Paidos, 2013. 230 páginas.
Tit. or. The pleasantries of the incredible Mulla Nasrudin. Trad. A.H.D. Halka.
Segundo intento de buscar los cuentos de NasrudÃn de mano de este autor y segundo fracaso. La mayorÃa son chistes, muchos de tradición popular y no sufÃ, que se encasquetan sin más problema a NasrudÃn y a pasar por caja.
Decepcionante.
Idiotas
El MuÃa NasrudÃn transportaba a su casa una colección de ñnas piezas de cristal cuando éstas se le cayeron en la calle. Todo quedó hecho añicos.
Una multitud se aglomeró a su alrededor.
—¿Qué pasa con ustedes, idiotas? —bramó el MuÃa—. ¿Es la primera vez que ven a un tonto?
¿Qué es una prueba verdadera?
Un vecino de NasrudÃn fue a visitarlo.
—MuÃa, necesito que me preste su burro.
—Lo lamento —dijo el MuÃa—, pero ya lo he prestado.
No bien terminó de hablar, el burro rebuznó. El sonido provenÃa del establo de NasrudÃn.
—Pero, MuÃa, puedo oÃr al burro que rebuzna ahà dentro.
Mientras le cerraba la puerta en la cara, NasrudÃn replicó con dignidad:
—Un hombre que cree en la palabra de un burro más que en la mÃa, no merece que le preste nada.
Refutando a los filósofos
Ciertos filósofos se agruparon y comenzaron a peregrinar de un territorio a otro, entablando eruditas disputas con los sabios locales.
Cuando llegaron al pueblo donde vivÃa NasrudÃn, el gobernador del lugar hizo llamar al MuÃa para que los enfrentara, pues todos los intelectuales que los habÃan confrontado antes resultaron siempre vencidos por estos extranjeros.
El MuÃa NasrudÃn se presentó.
—SerÃa mejor que antes hable con aquellos que han disputado con los filósofos —dÃjole el gobernador— para que asà pueda hacerse alguna idea de sus métodos.
—De ninguna manera —respondió el MuÃa—: cuanto menos sepa sobre sus métodos de pensamiento, tanto mejor, porque no pienso como ellos y porque tampoco quedaré aprisionado por sus artificialidades.
La contienda se llevó a cabo en un gran salón, ante una multitud venida desde lejanos y cercanos lugares.
El primer filósofo se adelantó para iniciar la controversia:
—¿Cuál es el centro de la Tierra? —le preguntó al Mulá.
El Mulá señaló con su lápiz el lugar donde estaba su burro:
—El centro exacto de la Tierra es el centro del sitio sobre el cual mi burro tiene su pata.
—¿Cómo puede probarlo?
—¡AI contrario, rebátalo usted! Consiga una cinta de medición.
El segundo filósofo preguntó:
—¿Cuántas estrellas hay en el cielo?
oe inmediato replicó:
—exactamente la misma cantidad de pelos que tiene mi rurrc. Quien no lo crea, está en libertad de contar unas y otros.
El tercer filósofo dijo:
—¿Cuántas son las vÃas de la percepción humana?
—No es difÃcil —dijo NasrudÃn—¡ exactamente tantas como pelos hay en su barba y si usted quiere se las demostraré una por una, mientras se los vaya arrancando.
—También son tantas —continuó— como pelos tiene la cola de mi burro.
Los filósofos consultaron entre ellos y concluyeron que sus especulaciones teóricas no resistÃan pruebas lógicas o cuantitativas y de común acuerdo se enrolaron como discÃpulos de NasrudÃn.
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