Claudia Rodríguez. Cuerpos para odiar.

julio 30, 2025

Claudia Rodríguez, Cuerpos para odiar
Barret, 2024. 240 páginas.

Recopilación de textos publicados en diferentes fanzines que hablan de los problemas que tiene una travesti en un mundo hostil desde la familia hasta los hombres que la desean pero se avergüenzan de ellas. La autora aprende a escribir para poder narrar su historia, las historias de tantas habitantes del margen que sufrieron como mártires de una religión marginal y desconocida.

La escritura de Claudia no solo tiene la fuerza de la verdad, de quien lo ha pasado mal en la vida y ha sufrido problemas de verdad, y no las tonterías que nos explican algunos escritores. También tiene una potencia de lenguaje increíble, sobre todo en algunos fragmentos que cortan como una navaja.

Todo un descubrimiento y que vivan los fanzines, incluso cuando se articulan como libros.

Muy bueno.

Había letras raras, minúsculas, gordas, elegantes y risticas, dobles y retorcidas.
* * *
El lenguaje calló y lo destruyó todo a su paso, arrancándome de ser niña para dejarme escupía en este mundo rajado en dos, y a mí despreciable. Yo no sabía que no sabía leer ni escribir hasta que me gritaron Tereso y me habían dejado sin batalla, sin herencia y maldita.
* * *
Aunque ni siquiera lo entendamos ni lo imaginemos, el no saber leer ni escribir nos construyó como cuerpos para ser odiados,
* * *

Ahora me maquillo y me depilo porque me gusta que me digan mijita. Cuando me pongo triste bailo sola y me drogo porque las cosas son como son. Bailo borracha y sola. Los hombres me ofrecen coca y me ensucian con sus besos porque me odian. Llego a mi casa cuando amanece y me quedo feliz dormida y sucia, lamida por desconocidos, penetrada por hombres que no querrán volver a verme, que durante días trabajarán en olvidarme y le mentirán de su deseo por mí a sus mujeres.
* * *
Me enamoré como una ventana chueca, como una ventana que no filtra el humo del frío, porque nunca me cierro a nada. Así me enamoré de un trata de blancas, como un horizonte sin línea recta, ni divisoria, totalmente entregada.
Como una ventana con la bisagra chueca y oxidada, sin tope, de un traficante con olores a revólver y cuchillos, y él se enamoró de mí solo por el desafío, por la posibilidad de venderme vieja y por kilos.

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