Mientras intento preparar el próximo encuentro les dejo aquí programado (ahora mismo estoy viaje a Logroño, patria querida) los textos de la última Bitácoras y Libros. La pregunta era:
¿Qué reencuentro te gustaría tener? o ¿A qué sitio o situación te gustaría regresar?
Y aquí lo que se dijo:
Cuando regresé, mis amigos también estaban allí… y pidieron otra ronda.
Esto no es un cuento, es una reflexión. Hay amigos que cuando te los encuentras tras soltar las cuatro frases de costumbre, como te va, estás igual -aunque es mentira- te quedas sin conversación y tras alguna sonrisa incómoda te despides con eso de ‘tenemos que quedar’ que los dos sabéis que nunca va a pasar. Con otros, sin embargo, pasa aquello de ‘como decíamos ayer’ y aunque hayan pasado diez años te pones a hablar como si nunca hubieras dejado de verte. También te despides con eso de ‘tenemos que quedar’, y tampoco pasará, pero en vez de alivio te da pena, y lo único que te consuela es que cuando el azar os vuelva a juntar al cabo de otros diez años, os pondréis a hablar como si el tiempo no hubiera pasado.
La palabra “REGRESO” en hebreo está asociada al arrepentimiento. Por eso es que no vuelvo, no. Sigo y no miro atrás. Aunque, si es verdad que la existencia es circular, volveré a pasar.
Hace años me preguntaba ¿Qué será de fulanito? ¿Qué será de menganito? Ahora, gracias a internet y a Facebook, me he reencontrado con fulanito y menganito. Pero es curioso; tras intercambiar dos mensajes, silencio. Ahora sé perfectamente que fulanito está cultivando una granja en Farmville -no para de enviarme solicitudes- y que menganito todos los días desayuna, come y se va a dormir, mientras enlaza algún que otro chiste. Lo que imaginaba era mejor que la realidad. Maldito facebook….
Qué difícil se me hace pensar en un reencuentro. Me inspiro en la canción favorita de mi héroe televisivo “lloviendo hombres”. No podía ser de otra manera.
Me gustaría reencontrarme con mi primer amor. Qué romántico ¿verdad? Pues nada más lejos de la realidad. Tampoco penséis que quiero verlo para prepararle una venganza ni nada parecido. Sigo con mi héroe y se produce en mi cerebro una especie de paralelismo.
¿Habéis adivinado quién es el personaje de la tele? Homer Simpson, claro está. Y si mi antiguo enamorado tiene una estampa parecida a la de Homer. Posiblemente no ande equivocada y mi reencuentro deseado sea una pesadilla delante de un hombre con barriga cervecera y tres pelos como cabellera.
Que peligroso puede llegar a ser que se cumplan tus deseos.
Pero volvamos al morbo de querer ese reencuentro. Sexo, sólo sexo. Aquello que nunca se consumó. De todas formas, mejor no tentar la suerte, desearé con encontrármelo nunca para mantener el misterio…
Leer a Marcel Proust como si fuera la primera vez, eso lo echo de menos.
Si no fuera porque vivimos en ciudades distintas, sería bonito encontrarte por casualidad un día por la calle, preguntarte si tienes tiempo de tomar una cerveza, y sentarnos juntos en cualquier terraza.
Si no fuera por como acabamos, por las cosas que nos dijimos y por los insultos, podríamos ponernos al día, recordar los viejos tiempos, que también fueron buenos, y volver a reír juntos.
Si no fuera porque estamos casados, y no se me pasa por la cabeza ser infiel, podríamos ir a tu casa, a la mía o a un hotel, y follar como locos -nosotros, lo sabes, nunca hicimos el amor y, -si no fuera porque la edad no perdona- estaríamos haciéndolo toda la noche.
En fin, para acabar, si no fuera por esta bitácoras y libros no me habría dado cuenta de lo mucho que, todavía, te echo de menos.
‘Adelante, siempre adelante’ Ese es mi lema y tengo que tirar de google para saber si es del arbol de la ciencia de Baroja o de Marianela de Galdós. Es de Marianela. Me gusta más mirar al futuro que al pasado. Creo que es una pérdida de tiempo hablar con los amigos de aventuras pretéritas cuando podemos estar creando otras nuevas, mientras se nos levante y el doctor no lo impida.
Pero también tengo mis debilidades. Yo de pequeño crecí en un paraíso. La casa de mi abuela, una granja ya en desuso, lo tenía todo para hacer la felicidad de un niño. No os puedo explicar la cantidad de aventuras, recovecos, juegos y rincones que tenía porque estaríamos toda la noche.
Ya no existe. Un plan de remodelación urbano se la llevó por delante. Si la patria del hombre es su infancia, la mía me la han quitado. En su lugar hay ahora un aparcamiento, y cuando paso me dan ganas de ponerme de rodillas como en la escena final del planeta de los simios y gritar YO OS MALDIGO.
