Lengua de trapo, 2005. 190 páginas.
Tit. Or. Etorkizuna. Trad. Iban Zaldua.
Leí Si Sabino viviría y aunque me gustó no me pareció para tanto. Lo seguí leyendo (Mentiras, mentiras, mentiras) un poco a la contra pero he acabado cogiéndole cariño. Con este libro ha acabado de convencerme.
Publicado en euskera originalmente el propio autor se ha encargado de traducir los siguientes relatos:
El sofá
La cosa no tiene remedio
La Bella Durmiente: una historia económica
La fábrica, o a, e, i, o, u
Adulterio
Lo único que cambia
El Gargantúa
Siete cosas
La Mancha
La solución al problema de la vivienda
Viaje de verano
Gusanos de seda
El doctor Iriarte
Primero de mayo
Rostro
Porvenir
Unidos por dos temas; la imposibilidad de cambiar el futuro -o el pasado- con incursiones en la ciencia ficción y la ruptura de las parejas. Combinados dan un tono sombrío y desesperanzado al conjunto.
El sofá o La Mancha nos hablan de crisis de parejas. La Bella Durmiente: una historia económica da una vuelta de tuerda al cuento clásico en tiempos de crisis. La solución al problema de la vivienda mezcla elementos de ciencia ficción con la dureza de un divorcio. Si La cosa no tiene remedio explora la posibiildad de cambiar el pasado, en Rostro se nos habla de lo inexorable del futuro.
Además, tiene una característica que me gusta en un libro. Sus cuentos te siguen viniendo a la cabeza después de leídos, te acuerdas de ellos. Señal de que en algún sitio de tu cabeza han encontrado aposento.
Otra particularidad. En la contraportada aparece el siguiente texto:
« Y tú… ¿de dónde has salido?». «Vengo del porvenir para matarte». «Pero. .. ¿quién eres?». «Soy tu nieto, que no ha nacido aún». «¿Y por qué quieres matarme?». «Porque eres un criminal de guerra». «¿No te das cuenta de la paradoja? Si me matas tú nunca llegarás a nacer». «Ya lo sé: de hecho, hace tiempo que tomé la decisión de suicidarme». «Espera…». «No queda tiempo…». Disparo dos veces y el cuerpo del oficial, mi abuelo, se desploma sobre el barro. Pero no me he desvanecido. El fragor de los cañonazos resuena cada vez más cerca. Me siento en el fondo de la trinchera y pienso en la extraña manera que he tenido de saber que el abuelo no era, en realidad, el padre de mi padre.
Que imaginaba fragmento de cuento. Pero no aparece en todo el libro, así que tenemos que considerarlo un microcuento independiente.
Extracto:[-]
Érase una vez, en un reino muy lejano, un rey y una reina que veían pasar los días con gran tristeza porque no lograban tener descendencia. Finalmente, después de mucho rogar a los cielos, su deseo se vio cumplido y la reina dio a luz a una hermosa niña. Los monarcas, entonces, organizaron una gran fiesta para celebrar el acontecimiento y llamaron a todas las hadas del reino para que amadrinaran a la recién nacida. Siguiendo la costumbre, cada una de las hadas concedería un precioso don a la criatura, pero en el transcurso de la ceremonia hizo su aparición una anciana hada a la que se habían olvidado de invitar, la cual, enfurecida, en lugar de otorgarle una gracia le lanzó una terrible maldición: «Al cumplir los dieciséis años se clavará en el dedo el huso de una rueca y morirá»; por fortuna, una joven hada que aún no le había ofrecido su regalo a la pequeña, pudo añadir sin demora: «No morirá; la princesa se quedará dormida durante varios años y el beso de amor de un príncipe la despertará».
El rey, pese a todo, quiso proteger a su hija de la desgracia y publicó un edicto ordenando la destrucción de todas y cada una de las ruecas que hubiera en el reino. Las protestas de los gremios de los hilanderos, de los tejedores, de los pelaires y de las guildas de mercaderes fueron infructuosas: quien conservara una rueca perdería la cabeza, y sólo quien voluntariamente entregara las suyas podría acceder a la compensación monetaria prometida por la corona.
