
Altamarea, 2024. 110 páginas.
Tit. or. We refugees. Trad. Lidia Suárez Armaroli.
Breve ensayo de la gran filósofa Hannah Arendt, que trata un tema que, por desgracia, sigue vigente. A raíz del éxodo de miles de judíos huyendo del holocausto, se plantea un problema nuevo. Qué hacer y cuál es el estatus de estas personas que abandonan su país porque su vida corre peligro. La lucidez de la autora disecciona unos problemas que todavía hoy nos iluminan.
Se complementa con un análisis de la autora y la obra a cargo de Donatella di Cesare que es tan interesante o más que el propio ensayo, ya que nos ilumina sobre la importancia histórica y sirve, para gañanes como yo, para tener un contexto adecuado a su lectura.
Muy bueno.
El ser humano es un animal social y la vida no es fácil cuando se rompen los vínculos sociales. En el contexto de una sociedad es mucho más sencillo mantener los valores morales. Muy pocas personas tienen la fuerza suficiente para conservar la integridad si su estatus social, político y jurídico es completamente indefinido. Como nos falta el valor para luchar por nuestro estatus social y legal, muchos hemos decidido (por el contrario) intentar un cambio de identidad. Y este curioso comportamiento no hace sino empeorar las cosas. La confusión en la que vivimos es, parcialmente, obra nuestra.
Un día, alguien escribirá la verdadera historia de la emigración hebrea de Alemania. Y deberá empezar con la descripción de aquel señor Cohn de Berlín que siempre fue alemán al 150%, un súper patriota alemán. En 1933, el señor Cohn encontró refugio en Praga y, muy pronto, se convirtió en un patriota checo convencido; un patriota checo sincero y leal, como lo fue alemán. Pasó el tiempo y, hacia 1937, el Gobierno checo, que soportaba ya la presión nazi, empezó a expulsar a los refugiados judíos sin preocuparse de que estos tuvieran la fuerte sensación de ser potenciales ciudadanos checos. Nuestro señor Cohn se trasladó entonces a Viena. Para adaptarse, era necesario un sólido e inequívoco patriotismo austríaco. La invasión alemana obligó al señor
Cohn a dejar el país. Llegó a París en mal momento y no consiguió el permiso de residencia. Como a estas alturas había alcanzado una gran maestría en el arte de la «piadosa ilusión», se negó a tomar en serio sencillas normas administrativas, convencido de que iba a pasar en Francia los próximos años. Por eso empezó a preparar su inserción en la nación francesa identificándose con «nuestro» antepasado Vercingé-torix.14 Creo que no es necesario demorarse en las posteriores aventuras del señor Cohn. Hasta que el señor Cohn no se decida a ser lo que es, o sea, un judío, nadie podrá predecir los alocados cambios a los que deberá enfrentarse.
Una persona que quiere liberarse de sí misma descubre, en efecto, las posibilidades de la existencia humana, que son infinitas, como infinita es la creación. Pero adquirir una nueva personalidad es tarea tan ardua —e ilusoria— como una nueva creación del mundo.
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