Bicentenario de Darwin

febrero 12, 2009

Hoy se cumplen doscientos años del nacimiento de Darwin, en un año que vendrá cargado de homenajes, aunque los creacionistas todavía sigan dando la lata.

Acabo de leer en Centpeus una imagen un tanto diferente del Darwin que todos conocemos. Fue un respetable hombre de ciencia, pero en su juventud era muy diferente. Aficionado a la caza su padre llegó a decir que sería la vergüenza de la familia. En su famoso viaje en el Beagle corrió bastantes aventuras. Todo esto lo podemos leer en esta excelente entrada:

Bicentenari d’un jove aventurer

Los grandes científicos también fueron jóvenes.

11 comentarios

  • luis febrero 12, 2009en8:45 pm

    No creo que aventurero sea la palabra adecuada, más bien romántico-victoriano, y cumplía con el cánon siendo enfermizo, ligeramente hipocondríaco y aprensivo. Sobre el viaje… pues fue una cuestión de protocolo, ya que su puesto en la expedición en principio era más bien social aunque supo aprovecharla bien.

    En cuanto ciencia, tal y como se entiende generalmente, no era demasiado bueno, pero tenía una buen naturalista con una mente bien amueblada y una gran intuición combinada con una capacidad de trabajo envidiable lo que se traduce en la teoría de la selección natural (de Wallace) como motor evolutivo (de Darwin) que presenta sin demasiadas pruebas comprobables que de no hubiera fructificado académicamente sin gente como Huxley y otros.

  • arrebatos febrero 13, 2009en11:54 am

    ¡Y lo que llegué a disfrutar, en mi juventud, de «El viaje del Beagle»!
    Por cierto, qué envidia de lectura en tu esclavo lector. Bonita forma de esclavitud.

  • Palimp febrero 13, 2009en12:41 pm

    Aventurero en el título es una pequeña licencia. No por su espíritu, sino porque vivió muchas aventuras. No sé si era o no un buen científico, pero si metódico.

    Yo sólo he leído una selección, pero nunca he tenido a mano el libro completo. Respecto a la esclavitud 🙂 puedes votar cuando quieras.

  • Elisa febrero 14, 2009en5:15 pm

    Parece que nos han contado un cuento:

    DARWIN, LAS IDEAS DOMINANTES Y LOS QUE DOMINAN

    Cuarta entrega:
    La propaganda como método científico

    Máximo Sandín

    “Una mentira es como una bola de nieve; cuanto más rueda, más grande se hace”
    Martin Luther King

