboración que creemos puede ser interesante. 🙂

    Recibid un cordial saludo

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