Ewan Clayton. La historia de la escritura.

noviembre 28, 2023

Ewan Clayton, La historia de la escritura
Siruela, 2015. 400 páginas.

Por el título no sé qué esperaba encontrar pero, siendo estrictos, una historia de la escritura no es. Un poco historia del alfabeto latino, de la tipografía, de la caligrafía, de la impresión artesanal y por medios mecánicos e incluso los modernos tipos de letra que se usan en los ordenadores (de la época, que el libro tiene unos años).

Por lo tanto aquí no se nos habla de las primeras muestras escritas ni de como comenzó la escritura, lo que no quita para que la información que se nos presente no sea interesante y amena. Cómo comenzaron los códices, la evolución de los diferentes tipos de letra, la historia de la imprenta, que no fue tan fulgurante como parece, o la recuperación de las habilidades caligráficas.

Como queja que quizás salta de un tema a otro sin excesivo hilo argumental y que no todo tiene el mismo interés ni el mismo grado de documentación, pero es una lectura interesante.

Bueno.

Fue poco antes de 1100, con Anselmo de Laon (m. 1117), cuando se desarrolló un nuevo tipo de objeto escrito: el libro «glosado». Esta clase de libro contenía el texto principal —como los salmos o las cartas de san Pablo (el primero que recibió este tratamiento)— y a su alrededor, en columnas aparte en letra pequeña, se disponía una selección de comentarios sobre el texto central, tomados de las obras de los padres de la Iglesia [fig. 18]. Había también espacio para citas y comentarios interlineales. Al final, el resultado eran cuatro o cinco obras de distintos autores distribuidas en una sola página. Cada página de estos libros requería una composición diferente dentro de las normas generales establecidas por el amanuense. Alrededor de 1135 todos los libros de la Biblia tenían comentarios y a mediados del siglo XIII lo mismo se podía decir de los libros de filosofía, derecho y medicina; además, estos libros se diseñaban con columnas pautadas en los márgenes para permitir que sucesivos lectores añadieran sus propios comentarios conforme leían. Al mismo tiempo, se introdujo un aparato erudito más sofisticado.
La Biblia y otros libros se dividían ahora en capítulos normalizados para facilitar la consulta; los manuscritos tenían titulillos en la parte superior de la página y al final de cada una se repetía la palabra que iniciaba la página siguiente. Se desarrollaron métodos para destacar met, se incluyeron resúmenes de argumentos en el comienzo de las secciones, y autores académicos como Tomás de Aquino (cuya letra, encantadora pero atroz, hay que verla para creerla: sin duda el mejor ejemplo de un cerebro que va más deprisa que la mano) introdujeron en su escritura una lógica claramente organizada que hacía que una argumentación fuese más fácil de seguir y de construir. La rapidez de uso y consulta se iba imponiendo a la lenta cavilación monástica sobre un texto, y ya no bastaba con destacar nuevos temas introduciendo una inicial coloreada o una pintura iluminada.
Desde mediados del siglo XIII, la letra del texto principal de los libros glosados empieza a mostrar una mayor tendencia a comprimir las formas que observábamos por primera vez, en manuscritos de Canterbury antes de la conquista, en la segunda década del siglo XI. Ahora, como consecuencia de esta tendencia y anticipando un fenómeno paralelo en la arquitectura, los robustos arcos semicirculares de la parte superior de letras como la m y la n de caja baja empiezan a desarrollar un arco apuntado más gracioso. A finales del siglo XII esta forma apuntada deviene angulosa y en el XIII estas letras empiezan a perder sus curvas a favor de bruscos cambios de dirección desde trazos rectos o sólo muy sutilmente curvados, y los espacios interiores de la letra o «contraformas» debajo de los arcos de la m y la n se parecen menos a un arco gótico de una catedral y más al tejado triangular de un casa corriente de ciudad [fig. 19]. A primera vista nos preguntamos de dónde vienen estas formas, hasta que nos damos cuenta de que lo que hacen es expresar, en términos caligráficos, la misma descomposición de estructuras en componentes lógicos claramente definidos que caracterizó a la era del escolasticismo.

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