    Repetida adecuadamente, una mentira, por grande que sea, acaba por convertirse en verdad, como bien sabían Goebbels y su jefe, por cierto, ferviente darwinista. Y, precisamente, es difícil encontrar un personaje histórico sobre el que, en tan sólo ciento cincuenta años, se haya tejido una red de mitificaciones, medias verdades y mentiras completas mediante el método de repeticiones de frases hechas a modo de “jaculatorias”, como el de Charles Darwin.
    Pero vayamos por partes, como decía “Jack el destripador”. Para compartir con el lector, a partir de ahora, una mínima base para saber de qué estamos hablando, va a ser conveniente aplazar por un tiempo la labor “científica” para hacer unas pequeñas incursiones en la Historia, una disciplina que tiene mucho que aportar a los científicos, especialmente en lo que respecta al concepto de interpretaciones “objetivas”. Por ejemplo, entre la historia de Felipe II escrita por un inglés y la escrita por un español, es probable que existan distintas “objetividades”. Pues bien, vamos a ver algunos datos históricos sobre “la teoría de la evolución” elaborada desde “el continente”, que no es mejor ni peor que la elaborada en “La isla”, pero sí algo diferente.
    Aunque las ideas y las investigaciones sobre la evolución son antiguas, el primer tratado dedicado íntegramente a la evolución, en este caso con la idea explícita de que una teoría evolutiva es la base teórica de la Biología, fue “Filosofía (teoría) zoológica” (1809) del científico francés Jean Baptiste de Monet, Caballero de Lamarck, profesor de la Sorbona. Sus ideas, (sobre las que habrá que volver), expuestas en su libro de una manera estructurada y metódica, eran asombrosamente avanzadas para su época, pero su concepción más general, que nuestros “maestros” se han encargado de satirizar con el manido ejemplo del cuello de la jirafa, era la de la capacidad de respuesta de los organismos al ambiente (algo sobre lo que también habremos de volver). En la primera mitad del siglo XIX, las investigaciones sobre la evolución proliferaron, especialmente en Francia y Alemania. Cuvier y su “Recherches sur les ossements fósiles de cuadrúpedes” (1812), en el que ponía de manifiesto la discontinuidad del registro fósil (no por “creaciones divinas, como se le suele atribuir). Geoffroy Saint-Hilaire con el “Cours de l’Histoire Naturelle des Mammiferes” (1829), con sus experimentos sobre cambios inducidos en el desarrollo mediante el estudio de embriones de pollo, Fréderic Gérard con su “Theorie de l’evolution des formes organiques”, publicada en el Diccionario Universal de Historia Natural (París, 1841-49), en la que hacía una perfecta distinción entre los cambios “microevolutivos” y la “macroevolución”. Incluso, desde 1850 se convocaban concursos sobre estudios paleontológicos: en 1856, la Academia de las Ciencias de París otorgó el premio al paleontólogo alemán Henrich-Georg Bronn por su informe “Investigaciones sobre las leyes de la evolución del mundo orgánico durante la formación de la corteza terrestre”. Todas estas investigaciones estaban muy bien encaminadas científicamente, pero estaban circunscritas al ámbito académico.
    El 24 de Noviembre de 1859 se publicó en Londres el que ha sido calificado como “el primer best seller de la literatura científica”. Su autor, un victoriano acomodado aficionado a la naturaleza, Charles Robert Darwin (sobre cuya biografía épica volveremos más adelante). El día de su publicación se vendió la edición completa de 1250 ejemplares y una segunda edición de 3000 se agotó en una semana. En pleno auge de la revolución industrial y la expansión colonial británica, con duras repercusiones sobre sus víctimas, quizás su título nos pueda orientar sobre semejante éxito social: “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”. Pero también pueden ser muy ilustrativos en este sentido los dos conceptos que según él, constituían la base fundamental de sus argumentos “científicos”; especialmente, la “lucha por la vida” que el pastor anglicano Robert Malthus, discípulo de Adam Smith, aplicaba a la sociedad inglesa en su poco filantrópico libro “Estudio sobre el principio de población”. De hecho, Darwin afirma en su libro que su teoría “es la doctrina de Malthus aplicada con multiplicada fuerza al reino animal y vegetal”. El otro pilar fundador pertenecía al libro “La estática social” del filósofo social y economista Herbert Spencer, según el cual “Las civilizaciones, sociedades e instituciones compiten entre sí, y sólo resultan vencedores aquellos que son biológicamente más eficaces”. La aplicación de esta concepción a la Naturaleza, la explica Darwin de la siguiente manera: “He llamado a este principio por el cual se conserva toda variación pequeña, cuando es útil, selección natural para marcar su relación con la facultad de selección del hombre. Pero la expresión usada a menudo por Mr. Herbert Spencer, de que sobreviven los más idóneos es más exacta, y algunas veces igualmente conveniente”.
    En cuanto a la única creación de su propia cosecha, la selección natural, dejemos que él mismo nos explique en su autobiografía la gestación de este “descubrimiento”: consistió en la lectura, durante lo que describe como “el período de trabajo más intenso de mi vida (“Autobiografía”, pág. 66) de textos especialmente en relación con productos domesticados, a través de estudios publicados, de conversaciones con expertos ganaderos y jardineros y de abundantes lecturas”.
    El afianzamiento de semejante explicación “científica” de la Naturaleza, las narraciones épicas sobre el personaje, el ocultamiento y la tergiversación de los verdaderos precursores, instauradas sobre la hegemonía científica y cultural anglosajona, resultarían lagos de argumentar y documentar aquí (tiempo habrá), pero podemos adelantar une especie de resumen con la recomendación, con todo el aspecto de una orden que George Gaylord Simpson escribía en la revista Science en 1966 sobre la actitud que debían adoptar los científicos sobre los precursores del estudio de la evolución: “Deseo insistir ahora en que todos los intentos efectuados para responder a este interrogante antes de 1859 carecen de valor, y en que asumiremos una posición más correcta si ignoramos dichas respuestas por completo”. Y la orden ha sido cumplida hasta el extremo de “borrar” la Historia. Así comienza F. J. Ayala un reciente artículo en PNAS: “La gran contribución de Darwin a la ciencia es que completó la Revolución Copernicana al llevar a la biología la noción de la naturaleza como un sistema de materia en movimiento gobernada por leyes naturales”.
    Y esta es la formación que los biólogos recibimos de nuestros “maestros”. Porque los libros en que adquirimos nuestra formación son en inglés. Las revistas en que hemos de publicar nuestros trabajos han de ser en inglés, si queremos que sean valorados. Incluso la forma de analizar los datos, la forma de ver la realidad, la forma de pensar, ha de ser “en inglés”. Porque tanto las bases conceptuales del darwinismo, como la “inexistencia” de lo ajeno son la más pura manifestación de muy arraigados principios y valores culturales.
    Creo sinceramente que no se puede culpar a los biólogos de esta confusión. Hemos sido formados así. La actividad investigadora es, siguiendo los cánones anglosajones, de una competencia feroz. Cada especialista está encerrado en su tema sin tiempo para documentarse. Sólo para aplicar a sus investigaciones lo que les han enseñado.
    Lo que sí resulta algo molesto para los que hemos renunciado a la competencia para dedicarnos a intentar comprender el origen de esta enorme confusión, es cuando pontifican sobre su doctrina, repitiendo como un mantra lo que sus “maestros” les han enseñado.

