Incluye los siguientes relatos:
La habitación de Nona
Hablar con viejas
Interno con figura
El final de Barbro
La nueva vida
Días entre los Wasi-Wano
Los dos primeros -niña con hermana peculiar y joven que intenta aprovecharse de una vieja- son los más flojos del libro. Interno con figura, visita al museo y análisis del cuadro que sirve de portada, es uno de los que más me ha gustado. Los tres finales, sobre la relación de unas hermanas con el nuevo amor de su padre, la persecución del pasado evanescente y el tío que inventa con sus palabras un mundo amazónico, destacan más por su construcción y el buen hacer en el desarrollo que por la idea que los sustenta.
En general bien, es una pena que los dos iniciales -nuestra primera impresión- desluzcan el conjunto.
—Ya podéis sentaros —les dice a los niños.
Una docena de crios toma asiento ordenadamente en el suelo y yo me aparto unos pasos. Pero no me voy. Me gustan estos grupos. Sus ocurrencias. La habilidad con que las monitoras sitúan época y costumbres señalando detalles y figuras, y los niños, alzando la mano, van poco a poco dándoles palabra y vida. Como si iluminaran los dibujos de un cómic. Divirtiéndose. Pero hoy, además, siento auténtica curiosidad por saber lo que les sugiere el cuadro. Y espero.
—¡Qué cama! —suelta una niña.
Los demás se unen a la sorpresa. Les parece enorme. «Vieja», dice uno. «Antigua», corrige la instructora. Pero nadie habla de lo que yo creía que iban a hablar. De la princesa del guisante y su cama gigantesca. Ni los niños ni la instructora. Tal vez Andersen no conste hoy en los planes de enseñanza o estos niños
sean mucho más precisos de lo que era yo a su edad. ¡Cómo comparar una cama de apenas tres colchones con los veinte del lecho gigantesco de la delicada princesa! Me siento de pronto como una estúpida adulta. Y por un momento añoro una infancia que no he tenido. La de estos niños. Sentados tranquilamente frente a un óleo pudiendo decir lo que se les antoje. No lo que los profesores quieran, como en otros tiempos. De alguna forma, sin moverme un milímetro, sin modificar en nada mi postura, acabo de sentarme yo también junto a ellos. ¿Qué edad tendrán? ¿Nueve,
diez años?
—La niña está jugando al escondite con otros niños que no salen en el cuadro… Y aguanta sin respirar para que no la descubran.
—No, no está jugando. Es una ladrona. Lleva todo lo que ha robado dentro de la sábana… Por eso en la habitación no hay casi nada.
—…Y como todavía es pequeña y es la primera vez que roba, tiene un poco de miedo…
—Mucho miedo. Está temblando. Pero no ha robado ni ha hecho nada malo. Lo que le pasa es que… La última en intervenir es una niña pelirroja. Ha empezado a hablar y se ha detenido en seco. Tiene aún los ojos fijos en el cuadro. Lo observa hipnotizada. Sin pestañear. Se diría que no ve lo que vemos los demás. Por lo menos de la misma manera.
—¿… y? —pregunta la instructora—. Continúa,
no tengas vergüenza.
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