Lo que más me duele no es que me hayan robado el paraíso, es que me han privado de compartirlo con mis hijos. De que subieran a los mismos árboles que yo y comieran los mismos higos todos los veranos. De bañarlos en la pileta…. pero fuera nostalgias. El paraíso es dónde están ellos. ¡Adelante, siempre adelante!
Mi mano sostiene un lápiz, y entre garabatos inocentes un rostro se va perfilando. Es el rostro de mi abuelo. El está enfrente, sentado en una mecedora en la que se ha quedado traspuesto,
durmiendo una breve siesta. Termino mi dibujo, y al poco él ya se despierta. Se lo enseño y se ríe de mi ocurrencia.
Yo tendría unos doce años. Mi familia iba siempre a pasar los meses de verano en casa de mis abuelos maternos, una de esas casas antiguas de pueblo que son enormes y hasta tienen de un patio interior abarrotado de plantas. En aquella casa pasábamos las horas esperando a que los mayores nos llevaran en coche al apartamento playero de mis primos, hasta que pasadas ya las doce de la noche, regresábamos de nuevo a la casa de mis abuelos a dormir. Los días pasaban entre unas rutinas y otras, habían días que no íbamos a la playa, y entonces matábamos las horas muertas en aquella casa, entre lecturas veraniegas, cuadernos de Santillana, e inventándonos juegos de hermanos los ratos que conseguíamos no pelearnos.
Mi abuelo murió poco tiempo después. Le falló el hígado y aquel rostro que yo había dibujado
en el papel se pintó de un dramático amarillo.
Luego fueron pasando los años y mientras yo maduraba, me fui dando cuenta que mi abuelo era alguien que me hubiera gustado conocer muchísimo más de lo que realmente lo conocí.
Me hubiera encantado preguntarle por sus gustos literarios, porque él siempre estaba leyendo, y
de hecho es el único familiar del que de alguna manera he heredado mi auténtico interés por la lectura.
Me hubiera gustado saber sus historias sobre la guerra civil, porque sé que peleó en el bando republicano, y tengo la imagen en mi cabeza de verle cómo se lavaba en una palangana de porcelana blanca, y como luego se colocaba una especie de corsé, que daba cuenta de las
secuelas de una herida de guerra. Pero poco más sé al respecto.
Me hubiera gustado que me contagiara su interés por la música clásica, porque recuerdo que el
tocaba la flauta travesera, y de hecho antes de jubilarse había sido músico profesional en la
banda municipal de la ciudad.
Y también me hubiese gustado preguntarle de donde sacaba la paciencia que a veces tenía para aguantar a mi abuela, porque mi recuerdo es que eran como el sol y la luna; mi abuelo siempre calmado con una sonrisa en la boca, y mi abuela siempre alterada por una cosa u otra. Nerviosa siempre ella, paciente siempre él. Me imagino que de alguna manera se complementaban.
“Te está haciendo daño” “Te está destrozando la vida” Me lo decían todos mis amigos y, al final, les hice caso. Te abandoné. Juré no volver a verte, que mis labios no volverían a rozarte. Y lo cumplí durante dos años. El tiempo diluye las cosas malas y realza las buenas. Tenías muchos defectos, pero siempre habías estado conmigo en los momentos difíciles. ¡Tantas noches de fiesta juntos! Tonteamos un fin de semana que me había pasado de copas. El domingo, culpable, quise olvidar lo pasado. Pero repetí. Varias veces. No me arrepiento. Que mis amigos digan lo que quieran, incluso el médico. Te enciendo y pego una buena calada. Mmmmm. Que gusto volver a estar contigo….
Me vería de nuevo las caras con Gustavo, que me torturó la EGB restregándome su reloj calculadora por el morro. Y con Manuel Lagos, que se hacía el chulito porque el radiocaset de su coche era de frontal extraíble cuando yo tenía que ir con un mamotreto tamaño caja de zapatos bajo el brazo. Me gustaría reencontrarme también con Aniceto, el vecino de la calle Trafalgar, el que se descojonó de mí y de todo dios cuando se compró el vídeo de sistema Beta. Y con todos los que se ensañaron conmigo porque en mi familia éramos muchos y pobres, y me hicieron sentir un paria por no tener yogurtera, fax, cargador de pilas, rebobinador de cintas, walkman minidisc, teléfono supletorio en mi cuarto, ordenador Spectrum, sacapuntas eléctrico, hilo musical, tamagochi, en fin, todos esos inventos tan necesarios, duraderos e imprescindibles para el futuro de la humanidad.
Me reencontraría con todos ellos y cuando los tuviera enfrente les diría: «Pues no. Aún no tengo un e-book».
