Menoscuarto, 2008. 302 páginas.
Recopilación de relatos con lo fantástico de fondo (apariciones, elementos sobrenaturales) que se propone demostrar que el género no sólo no ha sido ignorado en este país, sino que lo han cultivado prestigiosas firmas. Los cuentos son los siguientes (sacados de aquí: La realidad oculta):
Médium (1899), Pío Baroja
Del misterio (1903) Ramón María del Valle-Inclán
El que se enterró (1908) Miguel de Unamuno
La máscara del dominó negro (1910) Miguel Sawa
La casa de la Cruz (1924) Emilio Carrere
El hombre de la barba negra (1930) Eduardo Zamacois
Fueron testigos (1952) Rosa Chacel
Apiguaytay (1955) Alonso Zamora Vicente
La gabardina (1955) Max Aub
Aniversario (1957) Luis Romero
Cargamento de muertos (1964) Alfonso Sastre
El doble (1968) Segundo Serrano Poncela
La pelota de oro (1968) Juan José Plans
El avión en paz (1967) Francisco García Pavón
Reichenau (1972) Juan Benet
Testigo imparcial (1980) Ricardo Domenech
Dejen salir (1982) José Ferrer-Bermejo
En el hemisferio sur (1983) Cristina Fernández Cubas
Lord Rendall’s Song (La canción de Lord Rendall) (1989) Javier Marías
Los guerreros de bronce (1989) Pedro Zarraluki
Las palabras del mundo (1990) José María Merino
La sombra (1992) Juan Eduardo Zuñiga
La casa vacía (1994) Juan José Millás
Servicio de socorro (1997) Carlos Castán
Overbooking (2005) Luis García Jambrina
Pues bien, pese a que siempre alabo la calidad de las antologías de menoscuarto en este caso alguna crítica tengo. Es un libro bueno -e incluso muy bueno- que he leído con placer. Algunos cuentos (pienso en La pelota de oro, El avión en paz o incluso Overbooking), me han gustado mucho, y malo, lo que se dice malo, no hay ninguno (aunque algunos sean flojos; La gabardina de mi admirado Aub es una leyenda urbana clásica, bien tratada, pero más conocida -aunque a lo mejor en la época no tanto).
Pero en el prólogo -excelente- se nombran a Borges y Cortázar como renovadores del género. Pues bien, ni uno solo de los cuentos se acerca (no digamos iguala) a los ilustres argentinos. Por otro lado fuera de los nombres consagrados de la literatura se han escrito cosas muy buenas (sin ir más lejos, aquí: Piel de fantasma, que tiene algunos cuentos mejores que toda la antología), que parecen no tener cabida.
Pero salvo estas críticas, buena selección.
Calificación: Bueno.
Extracto:
Aquel mismo día varios helicópteros y cazas de las fuerzas aéreas, uno de ellos tripulado por las primerísimas autoridades aeronáuticas del país, llegaron hasta el enclave del famoso bimotor inmóvil con el propósito de examinar con el mayor detenimiento posible su increíble situación.
Más de dos horas duró la operación. El helicóptero comando y toda la cuadrilla giraron una y mil veces en torno al bimotor parado, examinándolo por todos lados y aproximándose a él cuanto les era posible. Le hicieron películas y fotografías con teleobjetivos potentísimos a todas las distancias y en todas las posiciones.
De tan minucioso estudio solamente se pudieron añadir las siguientes novedades a las ya comunicadas por el Comandante L., descubridor del fenómeno. En efecto había tripulación, así como pasaje aunque sus rostros no eran reconocibles. Todos ellos aparecían totalmente inmóviles, como muñecos. El traje de los pilotos, así como el de algunos pasajeros que lograban verse con cierto detalle, correspondía por su hechura y colores a las modas de hacía treinta años. Permanecían todos como en una instantánea, en el gesto y actitud que les sorprendió, no se sabe qué extraña circunstancia. Uno de los pasajeros iba leyendo un ABC y otro llevaba un cigarrillo en la boca. La figura tal vez más anecdótica de todas y que apareció en fotografías de todas las revistas del mundo, era la de una azafata que pasaba ante una escotilla con una bandeja en la mano. Era muy morena y su corte de pelo correspondía a la moda de hacía unos treinta años. En sus gestos, aunque estereotipados y quedos, los tripulantes y pasajeros no mostraban el menor asomo de inquietud o sorpresa. También se confirmó plenamente que lo único que funcionaba de aquel varado avión, eran los motores, y por consiguiente sus hélices, aunque la nave no cambiase de posición un solo milímetro. Al llegar la noche, se encendían las luces del interior del avión y en el transcurso de las veinticuatro horas no ocurría otra novedad. Sí se decía, aunque nunca pudo llegarse a confirmar, que a veces parecía captarse algo así como si una radio transmitiese himnos marciales.
En seguida X grados de latitud N, X grados de latitud E y 1.000 metros de altura fue la situación más famosa del mundo.
Helicópteros de todo el universo llegaban para contemplar aquel inimitable fenómeno.
Caravanas de aviones turistas, perfectamente reglamentados, y luego de pagar grandes impuestos, llegaban a cada hora para impresionar en sus cámaras o mirar por sus prismáticos aquel artefacto suspendido en el aire como una estrella fea.
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