Editorial Salvat, 1970. 180 páginas.
Alguna vez he comentado que la colección Salvat de tapa amarilla acompañó mi infancia. Como se quemó en el incendio de mi biblioteca me hice el propósito de vover a comprarla. Se me resistían estos Cuentos rusos y 1984, y ya los tengo. Colección completada.
Siempre me ha gustado la literatura rusa, y esta antología es una buena muestra del buen hacer de sus narradores. Como tengo muchas reseñas pendientes me van a perdonar que utilice las propias palabras del prólogo de Augusto Vidal en vez de las mías:
Los ocho cuentos que componen el presente volumen constituyen una excelente ilustración de ese carácter popular y nacional de la literatura rusa, a la vez que ofrecen valiosos ejemplos de su rica variedad temática y estilística.
La serie se inicia con un famoso relato de Gorki: Chelkash, escrito en 1895. Un simple episodio, una operación de contrabando en un puerto de mar, basta a Gorki para crear dos prototipos humanos, Chelkash y Gavrila. Para éste, la libertad está en el dinero, pero su libertad es, en el fondo, esclavitud: la que impone el apego desesperado a los bienes materiales — un pedazo de tierra, una casa, unas vacas —. Para Chelkash, que vive casi al margen de la ley, la libertad está por encima del dinero, y se halla en el vivir incierto, sin más sostén que el de las propias fuerzas. Pero el alma humana no es monocorde ni simple: tanto en la de Gavrila como en la de Chelkash surgen sentimientos e ideas encontrados, arranques de generosidad y de egoísmo, de afecto y de odio. Y a través de ellos se percibe el peso brutal del medio ambiente sobre la condición de los individuos.
A este cuento de Gorki sigue Una buena vida (1910), de Bunin, relato de velado dramatismo en el cual vemos cuan mala es la vida que la protagonista califica de buena aun presintiendo ella misma que se equivoca. Korolenko, en La necesidad, recurre a una bella alegoría para afirmar la libertad del hombre frente a su destino. Babel nos ofrece, en El despertar, un episodio autobiográfico, a la vez que un cuadro magistral de la vida de los judíos de Odessa antes de la revolución. Con La víbora, Alexéi N. Tolstói muestra cómo pueden coexistir en el alma humana la pureza y la brutalidad, la ternura y el odio, en situaciones tan extraordinarias como las que provoca la revolución. Iliá Ilf y Evgueni Petrov, humoristas preeminentes de la literatura soviética, se burlan, en El conde de Mediterráneo, del infantil formalismo de los catecúmenos de la revolución triunfante, mientras que Tatiana Tess, en La luz del sol, exalta la aclara y pura luz de la fuerza espiritual», capaz de «iluminar el camino del hombre» incluso en circunstancias trágicas.
El último de los ocho cuentos es El telegrama (1946), de Paustovski. La protagonista, Nastia, es una típica joven soviética. Se desvive por el bien de sus compañeros de estudio y trabajo, pintores y escultores leningradenses. Pero tampoco en la nueva sociedad soviética las cosas resultan tan sencillas como pudiera parecer. En una aldea lejana vive, sola, la anciana madre de Nastia, que siempre piensa en su «.entrañable hija», a la que no ve desde hace años. La joven está absorbida por su propio quehacer, no tiene tiempo ni para acudir al lado de su madre moribunda. En Leningrado se habla de «la solicitud por el hombre» y se ensalza a Nastia, pero la madre fallece en la aldea apartada sin el consuelo de ver por última vez a su hija. Quienes la ayudan y le proporcionan calor humano son Mániushka, la hija del zapatero del koljós, y Tijon, un guarda del servicio de bomberos, gente sencilla, desinteresada, que parece salida de ese fondo ancestral de la historia rusa, cuyo pueblo es compasivo, generoso, desinteresado, como lo era su Iliá de Múrom, a despecho de todos los defectos que pueda poseer — que posee —, como todas las criaturas humanas.