  • Palimp febrero 16, 2009en8:24 pm

    Me ha costado entender tan largo artículo, pero creo que se refiere a la historia del descubrimiento de la selección más que a la propia selección. A los biólogos poco tendría que importarles para el desarrollo de su actividad profesional si fue Darwin original o no.

    Sobre la crítica histórica también estoy en desacuerdo, y no entiendo este chovinismo continental.

  • panta febrero 18, 2009en12:33 am

    @elisa : me cuesta comprender lo que has escrito principalmente porque no pareces llegar a ninguna conclusión efectiva sobre la teoría de la evolución.
    Que Lamark haya sido malinterpretado y sus esfuerzos de divulgación de la teoría de la evolución menospreciados es cierto. Que darwin fue influido por la lectura de Maltus También, pero olvidas mencionar que Wallace fue asimismo estimulado por dichas lecturas y no se podría calificar al coautor de la teoría de la evolución como un ‘un victoriano acomodado aficionado a la naturaleza’.
    Por último lo que hizo Darwin es dar un mecanismo a la evolución – y esto sí fue original salvo que tengas pruebas de lo contrario -, no fue dar con la idea de que los organismos evolucionan, su propio abuelo ya tenía esta idea.
    Por último, agradecería si posees ulterior información sobre los acontecimientos ignorados por los ‘pontificadores’ y la puedes expresar sucintamente lo hagas.
    Gracias
    Saludos.

  • Palimp febrero 18, 2009en7:06 pm

    Estupendamente dicho. Esperamos aclaraciones de la susodicha.

  • Elisa febrero 22, 2009en1:29 pm

    No lo he escrito yo. Lo ha escrito alguien que sabe de lo que habla. Y hay mas.

