Dos chatarreros que se dedican a rapiñar escenarios de combate para obtener piezas valiosas que venden en el mercado negro se encuentran, dentro de una especia de tanqueta, un artefacto bastante extraño. No saben que hay muchos intereses detrás de esa batalla y tendrán que huir para salvar la vida, lo que les hará enfrentarse a problemas aún más grandes.
Por lo que había leído del libro no esperaba gran cosa. Y la verdad es que el libro tiene agujeros de trama a montones, algunos personajes de cartón piedra, escenas que me han dado un poco de vergüenza ajena (el chatarrero alabando el culo de la inspectora) e incluso un ‘de baja estopa’ que me hizo daño a los ojos.
Y aún así, me lo he pasado en grande leyendo el libro. Aventuras, artefactos extraños, alienígenas, escenas de acción y un final que pese a abusar de deux-es-machina es de traca limonera. También lo he leído en un momento en el que este tipo de libro me ha entrado muy bien.
Ciencia ficción de acción para pasar un buen rato. Recomendable.
Ferdinard estudiaba el cielo mientras corría. Si las naves venían del espacio, verían primero un destello luminoso producido por la fricción de la atmósfera. Eso detendría un poco la entrada de la nave en el espacio terrestre y podría darles un tiempo extra. Después… Después desaparecían bajo tierra y podrían salir a cientos de kilómetros de distancia si fuese preciso.
Pero ningún destello despuntó en el cielo.
Las dos naves pasaron zumbando sobre sus cabezas, salidas de no se sabía dónde. En cuanto hubieron pasado, el sonido de sus motores se hizo audible, seguido del rebufo del aire que les golpeó en la espalda, haciéndoles perder pie. Malhereux lanzó un grito ahogado.
—No… —dijo Ferdinard, sobrecogido.
Eran naves pequeñas, monotripuladas, pero naves de combate sin ninguna duda. Hasta le parecía reconocer el modelo. En ocasiones, esas naves pequeñas no necesitaban un piloto humano, lo que las hacía terribles y precisas. A cada extremo de sus cortas alas, había dos cilindros alargados terminados en una esfera pequeña. Las naves continuaron avanzando varios cientos de metros y luego doblaron bruscamente, virando una sobre la otra como en un tirabuzón. Su nuevo rumbo pasaba por encima de Sally.
—¡No! —gritó Malhereux.
Las naves soltaron varias ráfagas de disparos láser sobre su objetivo. Pese a ser tan vieja y tener escudos rudimentarios, Sally resistió bien las primeras embestidas; se limitó a sacudirse como si un gigante invisible la estuviera meciendo. Después, una tremenda explosión reventó la parte trasera. El metal salió despedido en mitad de una llamarada fulgurante que arrastró todos los restos de la batalla varios metros más allá. El gas que la rodeaba se tiñó de un intenso color naranja mientras los dos atacantes se alejaban. Después, la parte central se resquebrajó, partida por una reacción en cadena: Sally se abría en canal.
En ese momento, la nave explotó con un rugido, intenso y estremecedor. La intensidad de la explosión despidió una honda expansiva que alcanzó a los dos hombres y los tiró al suelo; el plexiglás de sus cascos vibró como un diapasón. Bob tuvo que encorvarse para resistir el envite.
Permanecieron allí, protegiéndose la cabeza con los brazos, mientras el fuego se extendía formando una monstruosidad incandescente recortada contra el cielo. Fragmentos de Sally caían pesadamente al suelo, donde rebotaban y volvían a elevarse unos metros, dejando una estela de humo negro.
Malhereux, agazapado en el suelo, sintió que unas lágrimas calientes corrían por sus mejillas. Bob miraba indiferente la columna de fuego, de un furioso rojo intenso.
Ferdinard fue el primero en atreverse a mirar, y las llamas se reflejaron en su casco. La nave era ahora una hoguera, una intensa pira funeraria.
La de ellos.
—Estamos muertos —susurró.
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