David Leavitt. El hombre que sabía demasiado.

marzo 7, 2022

David Leavitt, El hombre que sabía demasiado
Antoni Bosch, 2006. 304 páginas.
Tit. or. The man who knew too much. Trad. Federico Corriente Basús.

Biografía de Alan Turing muy bien documentada, que no cae en errores típicos y tópicos, y que explica muy bien muchos de los conceptos que inventó el matemático. Lo cierto es que no esperaba demasiado y es un libro muy bien escrito.

Turing es ahora conocido por su papel clave en la rotura de los códigos cifrados con la máquina enigma. A partir del trabajo realizado por los matemáticos polacos capitaneados por Rejewski desarrollaron una especie de computadora primitiva que permitía descifrar unos mensajes supuestamente inexpugnables.

Pero los que estudiamos programación tenemos a Turing de santo patrón, porque es el que inventó la máquina universal Turing, de la que bebió von Neuman para el desarrollo de la moderna arquitectura de los ordenadores. Lo hizo para definir la categoría de números computables y demostrar que el problema de la decisión no tenía solución. Al hacerlo con un enfoque más práctico que teórico, sentó las bases teóricas de las futuras computadoras. Hoy en día se utiliza la expresión Turing completo para cualquier sistema de computación que sea equivalente a una máquina universal.

De manera informal reformuló el problema de si las máquinas pueden pensar con el juego de la imitación, que consiste, básicamente, en que si tu hablas a través de un chat con alguien y eres incapaz de distinguir si es un humano o una máquina, se supone que es capaz de pensar. El Test de Turing se usa hoy en día y hay programas que son capaces de pasarlo parcialmente.

Suele decirse que Turing se suicidó y aunque en este libro: Alan Turing detallan las cosas que no terminan de cuadrar, en este libro se da por buena la teoría más conocida.

Resumiendo, un panorama muy completo de la vida de este matemático genial.

Muy bueno.

El primer trimestre de Turing en Sherborne comenzó al mismo tiempo que el estallido de la huelga general de 1926; había pasado el verano en Francia, y puesto que los trenes no circulaban, tuvo que recorrer noventa y cinco kilómetros en bicicleta hasta Sherborne desde Southampton, tarea que asumió con buen humor y con escasa ansiedad. De acuerdo con un informe del profesor encargado de su residencia, el señor O’Hanlon, hacia el trimestre del verano de 1927, sus matemáticas, en las que había comenzado con buen pie «no eran demasiado buenas. Pasa mucho tiempo dedicándose a investigaciones de matemática avanzada y desatiende las tareas elementales»[9]. Así, se tomó el tiempo de desentrañar, completamente sólo, las series de Gregory para tan-1x, sin darse cuenta de que Gregory se le había anticipado en dos siglos. Como relataría la señora Turing, aquel descubrimiento «fue motivo de satisfacción para el propio Alan… cuando preguntó si su serie era correcta, el coronel Randolph, su maestro de matemáticas, pensó en un principio que Alan tuvo que haberlo sacado de un libro de la biblioteca»[10]. El coronel le dijo más tarde a su madre que, a pesar de su originalidad, el jefe de estudios de Turing «se quejó de que sus trabajos estaban tan mal presentados que debería haber sido expulsado».
El señor Novell Smith, el director de Sherborne, le llamaba «el alquimista», en parte a consecuencia de un informe del final del trimestre de otoño de 1927, en el transcurso del cual O’Hanlon había escrito: «No cabe duda de que es muy enervante: y a estas alturas debería saber que no me gusta encontrármelo preparando en el alféizar quién sabe qué endiablado brebaje con la ayuda de dos velas parpadeantes»[11]. De acuerdo con la señora Turing, «lo único de lo que se arrepentía Alan era de que la señora Hanlon no pudiera ver los bellísimos colores producidos por la ignición del vapor desprendido por la grasa supercaliente de la vela». De haber apagado la vela el viento, el resultado habría sido, por tomar prestado la nomenclatura del propio Turing, un greasicle.[3*]. Por supuesto, nadie habría podido prever el ominoso presagio que acarrearía el término «brebaje»[4*] tanto para la vida de Turing como para su muerte.
Fue en Sherborne cuando por primera vez empezó a dar muestras de la obstinada literalidad que más adelante le traería tantos problemas, a pesar de que le conduciría también a sus descubrimientos intelectuales más asombrosos. Por ejemplo, cuando le preguntaron durante un examen «¿cuál es el lugar geométrico de tal y cual?»[12] (el eufemismo es de su madre), en lugar de suministrar la prueba que se le pedía, se limitó a escribir «El lugar geométrico es tal y tal». Más tarde, cuando la señora Turing preguntó por qué no se había molestado en redactar la demostración, respondió que lo único que le habían preguntado era «¿cuál es el lugar geométrico?». Y había respondido a la pregunta. Se había limitado a hacer lo que le pedían.
Su vida estuvo jalonada de semejantes episodios. Durante la Segunda Guerra Mundial, se alistó en la sección de infantería de la Home Guard (la milicia local voluntaria) para poder aprender a disparar. Cuando en uno de los formularios le preguntaron «¿Comprende usted que al alistarse en la Home Guard está sujeto a la jurisdicción militar?» respondió que no, pues no se le ocurría qué ventaja pudiera tener contestar afirmativamente. Se sometió al entrenamiento y se convirtió en un tirador de primera, como luego recordaría su amigo Peter Hilton, pero a medida que la guerra se aproximaba a su fin, perdió interés por la Home Guard y dejó de asistir a los desfiles, momento en el cual fue convocado por las autoridades para explicar sus ausencias. Como es natural, el oficial que le entrevistaba le recordó que como soldado tenía el deber de asistir a los desfiles, a lo que Turing respondió: «Pero si yo no soy soldado». Y en efecto, no lo era. Debido a que había respondido negativamente a la pregunta del formulario, en realidad no estaba sujeto a la jurisdicción militar y por tanto no tenía obligación alguna de asistir a los desfiles. Como observa Andrew Hodges, esta «estratagema del tipo A través del espejo de tomarse las instrucciones al pie de la letra» condujo a un follón de idéntico calibre cuando se descubrió que la tarjeta de identificación de Turing estaba sin firmar; en su defensa alegó que «había recibido instrucciones de no escribir nada en ella»[13].
Por supuesto, desde el punto de vista de la lógica matemática, en cada uno de estos casos Turing se comportó con la más absoluta corrección. La lógica matemática se diferencia del discurso humano ordinario en que sus afirmaciones a la vez significan lo que dicen y dicen lo que significan, motivo por el cual es poco probable que una frase del tipo «No te preocupes por recogerme, volveré caminando entre el aguanieve sobre mi pierna mala» llegue a figurar en un manual de lógica. El señor Spock, de Star Trek, era célebre por su insensibilidad a las insinuaciones, los dobles sentidos y la agresividad pasiva, y Turing, que a menudo se metía en líos a cuenta de su incapacidad para «leer entre líneas» tenía más de un toque del señor Spock.

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