Deusto, 2012. 232 páginas.
Tit. Or. Cognitive Surplus. Trad. Sandra del Molino.
Éste es un libro a la vez estimulante, por los diversos temas que toca, y decepcionante, porque no profundiza en ninguno, no tiene tesis articulatoria y no llega a demostrar lo que parece defender.
La idea principal se explica en un par de frases. Hasta la llegada de internet todo nuestro tiempo libre lo gastábamos consumiendo productos de ocio, principalmente televisión. Pero la red ha cambiado las reglas del juego añadiendo la posibilidad de interaccionar y crear contenido y valor añadido. La Wikipedia es el ejemplo estrella, ha podido construirse utilizando sólo el 1% de las horas que los estadounidenses usan para ver la televisión. Incluso algo tan pasivo como ver vídeos de Youtube permite comentar, puntuar y recomendar.
Hasta aquí de acuerdo. El resto de ejemplos de aplicaciones que se basan en el contenido aportado por los usuarios son también buenos ejemplos. Pero ¿Va a cambiar el mundo gracias al excedente cognitivo? Desde luego, las cosas están cambiando y cambiarán más. ¿Se usará para crear contenido valioso? Creo que en un pequeñísimo porcentaje. La potencialidad está ahí, que se aproveche es otra cosa.
Por tomar la Wikipedia, hay muchísimas más consultas que ediciones. Y aunque, como bien se indica en el libro, nos permite hacer desde pequeños cambios hasta grandes ediciones, la realidad es que los editores se implican bastante, casi no hay términos medios. Hubiera estado bien tener información sobre estos temas, que en el libro no se dan, probablemente porque no hubieran reforzado su tesis.
Otro ejemplo: el botón de publicar cuando nacieron los blogs fue toda una revolución. Por primera vez cualqueira podía publicar sin tener que pasar por revisiones y con un público mundial. Pero ¿Ha cambiado las reglas de la edición? No. Salvo algunos aficionados que por talento, trabajo, suerte o combinación de lo anterior han conseguido un público numeroso el resto de blogs que no está en manos de empresas generadoras de contenidos no tienen excesivas visitas. Poco es menos que nada, cierto, y yo soy el primero en reconocer sus ventajas (esta bitácora es la prueba) pero no ha sido el fin del formato tradicional.
El libro proviene de una charla TED y ese es su problema: para una charla de 15 minutos está bien, para un libro, aunque corto, es demasiado. Eso sí, da que pensar. Lo vi recomendado por Sergio Parra: [Libros que nos inspiran] ‘Excedente cognitivo’ de Clay Shirky y no he encontrado mejor reseña.
Ojo a las críticas a los aficionados que pongo en el extracto.
Calificación: Entretenido pero mejorable.
Extractos:
Consideremos, como comparación alternativa, un bar local. Se trata de una gestión comercial, pero los productos que vende son invariablemente más baratos si se consumen en casa, en general por un margen considerable; gran parte del servicio ofrecido por el personal se reduce a abrir botellas y fregar platos. Si una cerveza cuesta el doble en un bar que en una tienda, ¿por qué no se hunde todo el negocio y la gente opta por tomarse una cerveza más barata en casa?
Al igual que ocurre con los propietarios de YouTube, el dueño del bar está en el curioso negocio de ofrecer valor más allá de los productos y servicios que vende, un valor creado por los consumidores. La gente paga más por tomarse una cerveza en un bar que en casa porque este local es un lugar con más camaradería para beber algo; reúne a personas en busca de una pequeña conversación o que únicamente quieren estar con otra gente, individuos que prefieren estar en el bar que solos en casa. Este aliciente es suficientemente poderoso para que merezca la pena pagar la diferencia de precio. La lógica de la aparcería digital sugeriría que el dueño del establecimiento está explotando a sus clientes, porque sus conversaciones en el bar son parte del «contenido» que comporta que acepten pagar más por la cerveza, pero ningún cliente se siente realmente así. Por el contrario, recompensan con gusto al dueño por crear un entorno social acogedor, un lugar en el que pagarán más por la posibilidad de juntarse con otros seres humanos.
La espectacular reducción de costes para dirigirse al público y el incremento espectacular de la población conectada significan que ahora podemos convertir conjuntos masivos de pequeñas contribuciones en algo de valor duradero. Este hecho, clave en nuestra época actual, ha sido una continua sorpresa. Constantemente, los observadores escépticos han atacado la idea de que establecer un fondo común con nuestro excedente cognitivo pudiera funcionar en el momento de crear algo que mereciera la pena, o han sugerido que, si funciona, es como hacer trampa, porque compartir en una escala que compite con viejas instituciones de algún modo está mal. Steve Ballmer, de Microsoft, denunció la producción compartida de software como comunismo. Robert McHenry, un antiguo editor de la Enciclopedia británica, comparó Wikipedia con un baño público. Andrew Keen, autor de The Cult ofthe Amateur («El culto del amateur»), comparó a los bloggers con monos. Estas quejas, si bien eran por propio interés, se hacían eco de creencias muy extendidas. El esfuerzo compartido, sin control, puede estar bien para picnics y partidas de bolos, pero el trabajo serio se hace por dinero, por gente que trabaja en organizaciones apropiadas, con directores controlando su trabajo.
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