    DARWIN, LAS IDEAS DOMINANTES Y LOS QUE DOMINAN
    Séptima entrega: Sobre el origen del desastre
    Máximo Sandín

    “Al principio de mis observaciones me parecía probable que un cuidadoso estudio de los animales domésticos y de las plantas cultivadas ofrecería la mejor probabilidad de aclarar este oscuro problema. Y no anduve equivocado; en éste y en todos los demás casos de perplejidad he encontrado invariablemente que nuestro conocimiento, por imperfecto que sea, de la variación por medio de la domesticidad, daba el mejor y el más seguro norte. Yo osaría expresar mi convicción del alto valor de estos estudios, aunque hayan sido muy comúnmente descuidados por los naturalistas”.
    (Charles Darwin, Introducción a “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”).

    Imagine el lector que, un día, las investigaciones sobre la Naturaleza conducen al descubrimiento de que los fenómenos que componen la vida, desde las células, los órganos y tejidos, los organismos, las especies y los ecosistemas, hasta la totalidad del ecosistema global que constituye la Tierra, están organizados en sistemas jerárquicos e interconectados cuyas propiedades y, por tanto, su evolución responden a conceptos como la Teoría General de Sistemas. Imagine que se comprueba que los seres vivos corresponden a las características de los llamados «sistemas organísmicos u homeostáticos», capaces de ajustarse (adaptarse) a los cambios externos e internos y están organizados en subsistemas que conforman sistemas de rango mayor. Y que se llega a la conclusión de que estos sistemas complejos adaptativos son muy estables y no son susceptibles a cambios en su organización porque cualquier cambio en una parte del sistema provoca ineludiblemente cambios correlativos en otras partes hasta lograr un nuevo tipo de estabilidad dinámica, pero ante un desequilibrio suficientemente grave, su respuesta puede tomar dos caminos: un derrumbe catastrófico o un salto en el nivel de complejidad porque los sistemas complejos tienen tendencia a generar patrones de comportamiento global. Y que el gran “macrosistema” que constituye la Tierra está formado por una compleja red que relaciona todos sus componentes, y que todos son necesarios para su funcionamiento. Que la vida se desarrolla en medio de unas continuas y estrechas interacciones de los organismos entre sí y con el entorno. Ahora, un esfuerzo más, para imaginar que todo esto lleva a la concepción de que la evolución es una propiedad intrínseca a la vida, que se produce como algo inevitable, como consecuencia de estas características. Sería muy bonito pensar que la Naturaleza es tan hermosa, tan impresionante como les parece a las personas que no tienen “formación” en Biología.
    Pero no merece la pena que se esfuerce más. Estos serán posibles descubrimientos del siglo veinte o veintiuno. Así que regresemos a nuestra época: “El libro del que nace toda la Biología moderna”, ha sido propuesto para el galardón de “Libro del Milenio”, y su autor es considerado por las autoridades científicas como “un genio comparable a Einstein y los padres de la mecánica cuántica” o “la más alta cumbre del pensamiento humano”, entre otros calificativos no menos laudatorios. Lo que resulta pasmoso es comprobar que se ha creado un personaje mitológico del que se narran las más íntimas anécdotas vitales y hacia el que se ha instaurado una veneración que jamás se ha concedido a ningún otro de los grandes científicos o pensadores de la Historia, porque lo que se conoce de ellos es lo que realmente importa: su obra. Y sin embargo, “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”, debe de ser el libro menos leído de todos los “textos fundamentales de nuestra cultura”. Es más, he podido constatar que mis colegas más fervientemente darwinistas no han leído directamente a Darwin. Tienen bastante con lo que les han contado en los libros sobre él. También es cierto que las autoridades en la materia no parecen mostrar un gran entusiasmo en promover su lectura. Veamos, por ejemplo, cómo nos la recomienda el prologuista de la edición española más accesible (“Origen de las especies”, AKAL, 1998): “¿Cómo se puede leer este libro? Casi todos (? ) los libros bien escritos, y éste lo es, suelen leerse desde el principio hasta el final. Pero también caben otras opciones que para algunos son más alentadoras. Puede leerse la introducción, que es un buen extracto tanto del propósito de la obra como de la explicación que se sugiere para el origen de las especies. Puede el lector pasar al último capítulo de Recapitulación y Conclusión, que ofrecerá una nueva explicación más detallada y previamente justificada”. Tras otra posibilidad, que consiste en leer sólo los resúmenes, finaliza las “instrucciones de uso” con una desganada opción: que se lea completo (curiosa forma, por cierto, de leer un libro “fundacional”) con un imperativo “¡léelo!” que, después de lo recomendado, produce la impresión de estar emitido con un hilo de voz. Sigamos pues, las instrucciones. Pero como limitarnos a la introducción (cuyo contenido fundamental ya ha sido transcrito) parece una renuncia a enriquecernos con sus geniales ideas, llegaremos hasta el primer capítulo y dejaremos para más adelante la lectura de su parte “menos recomendable”.

