Guido Ceronetti. El monóculo melancólico.

marzo 29, 2019

Guido Ceronetti, EL monóculo melancólico
Acantilado, 2013. 204 páginas.
Tit. Or. L’occhiale malinconico.

Recopilación de ensayos que tratan temas que van desde el Cristo de Grünewald hasta la guerra civil española. Del presidente de China ante el cuadro de la maja desnuda hasta el tema de la mujer.

Una mitad no la he entendido. Guido no sólo es críptico -como ya lo dice de sí mismo en el texto- también maneja muchas referencias que se me escapan. Que uno es culto pero no tanto como el autor.

En la mitad que he entendido hay de todo: cosas que me han parecido geniales, algunas que me han divertido y otras que, sinceramente, no hay por donde cogerlas. Por poner un ejemplo en un momento dado dice la frase:

Teatro de Lorca, de una imbecilidad insufrible

Con la que no puedo estar menos de acuerdo en el fondo y en la forma. Otros como Dolor-tiempo-tanatos tiene un enfoque de lo femenino que huele un poco a rancio.

En conjunto no me ha gustado demasiado; quizás a alguien más inteligente que yo le parezca lo contrario.

En las ciudades, los gallos ya no cantan, por eso la noche ya no tiene fin.
Cuando se transita por el camino del eros es necesario que un Dios nos lleve de la mano, porque en verdad es ghei-tzalmáwed, valle de la sombra (Salmos 23,4); una Cruz del Sacrificio que asigna los destinos.
Gran conciliación emana de una observación de Céline: «Después de todo, cuando el egoísmo nos abandona por un momento, cuando llega el tiempo de acabar de una vez, el corazón no conservará más recuerdos que aquellos de las mujeres que amaban un poco a los hombres, no a uno solo, aunque fueras tú, sino a todos» (Voy age). ¡ Oh, hela ahí, Verónica! Nos hace una señal. Silenciosa Verónica, emisaria de la iluminación, que nos hace una señal en el camino de la muerte, entre el griterío del populacho y ruidos de cadenas… Pió gesto musical, de antigua religión inextinguible (recolector de un poco del derramado semen).


Si los sabemos leer—y de esta manera la filología occidental ha realizado la exégesis esotérica creyendo que hacía simple crítica: pero no conocía los meandros y los puntos de fuga de su Objeto—, los mismos textos lo dicen: somos imperfectos, no queremos ser perfectos, tan imperfectos somos que damos la idea de que no estaba, al componernos, la Perfección en su mejor momento. En nuestros orígenes, no menos oscuros que los vuestros, células pantanosas, se diría que había una nota misteriosamente desafinada, deliberadamente desafinada… Aquello que para los Griegos es kosmos, para nosotros es tével, que es impreciso traducir como á.jo<7\JLÍa (desorden, confusión), pero que, sin embargo, es el mundo, el mundo en sí mismo como lo opuesto a cosmos. Ha vencido cosmos en el lenguaje y en el pensamiento occidental, mientras la imperfección de la palabra de las Escrituras nos proporciona la idea de una casa de Niemand, de una Nave de los Locos, de un hospicio de incurables, de un manicomio entre Agujeros Negros, porque tiene como origen Tével y no Kosmos. Sin esta desafinada nota originaria, el tiempo de las Escrituras no podría ser la Espera, y no existirían los guardias, los guetteurs mélancoliques en los salmos y en los profetas, que esperan un alba en la que la terrible noche Tével se convierta en Kosmos. La metafísica occidental, cuanto más ha buscado resolver esta fractura, más ha empeorado el mundo: la Espera es por el contrario una extraña salvación: quien abraza esta forma de tiempo no puede hacer más que esperar, no se sabe bien qué, y mientras tanto debe gritar, quejarse, rezar, lanzando a una Presencia ignota su alabanza desde lo profundo de la confusión.

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