Las consecuencias de la medida se dejaron sentir inmediatamente: mientras la princesa crecía alegre y feliz, la pañeríadel reino, famosa en toda la cristiandad, se sumió en una gran decadencia. Los hilados de lino, algodón y lana tuvieron que importarse de otros lugares, lo que elevó los costos de producción y dañó gravemente la competitividad de los paños fabricados en el reino. Tras la práctica desaparición del oficio de hilandero, los telares fueron parándose uno a uno; los productos extranjeros, más baratos, invadieron el país, y el paro y la mendicidad crecieron sin tasa en las ciudades.
La hacienda del reino sufrió pronto las consecuencias: por una parte, la recaudación de los impuestos sobre la producción artesanal se desplomó, tanto que el aumento de los ingresos por los aranceles sobre la importación fue incapaz de compensar las pérdidas; y, por otra, las ayudas pecuniarias solicitadas por todos los hilanderos, tejedores, pelaires, bataneros, tintoreros, arrieros, tenderos y trabajadores de otros tantos oficios que habían caído en el paro —y que, conforme a lo que magnánimamente había prometido el rey, se concedieron sin dilación— vaciaron en poco tiempo las arcas reales. El estado tuvo que recurrir a préstamos y asientos de los grandes banqueros de Genova, Augsburgo y Amberes, pero eso no hizo sino agravar el desequilibrio financiero del reino: como garantía del pago de los intereses, tuvo que recurrirse a la exportación masiva de lana, mineral y otras primeras materias, aumentando la dependencia exterior de la economía nacional y, en un segundo momento, a instancias de los acreedores, se suspendieron los subsidios concedidos a todos los afectados por la orden de destruir las ruecas; a la mañana siguiente estalló una revuelta en el distrito de los menestrales de la capital, la primera de las muchas que prenderían los siguientes años. La princesa, entre tanto, había cumplido ya los quince años y, un día, aprovechando que el rey se había ausentado para aplastar un alboroto en alguna región del reino, decidió explorar un ala del palacio que no conocía. Allí, en una habitación abandonada y llena de polvo, encontró a una anciana sorda que no sabía nada de la prohibición del rey, sentada frente a una extraña máquina que no reconoció: la princesa no podía saber que se trataba de una rueca, porque jamás había visto una, y en cuanto, impulsada por la curiosidad, la tocó, se pinchó en un dedo con un extremo del huso y cayó al suelo profundamente dormida. Aquel sueño extraño no restó ni brillo ni color, sin embargo, a las mejillas de la princesa.
Al saber aquello, el hada que acertó en atenuar la maldición dejó su morada y se dirigió hacia el palacio real, con la intención de encantar y adormecer todo el reino, para que así, al romperse la maldición, la princesa encontrara todo tal y como lo había dejado. Pero no pudo cumplir su designio: los representantes del Fondo Monetario Internacional y la junta de acreedores, del estado no podían admitir, en aquella situación, que la actividad económica del reino se detuviera ni siquiera por un instante, y ordenaron deportar al hada. Es más, previendo que la Bella Durmiente podría llegar a convertirse en una excelente atracción turística, en pocos meses se llevó a cabo la construcción de un parque temático alrededor de la cúpula de cristal que protegía a la princesa. Pero los ingresos de dicho parque tampoco fueron suficientes para disminuir el monto de la deuda externa del reino. Lo cierto es que ocurrió justamente lo contrario, tal y como continúa ocurriendo hoy en día.
Han pasado muchos siglos desde entonces, y allí sigue la princesa, siempre dispuesta a ser visitada. Hace poco que he estado, y puedo jurar que, como afirman los prospectos turísticos, los colores de su rostro siguen siendo tan vivos como el primer día.
La Bella Durmiente sigue esperando el beso de amor de un príncipe. Pero no parece que haya en el mundo nadie que sueñe con convertirse en rey consorte de un país tan en decadencia como este.
2 comentarios
Ese minicuento estaba muy bueno, qué raro que lo encontraste en la contraportada. Me ha gustado mucho la oportunidad que le has dado al autor, como esperando a que madurara, me imagino que las editoriales no hayan visto que al principio estaba flojo, porque no creo que ellas den esas oportunidades…¿o sí?
AD.
Yp siempre doy más de una oportunidad a un autor. En el caso de las editoriales lo más seguro es que vieron lo que yo no fui capaz de ver desde el principio 🙂