Mezcla de biografía y ficción con un lenguaje libre que en ocasiones se aproxima a lo poético. Lo que más me gustó es lo bien escrito que está. Lo que cuenta, sin embargo, me dejó frío.
Otras reseñas: Familias como la mía y Familias como la mía
No fue muy apreciada la historia. Bien porque por su doble patria -teutona y paraguaya- conocía episodios de gran calado heroico, bien porque estaba impaciente por sorprenderme con sus propuestas, me miró -y yo la miré y así desnuda, acurrucada junto a mí, daban ganas de protegerla- y tras un desalentador «¿has terminado?» volvió a postular «he pensado en dos cosas». Se puso de pie -qué perfil más sorprendente al recortarse en la ventana- y dijo: «Primero, en el dolor cósmico; segundo, en la vía anal». Esperaba -aunque quizá ya me conocía lo suficiente- que diera muestras de sorpresa o, al menos, que soltara una sonora carcajada, pero nada de eso. Contesté muy serio: «Me parece interesante; dime». Se acercó y empezó a desabrocharme los pantalones, me los bajó -empezaba a imaginar por dónde iría la cosa y comencé a excitarme- y la ayudé a sacármelos del todo. «Sigue, sigue sentado, ahora me penetrarás por detrás, por el agujerito… así, así… así, muy bien… mientras te hablo… tú sigue… ¿verdad que no tenemos problemas de tamaño…?» «Existe un dolor cósmico, y no está registrado. Nadie aquilata el sufrimiento, no sólo de los insectos que aplastas al andar sino, por ejemplo, de los que son devorados vivos sepultados en un embudo de arena por la tenebrosa larva de la hormiga león, o empaquetados, congestionados, asfixiados en su red por la tenaz araña…» Tuvo un acceso de tos, muy fuerte, noté cómo se contraía su ano, su recto, y en plena eyaculación, enorme, agónica, apreté de tal modo su torso tísico que oí crujir las vértebras, aflojé asustado el abrazo y ante la carencia de unos pechos que apretar cogí su cabeza y le mordí con fuerza en la nuca mientras los aromas de su cabello me hacían enloquecer aún más todavía. Creí morir. (Y ella también, aunque por distinto motivo.)
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