Seix Barral, 2023. 270 páginas.
Julieta y su madre vuelven al pueblo familiar a pasar las vacaciones. La niña no está pasando una buena racha en el colegio y encontrará un refugio en la aldea, aunque las cosas no son lo que parezcan y un sitio aparentemente tranquilo también esconda sus secretos.
Escuché un par de entrevistas con la autora por la radio que me despertaron la curiosidad y aunque disfruto mucho de sus artículos en El país nunca había leído un libro suyo, ni siquiera los de Manolito, así que decidí darle una oportunidad. Por desgracia las entrevistas me pusieron sobre la pista de lo que pasa desde el principio, así que la revelación final no lo fue para mí.
He disfrutado de la lectura, Elvira es una escritora solvente que te emociona por momentos, aunque no suele ser el tipo de libros que suelo leer.
Está bien.
Llegamos a La Sabina pocos días después de que acabara el colegio. Mi madre hizo la maleta con aturdimiento y con rabia. Yo la observaba en silencio, desde un rincón de su dormitorio, con las manos apoyadas en las caderas, sintiendo que debía disculparme, pero sin encontrar la razón para hacerlo. Iban cayendo en el interior de la maleta las bragas de las dos, los sostenes de ella, los bañadores, las camisetas, algún vestido, las zapatillas, las cangrejeras. No te quedes ahí embobada y mete los libros en la mochila. Eran libros de repetidora, porque ya no había forma de salvar el curso. Ni por el conocimiento ni por la actitud. Lo que había en esta cabeza mía era un misterio, por su experiencia sabía que los niños no pueden albergar secretos que les impidan vivir con alegría. Algo así había oído mientras esperaba a mi madre sentada en el banco que había a la puerta de la tutoría. Se evade, decía mi tutora, Julieta está en otro lugar, nada capta un interés que ha ido perdiendo a lo largo del curso, de la misma forma que su conocimiento de las materias se ha ido diluyendo hasta casi dar la impresión de que no queda nada dentro de su cabeza, incluso de que se ha producido un olvido total de lo que aprendió el curso anterior. Reacciona, sí, se activa cuando salimos al patio a jugar al baloncesto, entonces vuela, conecta con sus compañeras, compite, saca una furia interior que se apaga nada más entrar de nuevo en clase. En la cancha siempre es líder, en el aula se ausenta. Esto no es una sorpresa, te lo hemos venido advirtiendo a lo largo del curso, algo pasa y no sabemos qué es, y yo siento que he perdido a mi niña, a mi alumna querida del año pasado. ¿Es que contigo no se muestra ausente? Algo notarás, es tu hija. No, no vengas con ésas, no es que te culpe, te pones a la defensiva y eso no nos sirve de nada, ni a ti, ni a ella, ni a mí. No puedo creer que se deba a un retraso repentino, eso no existe, Guillermina, los niños no se retraen de un día para otro. Eres responsable de ella y como no actúes este verano… Las vacaciones pueden ser una oportunidad para despejar esta incógnita. Si vuelve de la misma manera tendré que hablarlo con alguien. Con quién, pues con un especialista. No es una amenaza, es mi deber. Deberías alegrarte de que me preocupe por ella en vez de ponerte en guardia. Y no, no se trata de que no llegues a todo, muchas madres de este centro trabajan y pasan poco tiempo con sus hijos. No es eso. Los niños pueden acusar la ausencia materna, desde luego que sí, pero eso no sería una razón suficiente para esta especie de evasión mental. Estoy segura de que tú percibes en ella algo mucho más profundo y por alguna razón que no alcanzo a entender tienes miedo a asumirlo.
Escuchaba lamentos, entre el sorber de los mocos y algún sollozo, frases incoherentes, alguna promesa débil. Salió mi madre de la tutoría y detrás de ella, Laura, mi tutora, que se agachó para darme un beso. Hubiera querido pedirle perdón, decirle que lo sentía de veras, pero que no podía evitar ser esta nueva yo que se imponía a aquella niña de antes que ella quería tanto. Siguiendo un impulso irrefrenable, le volví la cara, arisca, rechacé el beso y salí corriendo tras mi madre, que anduvo a zancadas hasta alcanzar el aparcamiento. Volvimos a casa en silencio y casi en silencio pasamos varios días. Rafael no estaba, pero eso no era extraño, Rafael iba y venía. Parecía tan natural su ausencia como el espacio abusivo que ocupaba su presencia. Cada vez que escuchábamos la maquinaria del ascensor subiendo y pararse en nuestro rellano, mi madre se ponía tensa esperando que la puerta se abriera. Trataba de disimular ese temor constante que tenía a que un buen día desapareciera para siempre. Cuando por sorpresa abría la puerta con la llave que le dio casi desde que empezaron a salir, Guillermina se movía zalamera a su alrededor, celebraba su llegada con risas y me animaba a que participara de su entusiasmo. Y yo me unía, sonriente pero callada, cómplice de ella, también de él aunque de otra manera, del hombre que sacaba de su mochila, como el mago saca el conejo de la chistera, unas sombras de ojos con purpurina, laca de uñas de colores, unas cangrejeras, ¡iremos a la playa! Una mochila con el rostro de Britney Spears. Yo recibía el regalo en mis manos. Di gracias, Julieta. Gracias. Y era consciente de que Guillermina se quedaba esperando el suyo, defraudada por no ser la niña, por no ser yo.
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