La lista de los cuentos incluídos en el volumen es la siguiente:
Máximo Gorki: Chelkash
Iván A. Bunin: Una buena vida
Vladímir G. Korolenko: La necesidad
Isaac E. Babel: El despertar
Alexéi N. Tolstói: La víbora
Iliá Ilf y Evgueni Petrov: El conde de Mediterráneo
Tatiana Tess : La luz del sol
Konstantín G. Paustovski: El telegrama
Esta colección se suele encontrar en muchas librerías. Si ven este ejemplar, no duden en comprarlo.
Escuchando: The music is magic. Abbey Lincoln.
Extracto:[-]
Puso el pie en un taburete, yo me incliné para limpiarle la bota y él me agarró del cuello, tiró del pañuelo y me llevó detrás del horno. Yo no podía evadirme y él, congestionado, trataba de dominarme, de cogerme la cara y besarme.
—¿Qué hace usted? Va a entrar la señora. ¡Vayase, por Cristo se lo pido!
— ¡ Si me amas, te daré cuanto quieras!
— ¡Ya sabemos el valor de esas promesas!
—¡Que me muera aquí mismo sin confesión!
Bueno, y así por el estilo. ¿Qué podía yo comprender entonces de todo esto? Hubiera podido suceder muy bien que diese oído a sus palabras, pero, a Dios gracias, no se salió con la suya. Volvió a apretarme contra la pared, pero yo pude evadirme, toda despeinada y furiosa, en el momento mismo en que ella, la señora, bajaba del piso alto muy engalanada, toda verde y gorda. Parecía una difunta y gemía, y aún me parece oír el frufrú de su vestido por la escalera. Yo estaba con el pañuelo caído y ella se dirigió directamente hacia nosotros. El coronel se escurrió y yo me quedé como una tonta, sin saber qué hacer. Se plantó frente a mí recogiendo su falda de seda — todavía lo recuerdo: iban de visita y llevaba un vestido color café, mitones blancos, sombrilla y un pequeño sombrero que parecía una cestita—, se contuvo, lanzó un gemido y siguió adelante. Cierto que entonces ni a él ni a mí nos dijo una sola palabra; pero, cuando el coronel se fue a Kíev, me despidió.
Recogí mis pobres cosas y volví a casa de la cuñada (Vania vivía con ella). Al verme sin trabajo, volví a pensar: «Se pierde mi inteligencia, no puedo ahorrar nada, no conseguiré encontrar un buen marido y tener mi propio negocio; Dios se ha olvidado de mí. Pero empezaré de nuevo y, aunque me cueste mucho, conseguiré mis propósitos, ¡ tendré un capital! » Después de darle muchas vueltas, puse a Vania de aprendiz con un sastre y me coloqué de doncella con Samojválov, un tendero, con quien estuve siete años… Entonces empecé a levantar cabeza.
Ganaba dos rublos y veinticinco kopeks. Eramos dos criadas: Vera y yo. Un día servía yo la mesa y ella fregaba la vajilla, y otro fregaba yo la vajilla y ella servía la mesa. No puede decirse que la familia fuera muy numerosa: el dueño, Matvei Ivánich, la dueña, Liubov Ivánovna, dos hijas mayores y dos hijos. El dueño era un hombre serio, de pocas palabras; en los días de labor nunca se le veía en casa y los domingos se los pasaba arriba, en su cuarto, leyendo periódicos y fumando un cigarro. La dueña era sencilla y buena, de origen modesto, como yo. Sus hijas, Ania y Klasha, no tardaron en casarse con dos militares; en un mismo año se celebraron las bodas. Entonces, a decir verdad, empecé yo mis ahorros: los militares eran muy generosos. Cualquier cosa que les hiciera — traerles cerillas, el capote o los chanclos — y ya me daban veinte o treinta kopeks… Además, íbamos limpias y agradábamos a los oficiales. Bien es verdad que Vera se creía una señorita, caminaba con pasos menudos, era cariñosa y en seguida se enfadaba; a las primeras de cambio arqueaba sus espesas cejas, temblaban sus labios rojos como cerezas y las lágrimas le brillaban en las pestañas, unas pestañas rnuy grandes, como a nadie he visto nunca. Yo era más lista. Me ponía una blusa sencilla con entre -doses, de manga corta, una cofia con su lazo de terciopelo negro, el delantal almidonado… y así hasta resultaba agradable. Vera se apretaba el corsé tanto, que le dolía la cabeza y le daban ganas de vomitar, mientras que yo nunca utilicé corsé alguno, porque estaba muy bien formada. Y, cuando los militares se fueron, los hijos del amo empezaron a darme propinas.
