Elsa Drucaroff. Checkpoint.

junio 21, 2023

Elsa Drucaroff, Checkpoint
Páginas de espuma, 2019. 172 páginas.

Incluye los siguientes cuentos:

Anteúltima cita
Una pareja divorciada se reune a instancias de la mujer para discutir los términos del acuerdo, el punto de vista va saltando del hombre a la mujer y vemos su relación desde un feroz antagonismo.

Lili en su bosque
Una niña algo inocente sale a la calle sin bragas y le provoca una sensación de libertad maravillosa.

Fiesta en el praivat
En un futuro distópico donde la gente vive bajo tierra se celebra una fiesta de disfraces donde la protagonista dará la nota.

Reunión con todos
Un grupo de jóvenes estudiantes y amigos (el grupo del fondo) prepara un examen de latín en vez de ir a un evento multitudinario que tiene hipnotizada a la sociedad.

El peligro de acudir a la cita
La típica reunión de antiguos alumnos donde cada uno presume de donde ha llegado o no y los que en su momento fueron perdedores y ahora han triunfado se toman la revancha.

Pájaros contra el vidrio
Vacaciones en un país que podría ser Brasil de una joven algo limitada de entendederas que tiene una aventura con un hombre intelectual con un curioso desenlace.

Pongo resumen porque no son muchos. Me gustó el primero, ese matrimonio destruído en el que cada uno de los cónyuges piensa horrores del contrario y la diferencia entre la autoimagen y la imagen de la pareja son tan contradictorias que causan horror y pena. También el segundo, esa niña que no sabe nada de la vida pero que es feliz.

El resto no demasiado. El del praivat me pareció previsible. En los otros tres me gustaron los personajes, que la autora dibuja bastante bien, pero no sabe muy bien qué hacer con ellos. El último, con su aire ligeramente sobrenatural y lleno de coincidencias me pareció rozando el larguero. Pero como no están mal escritos se leen bien.

Bueno.

Ella insiste porque sabe que él es un padre cómodo que si puede no se ocupa, no se interesa, no destina tiempo para hablar de su hijo con ella, su trabajo siempre está primero, ese trabajo tan interesante pero que nunca da el dinero suficiente cuando ella sabe (tiene la absoluta certeza) que él podría ganar mucho más si realmente lo quisiera, si realmente su hijo le importara, porque él antes, cuando estaba con ella, ganaba mucho más. Ella ha insistido porque tienen que hablar, es importante, es urgente y ella sabe insistir, sostenerse como un tábano; él conoce esa fuerza insoportable, la sufrió, es simple: ella insiste y gana porque si se prueba y se trata y se prueba y se trata y se prueba y se trata sin límite, alguna vez el otro cede aunque más no sea para dejar de escucharla zumbar cuando no se la puede aplastar de un golpe, porque ella no es tábano ni mosca y si la aplastás vas en cana, así que al final, para callar esa voz nasal que se queja todo el tiempo, ese grano infectado en el medio del culo, decís que explote y ya, hasta la próxima vez, que escupa su pus y se seque un ratito, a ver, ¿podés el jueves después de mediodía?

Así que ahora hay una cita. Y ella sabe que va a ser doloroso y además inútil y siente la adrenalina que circula por sus venas, el hueco en el estómago que anticipa la impotencia, el dolor, la rabia que va a sentir cuando él le diga que no, pero está parada frente al placard buscando su mejor pollera, de corte elegantísimo, la que deja ver el final de sus pantorrillas todavía bien firmes, delicadas, la que resalta sus nalgas redondas y bien paradas (dieciséis años atrás él lo elogiaba), la cintura que desde entonces apenas se ensanchó en tres centímetros, ella sigue delgada y alta, casi no echó panza. Busca la pollera y piensa que es demasiado linda, él va a creer que se la puso para él y además puede parecerle de noche porque es oscura, no se encuentran a una hora para vestir de noche, pero la tela es algodón, se ve que no es de fiesta. Busca el top color manteca, escotado aunque discreto, le queda perfecto bronceada. Pancho se restriega contra sus piernas, ella sabe que el perro la quiere, se agacha y lo acaricia con gratitud, Pancho la entiende y le lame dulcemente la mano, ella sabe que el perro le está diciendo «ánimo, estoy aquí».

El la ve entrar y le parece repugnante: vieja, agria, ácida, seca (piel arruinada por el sol), desgrasada (grasas consumidas por el odio), mal vestida con una pollera de fiesta y una remera ridicula, no sabe decir por qué. Sabe: dan asco los hombros y los brazos con músculos que se elongan bajo la piel vieja, ejercitados seguro con pequeñas mancuernas. Cuando va al gimnasio él ve mujeres tomando clase y puede imaginarse a esta ahí, los puñitos cerrados aferrando la pesa, golpe rítmico imaginado contra una mandíbula que tiene nombre, el nombre de él, del padre de su hijo, su víctima, el imbécil que una maldita vez se enamoró de ella y fue todavía más imbécil y tuvo un hijo con ella, un hijo hermoso, el sol, la inmensa dicha de su vida pero también el horror de su vida porque hace catorce años que tiene una tenaza que le retuerce los testículos, el pico del buitre que revuelve las entrañas y ella es la tenaza, ella es el pico, Lauti es sus entrañas, su sangre, sus testículos, su vida misma y ella los tiene prisioneros a Lauti y a él.

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