    “Capítulo primero. Variación en estado doméstico.
    Causas de la variabilidad. Cuando comparamos los individuos de la misma variedad o subvariedad de nuestras plantas desde hace mucho tiempo cultivadas y de nuestros animales domésticos más antiguos, uno de los primeros puntos que nos extraña es que generalmente difieren más unos de otros que los individuos de cualquier especie o variedad en estado natural. Y si reflexionamos sobre la vasta diversidad de plantas y animales que han sido respectivamente cultivadas y domesticados y que han variado durante todas las edades bajo la influencia de los climas y tratamientos más diferentes, nos vemos obligados a concluir que esta gran variabilidad es debida a que nuestras producciones domésticas se han formado en condiciones de vida menos uniformes y en algún tanto diferentes de aquellas a las cuales ha estado expuesta la especie madre en la naturaleza. Hay también alguna probabilidad en la opinión adelantada por Andrew Knight, de que esta variabilidad pueda tener alguna conexión con el exceso de alimento”. Etc.

    “Efectos del hábito y del uso y desuso de las partes. Variación correlativa.- Herencia. Hábitos cambiados producen un efecto heredado, como el período de florecimiento de las plantas cuando se las transporta de un clima a otro. En cuanto a los animales, el uso o desuso de las partes ha tenido una influencia más marcada; así, encuentro en el pato doméstico que los huesos del ala pesan menos y los huesos de la pata más en proporción a todo el esqueleto, que lo que pesaban los mismos huesos del pato salvaje; y este cambio puede atribuirse sin riesgo de equivocarse, a que el pato doméstico vuela mucho menos y anda más que sus salvajes padres. El grande y hereditario desarrollo de las ubres en vacas y cabras en países donde habitualmente se las ordeña, en comparación con estos órganos en otros países, es, probablemente, otro caso de los efectos del uso. No puede nombrarse uno sólo de nuestros animales domésticos que no tenga en algún país las orejas lacias, y la opinión que se ha sugerido, de que este caimiento es debido al desuso de los músculos de la oreja, porque los animales rara vez se alarman mucho, parece la más probable”. Etc.

    “Carácter de las variedades domésticas; dificultad de distinguir entre variedades y especies; origen de las variedades domésticas de una o de varias especies. Si examinamos las variedades hereditarias o razas de nuestros animales y plantas domésticos, y las comparamos con especies íntimamente próximas, descubrimos generalmente en cada raza doméstica, como ya lo he notado, menos uniformidad de carácter que en las verdaderas especies . Las razas domésticas tienen con frecuencia un carácter algún tanto monstruoso; por lo cual entiendo que, aunque se diferencian unas de otras y de las demás especies del mismo género en algunos rasgos insignificantes, difieren a menudo en un grado extremo en algún punto cuando se las compara unas con otras, y más especialmente cuando se las compara con la especie en estado natural, de la que son más próximas”. Etc.

