Gonçalo M. Tavares. Una niña está perdida en el siglo XX.

enero 25, 2017

Gonçalo M Tavares, Una niña está perdida en el siglo XX
Seix Barral, 2016. 240 páginas.
Tit. or. Uma Menina Está Perdida no Seu Século à Procura do Pai. Trad. Rosa Martínez-Alfaro

Una muy agradable sorpresa. El protagonista encuentra una niña perdida con una caja de fichas para educación de niños discapacitados y empiezan una búsqueda del padre de la niña, encontrándose por el camino con una serie de personajes extravagantes y poéticos. Un anticuario que tiene la tienda en lo alto de unas escaleras, para que sólo vayan clientes dispuestos a comprar. Una familia que pone carteles en la calle para que la gente frene un poco su ritmo de vida. Un hotel cuyas habitaciones tienen nombres de campos de concentración. O lo siete siglos XX, de los que no desvelaré el secreto.

La virtud del libro no está en lo curioso del trayecto, sino en lo cuidado del lenguaje y en las lo que evocan las manías y peculiaridades los personajes. En vez de ser símbolos o claras metáforas son como un estimulante de asociaciones, que evocan un extraño mundo poético sobre la brutalidad del siglo XX.

DECIR ADIÓS
Fried, que se quedó en la estación esperando otro tren —su viaje continuaba—, nos aconsejó un hotel no muy lejos de allí, barato, que pertenecía a un matrimonio que hace muchos años protegió a su familia y cuidaría bien de nosotros, según dijo; y entonces nos dirigimos al hotel, Hanna y yo, ya después de cenar, con el papel de la dirección escrita de puño y letra de Fried, que añadió en la otra cara (no puedo escribir sólo cosas útiles, había dicho) las enigmáticas palabras LA VIBRACIÓN DEL PAISAJE NO IMPEDIRÁ LA VIDA —y después había escrito Fried Stamm con amistad. Nos despedimos de una manera extraña —apenas lo conocía, sólo habían sido unas horas de conversación—, con un abrazo estrecho en la estación, y después hizo lo mismo con Hanna, pero muchas veces, estrechándola con tal fuerza que me hizo temer lo peor, una reacción imprevisible por su parte —¿gritará, empezará a agitarse desordenadamente? Pero no: ella respondió como pudo con sus brazos rechonchos golpeando repetidamente en la cadera de Fried, como si éste fuese un amigable instrumento de percusión, un instrumento que, cuando se golpeaba, nos abrazaba; y la imagen extraña —otra persona diría bonita, sin embargo no lo era, sino todo lo contrario, analizada de manera fría era a fin de cuentas terrible— era que Fried, como yo, parecía pedirle perdón por no ser como ella, por ser normal y por entender las cosas; con conciencia plena de que podríamos salir de nuestra tristeza, cualquiera que fuese su profundidad, pero ella no podría salir de la cantidad de incapacidades que tenía, como si estuviera rodeada de demasiado mundo —porque el mundo se mantiene siempre igual para todos, pero a ella le sobraba mundo y a nosotros a veces nos faltaba. No obstante, el último saludo de Fried y mi respuesta fue lo que más me avergonzó. Él se despidió como si yo, Marius, fuese un hombre bueno, alguien que estaba haciendo un acto de rara generosidad, pero yo sabía que no lo era, no obstante, ¿cómo explicárselo allí, y qué razón me llevaría a hacerlo? Así que intenté —y de eso es de lo que me avergüenzo— despedirme también como si mi mano fuese de verdad la de un hombre bueno; en el fondo, a veces, estamos vivos sólo para eso —aceptar lo que va pasando, y avanzar.

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