Anagrama, 1982, 1999 y 2010. 180 páginas.
Tit. or. La sinagoga degli iconoclasti. Trad. Joaquín Jordá.
Galería de retratos inventados de personajes inverosímiles que incluyen, como indica la contraportada:
Saltando a través de disciplinas, épocas y continentes, encontramos entre otros a: Juan Valdés y Prom, filipino, famoso por sus extraordinarias facultades telepáticas y por la crisis de glosolalia que provocó en los ilustres personajes reunidos en un congreso en la Sorbona; por lo demás, «se parecía demasiado a un santo como para no asociarle inconscientemente a la idea de burdel». Aaron Rosemblum, quien preconizaba, en 1940, el retorno a la época elisabethiana, mediante la abolición de toda novedad aparecida en el mundo desde 1580; confiaba en el apoyo de Hitler, ya que ambos perseguían el mismo objetivo: la felicidad del género humano. Yves de Lalande, primer productor de novelas a escala realmente industrial. Sócrates Scholfield, inventor de un artilugio que demostraba la existencia de Dios. Llorenç Riber, catalán, aclamado director de teatro, quien, entre otras conspicuas performances, realizó en Oxford un montaje de las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein.
Y oscilan entre la socarronería más aguda, la poesía inventiva con toques borgiana y la imaginación más desaforada. Con algunos me he reído con ganas, otros me han arrancado más de una sonrisa y algunos -pocos- se me han hecho algo pesados. Pero todos me han hecho pensar sobre algún aspecto del ser humano que, retratado aquí en aguafuerte, destaca negro sobre blanco.
Derrocha inteligencia en cada página. Otra reseña: La sinagoga de los iconoclastas
Muy entretenido y recomendable.
AARON ROSENBLUM
Los utopistas no reparan en medios; con tal de hacer feliz al hombre están dispuestos a matarle, torturarle, incinerarle, exiliarle, esterilizarle, descuartizarle, lobotomizarle, electrocutarle, enviarle a la guerra, bombardearle, etcétera: depende del plan. Reconforta pensar que, incluso sin plan, los hombres están y siempre estarán dispuestos a matar, torturar, incinerar, exiliar, esterilizar, descuartizar, bombardear, etcétera.
Aaron Rosenblum, nacido en Danzig, crecido en Birmingham, también había decidido hacer feliz a la humanidad; los daños que provocó no fueron inmediatos: publicó un libro sobre el tema, pero el libro permaneció largo tiempo ignorado y no tuvo muchos seguidores. De haberlos tenido, tal vez no existiría ahora ni una sola patata en Europa, ni un farol en las calles, ni una pluma de metal, ni un piano.
La idea de Aaron Rosenblum era extremadamente sencilla; él no fue el primero en concebirla, pero sí el primero en llevarla hasta sus últimas consecuencias. Sobre el papel, únicamente, porque la humanidad no siempre desea hacer lo que debe hacer para ser feliz, o para lograrlo prefiere elegir sus propios caminos, que en cualquier caso, al igual que los mejores planes globales, también suponen matanzas, torturas, cárceles, exilios, descuartizamientos, guerras. Cronológicamente, la utopía de Rosenblum no fue afortunada: el libro que debía hacerla famosa, Back to Happiness or On to Hell (Atrás hacia la felicidad o adelante hacia el infierno) apareció en 1940, precisamente cuando el mundo pensante estaba mayorita-riamente entregado a defenderse de otro plan, no menos utopista, de reforma social, de reforma total.
Rosenblum había comenzado por preguntarse: ¿Cuál ha sido el período más feliz de la historia mundial? Considerándose inglés, y como tal depositario de una tradición perfectamente definida, decidió que el período más feliz de la historia había sido el reino de Isabel, bajo la sabia conducción de Lord Burghley. Entre otras cosas, había producido a Shakespeare; entre otras cosas, en aquel período Inglaterra había descubierto América; entre otras cosas, en aquel período la Iglesia Católica había sido derrotada para siempre y obligada a refugiarse en el lejano Mediterráneo. Rosenblum llevaba muchos años siendo miembro de la Alta Iglesia protestante anglicana.
Así que el plan de Back to Happiness era el siguiente: devolver el mundo a 1580. Abolir el carbón, las máquinas, los motores, la luz eléctrica, el maíz, el petróleo, el cinematógrafo, las carreteras asfaltadas, los periódicos, los Estados Unidos, los aviones, el voto, el gas, los papagayos, las motocicletas, los Derechos del Hombre, los tomates, los buques de vapor, la industria siderúrgica, la industria farmacéutica, Newton y la gravitación, Milton y Dickens, los pavos, la cirugía, los trenes, el aluminio, los museos, las anilinas, el guano, el celuloide, Bélgica, la dinamita, los fines de semana, el siglo xvn, el siglo xviii, el siglo xix y el siglo xx, la enseñanza obligatoria, los puentes de hierro, el tranvía, la artillería ligera, los desinfectantes, el café. El tabaco podía permanecer, dado que Ráleigh fumaba.
Un estudioso capaz de afirmar que los camellos descienden de los árabes, tal vez hubiera podido mantenerse a flote ée la Edad Media; pero hace ochenta años, como científico, su fama estaba condenada a una rápida extinción. La ciencia oficial es una fortaleza, en cuyos túneles en ocasiones, tal vez siempre, reina una lucha encendida, pero sus puertas no se abren al primero que llama a ellas. Del Génesis al microbio (1887), la obra en la que Odelius expresa más articuladamente su teoría de la progresiva estultificacíón de las especies, habría podido ser acogida con curiosidad, con escepticismo, con repugnancia, con hilaridad; en cambio no fue acogida en absoluto. Nadie se tomó el trabajo de refutarla, lo que es la máxima señal del desprecio científico. No por ello el autor se quitó la vida; en la soledad de la obstinación, vivió el suficiente tiempo como para que le fuera permitido contemplar la llegada de los nazis a Bergen, como confirmación a su jamás repudiada teoría.
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