Ian Watson. Marte Stalin y enanos gigantes.

diciembre 8, 2021

Ian Watson, Marte Stalin y enanos gigantes

Incluye los siguientes relatos:

Cómo regresamos de Marte: una historia que no se puede contar
Un llamamiento a Adolf
El advenimiento de Vertumnus
La guerra de Blair
El Muro Negro de Jerusalén
El chico que perdió una hora, la chica que perdió la vida
Cuando Jesús baja por la chimenea
La gran evasión
¡Adelante!
Jaulas
Cuerpos perdidos
El caminante del cementerio
Las lágrimas de Stalin
La Convención mundial de ciencia-ficción de 2080
El hombre-perro de Bucarest
El ojo del ayatollah
Enanos gigantes
Vacaciones con secuestro
Un paseo de consuelo con mi niño muerto

Lo tenía descargado desde hace tiempo pero, no sé por qué, no esperaba mucho del libro. Pero me animé a leerlo por esta reseña en una bitácora amiga: Marte, Stalin y enanos gigantes. Ha sido una buena lectura.

En un campo tan trillado como la ciencia ficción es difícil encontrar ideas originales. Y Watson las tiene a capazos. Cada uno de los relatos parte de una premisa original, en ocasiones muy original. Cuando el texto tiene una intención humorística, como en los dos primeros relatos, funciona estupendamente. Cuando no, depende. El último relato, que incluye una dominación mundial china como trasfondo y una terapia para superar la muerte de un hijo, es brutalmente triste.

Pero a veces el relato no va mucho más allá de esa premisa, y es una pena, porque da la impresión de que se podría haber llegado más lejos con ese material. Por ejemplo, el cuento Jaulas, en el que han aparecido unos círculos misteriosos, algunas personas han visto atrapadas partes de su cuerpo en una especie de jaula y hay unos entes voladores que no saben muy bien qué son. La historia que se cuenta es de lo más cotidiano, una escena de celos, pero te quedas con ganas de saber más.

En cualquier caso una delicia y además por sólo 2,99 € o gratis si eres un poco agarrado: Marte, Stalin y enanos gigantes.

Muy bueno.

Cuando Jesús baja por la chimenea
¡Jamie; si no te vas a la cama cuando papá te dice, Jesús no bajará por la chimenea!

Vaya, ¿ni siquiera se te pasa por la cabeza la idea de ir a dormir? ¡Por Dios! ¿Que te cuente toda la historia de Jesús, y también la de Santa Claus? Eso nos llevaría hasta las nueve.

Bueno, quizá… (¡No, no lo estoy malcriando!) Acomódate en tu silla junto al fuego y escúchame, Jamie. ¡Tendré que llevarte arriba antes llegar a la mitad, ya verás! Vamos a empezar con Santa Claus.

Todos sabemos que Santa nació en un humilde establo, entre pollos y cabras. La mayor parte del país era pobre, y los padres de Santa no eran ninguna excepción. Nada de zapatos en los pies, nada de dulces en la despensa. ¡Y a menudo, ni siquiera despensa! Mucha gente vivía en tiendas, y en invierno pasaban bastante frío. Hubo tres magos que recorrieron mil kilómetros para estar presentes cuando Santa naciese. Siguieron un gran cometa en el cielo, y traían de regalo un saco mágico de donde podías sacar cualquier cosa que desearas. La madre de Santa no quería dar envidia a sus vecinos, así que lo escondió. El caso es que los ejércitos romanos habían ocupado el país, y temía que si oían hablar del saco se lo llevasen para su cruel y codicioso emperador.

Cuando Santa creció y se hizo un hombre, su madre le dio el regalo de los magos y le contó todo lo que sabía sobre él. En aquel momento, Santa decidió que le gustaría llenar de regalos a sus compatriotas, pero juró que nunca sacaría del saco nada para él. Así que vagabundeó por todo el país con el saco al hombro, dando a las personas aquello que más deseaban sus corazones, o lo que más necesitasen. Mantuvo su palabra de no regalarse nada. Aun así, una mujer viuda pidió un abrigo rojo ribeteado de lana de angora y luego insistió en que fuese Santa, no ella, quien lo llevase. Un leproso cuyos pies estaban podridos y tullidos pidió un par de fuertes botas negras, y se las dio a Santa sin aceptar un no por respuesta.

Y aquello no fue todo. Hubo muchísimas personas que, agradecidas, obligaron a Santa a aceptar pan y queso de sus pobres provisiones, por no mencionar pescado, fruta, leche y vino. Hubiera sido una indecencia rechazarlo, así que con los años Santa se puso bastante rechoncho.

Al final, los soldados romanos acabaron por arrestarlo: todos esos regalos gratis que salían del saco de Santa desestabilizaban una economía marginal, debilitaban la moneda y provocaban rechazo de puestos de trabajo en el mercado laboral colonial.

Los romanos ataron el saco mágico a la cabeza de Santa, le obligaron a subir hasta la cima de una colina, lo clavaron a una cruz de madera y le dieron un par de lanzazos en el saco para cegarlo. Cuando bajaron de la cruz a Santa muerto, metieron el cadáver en el saco, lo ataron con fuerza y le pusieron un sello oficial. Luego evaluaron la posibilidad de tirarlo al río que pasaba por allí cerca, pero finalmente el capitán permitió que los amigos de Santa se lo llevasen a una tumba.