Vuelvo siempre a caminar tratando de encontrar algo. Debí soñar o imaginar que en la calle estás rodando.
¡Cuanto sabían los antiguos griegos! Maldito capitalismo que está consiguiendo lo que no lograron los Persas. Nadie se baña dos veces en el mismo río, decía Heráclito. Cada vez que vuelvo a las fiestas de mi pueblo lo constato. Más que una ocasión de disfrutar, es un ejercicio de nostalgia. Todos los rincones están llenos de recuerdos ¿cómo es posible bailar el paquito el chocolatero sin pensar en aquel primer beso? El bar Manolo… si sus baños hablaran… Volver solo sirve para comprobar que eres un año más viejo, y que has dejado pasar tantas cosas… Cuando eres joven el futuro está lleno de promesas, como un enorme árbol lleno de frondosas ramas esperando que las recorras. Pero ¡ay! cuando vas subiendo cada vez quedan menos alternativas, mientras a tu alrededor ves lo que no podrás disfrutar. Así hasta que ya no quedan opciones, sólo una humilde hoja, que se marchita hasta que un soplo de viento se la lleva volando por el aire….
Aaay, aquella chica del instituto… Ojalá pudiera volver a esos años, con un poco menos de vergüenza, y decirle todo aquello que quedó pendiente. Pero cómo podría suceder, si todavía me sonrojo cada vez que la espío por las redes sociales.
Regresar a los sitios donde fui feliz y recuperar el cofre enterrado lleno de monedas de oro y sentimientos preciosos…, pero quién sabe si al desenterrarlo solo encontraría piedras y hojas secas. Pues no regreso, ea.
La nostalgia no es una de mis debilidades. Repasando en mi memoria todas aquellas personas que conocí alguna vez, no logró encontrar a ninguna con la que me gustaría reencontrarme. Volverlas a ver, sí, a casi todas. Como en la canción, también hay alguien cuyo recuerdo me desgarra el alma cuando más a gusto estoy. También la vida me ha separado de algunos de mis mejores amigos. También la muerte me ha rozado. Pero un reencuentro supone recuperar algo que se había perdido, es decir, continuar una relación tal y como era cuando la dejaste. Y eso, al menos para mí, es imposible. Los hombres, aunque en el fondo nunca cambiamos, cambiamos continuamente, porque todos los días aprendemos algo, experimentamos, crecemos constantemente. Por eso, sé que si vuelvo a ver a alguna de esas personas ya nada sería igual. Sería otra historia. Puede que mejor, pero distinta. Para que fuera la misma, los dos tendríamos que olvidar todo lo que hemos vivido desde que no nos hemos visto, y eso sería un error.
Con los lugares y situaciones pasa tres cuartos de lo mismo, pero quizá sí habría una situación en la que me gustaría volver a estar: El invierno que pasé junto al mar con mi pareja de entonces.
Vivíamos en el apartamento de veraneo de sus padres; la urbanización estaba casi desierta y hasta para comprar el pan teníamos que coger la bicicleta y acercarnos al pueblo, a unos dos kilómetros. Teníamos la playa para nosotros solos y todos los días dábamos largos paseos por la arena. Recogíamos conchas, cristales pulidos y maderas de formas extrañas que traía el mar. A veces, llegábamos hasta la punta rocosa y trepábamos hasta la cima donde había una antigua torre de vigilancia de piedra, medio derruida, o explorábamos los restos de un bunker excavado en el acantilado. Otras veces, nos internábamos por el bosque de pinos que había detrás de la playa y cogíamos romero y tomillo. En invierno oscurece muy pronto; las largas tardes las pasábamos en casa, escuchando música y trabajando en nuestro gran proyecto común: un cómic, del que seríamos, respectivamente, guionista y dibujante.
En realidad, no es que eche de menos aquella época. Las cosas han cambiado y yo también. No creo que actualmente mi estómago aguantase los experimentos culinarios de mi novia o que pudiese volver a dormir con calcetines y un polo de cuello alto para reemplazar la estufa de butano que debíamos apagar por las noches, de acuerdo con las instrucciones de seguridad de mi suegra. Pero sí que extraño lo que sentí entonces. Ese invierno hice por primera vez me sentí totalmente libre, haciendo lo que realmente me gusta hacer y que trabajando en un proyecto que sentía mío; creo que fue entonces cuando salió de mí lo que no puedo ser y sin embargo soy. Y desde entonces, siempre he querido volver a sentirme así. Porque, aunque todo haya cambiado, y yo también, en el fondo de mí sigue encerrado ese mismo sentimiento, luchando por salir y hacerme sentir de nuevo libre.
2 comentarios
¿Y Terelu? 🙂 Buenas vacaciones.
No vino 🙂