Cuando yo entré en la casa, el mayor había cumplido los veinte años y el menor tenía trece. Este era un pobre paralítico, a cada momento se rompía los brazos y las piernas. En cuanto le pasaba una cosa de éstas, acudía el doctor, le ponía una capa de algodón y gasa, le vendaba y luego echaba encima algo así como cal, que al secarse con la gasa se quedaba todo duro. Luego, después de algún tiempo, el doctor lo cortaba, se lo quitaba todo y el brazo aparecía sano, como antes. No podía andar, pero se arrastraba por la sala. A veces llegaba a bajar la escalera. Hasta solía cruzar todo el patio para ir al jardín. Su cabeza era muy grande, parecida a la del padre, su pelo era basto y rojizo, como las lanas de un perro, y su cara ancha, como la de un viejo. Porque comía que era un espanto: salchichón, bombones, rosquillas, pasteles… todo le apetecía. Los brazos y las purrias eran muy finos, como las patas de una oveja, llenos de cicatrices; en seguida se le rompían. Durante mucho tiempo anduvo sin más ropa que unas blusas muy largas. A leer le enseñó una maestra del seminario que venía a casa. ¡ Qué listo era! Y tocaba el acordeón como muy pocos. Tocaba y cantaba. Tenía una voz fuerte, estridente. Solía cantar muy a menudo «Soy un cura guapo».
6 comentarios
Yo también le tengo cariño a esa vieja colección. Uno de los primeros libros que recuerdo haber léido fue una recopilación de narraciones de Edgar Allan Poe publicados en la Biblioteca Básica Salvat.
Tomo nota de tu recomendación. Como admirador de Tolstoi y Chéjov, seguro que me viene bien ampliar mi catálogo de autores rusos.
Pues si quieres te lo presto. Para mí esta colección tiene mucho valor sentimental y m alegra haberla completado de nuevo.
hay alguien ahí??
Pues sí, estoy yo 🙂
hola…. estoy detras de un libro ruso(creo) que lei de chica que no se como se llama. era sobre tres hermanas que trabajaban en un castilo que una se casa con el rey pero las hermanas le hacen no se que trampa y el rey la bota del castillo con hijo y todo, los meten en un barril y los hechan al mar y creo que dan a parar a una isla donde vivia una princesa o algo asi, creo que al final el se venga de las tias convirtiendose en abejorro y diciendoselo todo al papá
Muy cierto Salvat es viejo, buenas ediciones; los cuentos, novelas, ensayos y otros relatos rusos nos traen recuerdos hermosos, como aquel principe de traje adornado, cabellera larga rizada con su espada en el cinto, recorria el pais en busca de una flor sagrada que llevaria al Rey a la eternidad, fue grande pero muy grande su felicidad que su viscera exploto, se caso entonces con su hija y reino por siempre, cuento infantil para leer en tres o cuatro noches con ilustraciones coloridas, hasta la forma como escriben las recetas de cocina, leia cuando joven a una mujer que editaba una columna y le ponia tal entusiasmo que me hice seguidora de cada receta, o de como Leon Tolstoi, critica y enseñanza de la mano sobre cautiverio de animales salvajes, comida viva lanzada a jaula ante la mirada de los visitantes; La Madre y una leccion con su narracion, texto viejos los cuales nos llevan por pasajes hermosos cargados de impresiones cotidianas, verdaderas y muy razonables.