Esa noche, unos ladrones que esperaban robar el saco mágico abrieron la tumba… y encontraron el saco, vacío. ¡Era como si aquella bolsa de arpillera hubiese digerido a Santa Claus! ¡Como si se lo hubiese llevado por arte de magia a la dimensión de donde venían todos los regalos!

Los ladrones quedaron maravillados y nunca más quisieron volver a robar. En vez de eso, hicieron el pacto de difundir la historia de Santa por todo el mundo y de llevar el saco (o pedacitos de él) dondequiera que fuesen, como prueba. Lo llevaron primero a Roma y, más tarde, a Turín, donde a día de hoy conservan la mayor parte de él. En años posteriores, los descendientes de aquellos ladrones originales prometieron que algún día, cuando todo el mundo hubiese oído hablar de Santa y le amase, el saco empezaría de nuevo a distribuir regalos. Y por eso, cada Pascua, todos recibimos regalos envueltos en tela de saco, en recuerdo de Santa.

¿Jesús? Ah, sí, ahora voy con él. ¡Pues claro, Jamie! Esta noche el importante es Jesús.

Jesús era el líder de esos ladrones que profanaron la tumba de Santa (¿no crees que hay cierta simetría entre los regalos y el robo? El robo es producto de una sociedad en la que no hay bastantes regalos, o en la que hay demasiados para muy poca gente. ¿Cómo dices? Si-me-trí-a. Significa… Bah, en realidad no importa, Jamie, cariño, de verdad.)

Jesús era el ex-ladrón que llevó el saco a Roma, donde vivía el avaro e histérico emperador, protegido por soldados provistos de lanzas.

Cuando llegó a Roma, Jesús se fue derecho al foro, que es un lugar de reunión, algo así como el Senado, pero para la gente normal. Jesús se puso de pie sobre un bloque de mármol, agitó el saco vacío y gritó (con la ayuda de un traductor del arameo al latín):

—¡Plebeyos de Roma, os traigo regalos! —(un plebeyo no tenía trabajo, vivía del pan distribuido gratuitamente y también disfrutaba de entrada gratuita en los circos).

Al principio, los plebeyos que se aglomeraban en el foro miraron fijamente al saco, con tanta avidez como si estuvieran mirando por debajo de las faldas de una joven. Cuando vieron que el saco estaba vacío, empezaron a pitar y abuchear. Otros perdieron la paciencia y se pusieron a tirarle piedras.

—¡Los regalos que os traigo son dialécticos! —gritó Jesús, que había tomado prestada esta palabra de los filósofos griegos—. Vuestros deseos son la tesis. Este saco es la antítesis. La síntesis es que debéis abandonar los falsos objetivos, los sueños vanos, los productos de una sociedad enferma. ¡Vaciad vuestras falsas conciencias dentro de este saco! Lo contendrá todo y reducirá cuanto sea contradictorio. En su lugar descubriréis que los regalos deben concederse según las necesidades de cada cual, no según sus deseos; pero la sociedad actual se basa en el robo legalizado, en la alienación de las personas de su tierra, de su trabajo, ¡incluso de su propio cuerpo y sexualidad!

A base de repetirlo a diario, el mensaje de Jesús fue calando. Pronto, algunos de los plebeyos empezaron a creerle; y, como símbolo de ese cambio de parecer, entraban en el saco y volvían a salir. Luego fueron muchos.

Finalmente, al emperador le picó la curiosidad, porque los asientos del circo permanecían vacíos, y los elefantes y los monos entrenados que los montaban no paraban de llorar. También crecía la inquietud entre los soldados ante la perspectiva de una nueva guerra colonial. El emperador en persona se puso al frente de un pelotón de guardias de confianza y se dirigió al foro, con la intención de liquidar a lanzazos a ese tal Jesús. De camino, el emperador… bueno, seamos sinceros: era un histérico, pero también lo bastante astuto como para ver que su infraestructura económica y política iba menguando… el emperador, decía, tuvo una suerte de visión: vio un saco en el cielo que se tragaba el sol; de hecho, creímos que se trataba de un eclipse total. Cuando llegó al foro, descendió del caballo y se metió dentro del saco. Rápidamente, el imperio cambió por completo y se convirtió en república.

Ah, veo que ya estás dando cabezadas. Vamos, sin hacer ruido, ¿vale? ¡Aaarriba, a la cama!

Esta noche, la noche de las noches, Jesús bajará por la chimenea y se llevará lo que más aprecies. ¿Será tu caballo balancín? ¿O tu oso de peluche? ¿O quizá tu silbato de hojalata? ¿Cómo si no podrían otros niños que se lo mereciesen recibir regalos en Pascua?

Chsst. Nos quitará algo a todos nosotros, no solo a ti, mi caballito. A lo mejor esta noche yo pierdo mi rueca de hilar, o mi vestido morado de terciopelo.

Jesús redistribuirá todas nuestras riquezas; por eso le llaman «el buen ladrón». Baja por las chimeneas del mundo con el saco de Santa vacío, y lo llena en cada casa.

Y eso es todo, querida; métete en la cama, tápate bien y cierra los ojos. Sin mirar, o no vendrá.

Un comentario

  • Cities: Walking diciembre 10, 2021en10:02 am

    Me alegro de que lo hayas disfrutado, gracias por el link. Por cierto que me acabas de recordar que tengo esperándome un par de novelas de Ian Watson.

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