    “Castas de la paloma doméstica: sus diferencias y su origen. Creyendo que es siempre mejor estudiar algún grupo especial, después de de reflexionarlo, he ocupado mi atención con las palomas domésticas. He conservado toda casta que me era posible comprar u obtener y he sido amabilísimamente favorecido con pieles de varias partes del mundo, mas especialmente por el Honorable W. Eliot, de la India, y por el Honorable C. Murray, de Persia. Muchos tratados en diferentes lenguas se han publicado sobre palomas, y algunos de ellos son muy importantes, por su antigüedad considerable. Me he asociado con algunos eminentes aficionados y se me ha permitido entrar en dos de los clubs de palomas de Londres”. Etc., etc.

    Pasemos, siguiendo las instrucciones, al capítulo final: La aportación “científica” de sus descubrimientos la valora el autor como sigue en su Recapitulación: “Un campo grande, y casi virgen de investigaciones quedará abierto sobre las causas y leyes de la variación, la correlación, los efectos del uso y el desuso, la acción directa de las condiciones externas, etc., etc. El estudio de las producciones domésticas subirá inmensamente en importancia. /…/En el porvenir veo campos abiertos para investigaciones mucho más importantes. La psicología se basará, seguramente, sobre los cimientos establecidos por Mr. Herbert Spencer, los de la adquisición necesaria por gradación, de cada facultad y capacidad mental. Mucha luz se derramará entonces sobre el origen del hombre y de su historia”. Esta última frase (sobre la anterior ya volveremos) ha sido interpretada (“se los juro”) por una autoridad académica como “idea precursora de la neurobiología”. Pero veamos sus conclusiones finales: “Estas leyes, tomadas en un sentido más amplio, son crecimiento con reproducción; herencia que casi va implícita en la reproducción; variabilidad, resultado de la acción directa e indirecta de las condiciones de vida y del uso y desuso; aumento en una proporción tan alta, que conduce a una lucha por la existencia, y como consecuencia, a la selección natural, la cual trae consigo la divergencia de carácter y la extinción de las formas menos mejoradas. Así, es consecuencia directa de la guerra de la naturaleza, de la escasez y la muerte, el objeto más elevado que somos capaces de concebir, a saber; la producción de los animales superiores”. Aquí no hay más remedio que proponer: Analicemos la frase (me refiero al lector junto conmigo): El, ya a estas alturas escamado lector, se preguntará: “Si, según este señor, la variabilidad de los organismos está causada por la acción directa e indirecta de las condiciones de vida y del uso y el desuso, ¿qué puñetas (o carámbanos, a elegir) “selecciona” la selección natural? ¿Cuál es exactamente su aportación al conocimiento de la evolución?”. Tal vez lo descubra en las frases finales del libro: “A juzgar por el pasado, sin riesgo podemos inferir que ni una sola especie viva transmitirá su semejanza inalterada a un porvenir distante. /…/ Por esto podemos mirar con alguna confianza a un porvenir seguro de gran duración. Y como la selección natural obra solamente por y para el bien de cada ser, todos los atributos corpóreos y mentales tenderán a progresar hasta la perfección. /…/ Hay grandeza en esta opinión de que la vida, con sus diversas facultades, fue infundida en su origen por el Creador en unas pocas formas o en una sola; y que mientras este planeta, según la determinada ley de la gravedad, ha seguido recorriendo su órbita, innumerables formas bellísimas y llenas de maravillas se han desenvuelto de un origen tan simple, y siguen siempre desenvolviéndose”.

