Tusquets, 2010. 620 páginas.
Trad. Lourdes Porta.
Mundo subterráneo
Este libro me venía recomendado, pero no lo encontraba, hasta que lo vi en edición de bolsillo en tapa dura. Perfecto.
Dos historias se van alternando. En el fin del mundo el protagonista ha llegado a una extraña ciudad, ha perdido a su sombra, y sabe que de alguna manera tiene que escapar de allí. En un despiadado país de maravilla, un informático es contratado por un extraño científico inmerso en una lucha entre El sistema y los semióticos.
En la wikipedia hay una entrada (El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas), pero prefiero la reseña de El lamento de Portnoy: El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, de Haruki Murakami, que apunta varias cosas interesantes.
Primero: leer a Murakami está bajo sospecha. No se puede vender mucho y ser bueno. A él le gusta y a mí también, poco me importan sus fallos.
Segundo: La narración tiene fallos. Quizás en este libro sus cartas son más claras, hasta el punto que podría inscribirse en el género de la ciencia ficción. Si en otros libros sugiere y crea atmósferas, aquí todos los elementos tienen nombre y apellidos.
Tercero: Los subterráneos y el desamparo. Es paradójico, pero en contradicción con el punto anterior también está claro que todos los elementos son símbolos de otras cosas.
No es mi novela preferida del autor, pero, a pesar de sus defectos, sí una de las más interesantes.
Calificación: Muy bueno.
Un día, un libro (102/365)
Extracto:
De modo que concentre toda mi atencion en un partido de I beisbol que retransmitian por la radio. No entiendo demasiado J de beisbol profesional, pero me decante, sin mas, por el equipo I atacante y fui en contra del que defendia el campo. Mi equi- j po perdia por tres a uno. El segunda base, con dos out, bateo, I pero el corredor se aturdio, tropezo y cayo entre la segunda y la tercera base, con lo cual los out acabaron siendo tres y el equi- j po no pudo anotar ningiin punto. El comentarista dijo que aque- j llo era horroroso, y pense que tenia toda la razon. Es cierto que cualquiera puede atolondrarse y caer, pero, en pleno partido de beisbol, es mejor no hacerlo entre la segunda y la tercera base. Ademas, tal vez debido al abatimiento que le produjo este percance, el lanzador envio un tiro directo descafeinado al ba-teador del equipo contrario, que acabo anotando un home run en el ala izquierda del campo, con lo que el marcador subio a | cuatro a uno.
Cuando el taxi se detuvo frente a mi casa, el marcador se-j guia cuatro a uno. Pague el importe de la carrera y me apee con la sombrerera y mi cabeza embotada. La lluvia habia cesado casi por completo.
En el buzon no habia ninguna carta. En el contestador auto-matico tampoco habia ningun mensaje. Por lo visto, nadie me necesitaba. Perfecto. Yo tampoco necesitaba a nadie. Saque hie-lo del refrigerador y, en un vaso grande, me prepare un genero-so whisky con hielo, al que afiadi un poco de soda. Luego me desnude, me meti en la cama y, recostado en la cabecera, fui to-mandome el whisky a sorbitos. Tenia la sensacion de que iba a desmayarme de un momento a otro, pero no era razon sufi-ciente para renunciar a mi exquisito ritual de final del dia. Estos breves instantes que van desde que me acuesto hasta que me duer-mo no tienen parangon. Me meto en la cama con algo de be-ber y escucho musica, o leo. A mi modo de ver, estos momen-tos equivalen a una hermosa puesta de sol o a respirar aire puro.
Iba por la mitad de mi whisky cuando sono el telefono. El aparato esta sobre una mesa redonda, a unos dos metros de los pies de la cama. Esa noche no me apetecia lo mas minimo le-vantarme y acercarme al telefono, asi que me quede mirandolo y oyendo como sonaba con ojos distraidos. Sono trece o cator-ce veces, pero lo ignore. En una pelicula antigua de dibujos ani-mados el aparato hubiese vibrado a cada timbrazo, pero, por su-puesto, en la realidad no ocurrio nada de eso. El aparato sono y sono, acurrucado sobre la mesa, inmovil. Lo estuve mirando mientras me tomaba el whisky.
Al lado del telefono, yo habia dejado la cartera, la navaja y la sombrerera que me habian regalado. De pronto, se me ocurrio que tal vez fuese mejor abrirla enseguida y ver que contenia. Quiza fuera algo que habia que meter en el frigorifico, o tal vez un ser vivo. O quiza algo de gran valor. Pero estaba demasiado cansado. En primer lugar, de tratarse de algo asi, tendrian que haberme dicho algo al respecto. Espere a que el telefono dejara de sonar, apure el whisky de un trago, apague la luz de la me-silk y cerre los ojos. Al cerrarlos, como si hubiera estado aguar-dando la ocasion, el sueno se precipito sobre mi desde el cielo como una gigantesca red negra. Mientras me sumergia en sus profundidades, me dije: «Vete a saber lo que iba a ocurrir a con-tinuacion».
2 comentarios
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Saludos cordiales.
Gracias, pero no me interesa.