    Quizás le parezca algo abusivo al lector que le proponga otro esfuerzo de su imaginación, porque sería más adecuado documentar los siguientes argumentos, pero tempo habrá: Imagine ahora el lector que las investigaciones de “los naturalistas” (es decir de los científicos) de la primera mitad del Siglo XIX, hubieran llevado a una idea de la Naturaleza basada precisamente en el estudio de la Naturaleza. Que sus aportaciones, lógicamente limitadas por los conocimientos de la época, estuvieran en el camino adecuado para llegar a conclusiones como las que hemos visto en el inicio de este escrito. Ahora no es necesario que imagine nada. Simplemente que reflexione sobre las consecuencias que ha tenido (que está teniendo) una concepción científica, elaborada sobre semejantes argumentos, que considera el fenómeno de la vida como algo sórdido, una Naturaleza en la que no hay cabida para todos y poblada por individuos egoístas (que sólo buscan “su propio interés”). Como una constante competición entre los organismos en la que la relación con el ambiente está dirigida por cambios al azar y en la que sólo los “más aptos” tienen el derecho a la vida. Y que recuerde las consecuencias que ha tenido para la Humanidad la concepción determinista derivada de esta visión, según la cual los individuos, los pueblos, las naciones, llevan sus características, sus virtudes y sus defectos grabados en sus “genes”. ¿Cómo calificaría la aparición de “la obra de la que nace toda la Biología moderna”?
    http://www.iieh.com/evolucionart01.php

  • Palimp febrero 23, 2009en8:32 pm

    Este copia y pega no nos aclara mucho más. La verbosidad del texto tampoco es que ayude mucho. Después de leerlo dos veces queda claro que es una crítica a Darwin pero todavía me pregunto ¿una crítica de qué? ¿De su calidad como científico? ¿De sus ideas? ¿De su estatus actual?

    Pocos leen el Origen. Normal. ¿Cuántos han leído los Principia? Yo lo he hecho y no se lo recomiendo a nadie, y no por eso tengo en menos a Newton.

    Sobre los extractos que aquí pone. Es bien sabido que Darwin no conocía el mecanismo de la variación, los genes los descubriría Mendel en 1865 pero hasta 1900 no se redescubrirían. Pero la existencia de una variación era innegable, aunque no se supiera qué la causaba. En sus escritos, y como bien comenta Gould en muchos artículos, Darwin barajó diversas opciones, cayendo algunas veces en el lamarckismo. No pudo dar una respuesta clara, pero para la teoría de la evolución no hace falta.

    ¿Fue el Origen… importante? A la vista está; no es concebible la biología moderna -ni la medicina- sin la teoría de la evolución. Si esto no es un cambio de paradigma que baje Kuhn y lo vea.

  • panta marzo 1, 2009en10:47 pm

    @Elisa : gracias por poner el enlace al texto original.
    Creo que el autor se ha liado un poco.En realidad creo que pretende liarnos a nosotros.Parafraseando a Eduardo Haro, para decir tonterías no hace falta ser tonto, basta pensar que lo son los demás.
    Me han gustado párrafos como el siguiente : ¿No parece extraño que en el Siglo XXI, existiendo progresos en la profundización del conocimiento como los aportados por la Mecánica cuántica y la Relatividad todavía existan debates y discrepancias entre los científicos y se busque una teoría unificadora con la (para muchos, incomprensible) Teoría de las Supercuerdas, mientras que en la Biología está todo explicado desde el siglo XIX mediante el poder omnímodo de algo tan simple como el concepto de selección natural?

    Creo que este Sr. debería documentarse más y hablar cuando haya entendido algo.
    El truco es mencionar muchos – y complejos – temas, de pasada y sin explicar ninguno.
    Estoy seguro que dicho truco aparecía en alguno de los ejemplos paradigmáticos de controversia en el libro de schopenhauer ‘El arte de tener razón’ .
    Se trata ante todo de intimidar al contrincante .

    Elisa : no te dejes apabullar. 😉

    Saludos

  • Palimp marzo 2, 2009en10:28 am

    Yo también creo, como panta, que hay un intento de marear la perdiz por parte del autor, pero de momento le doy el beneficio de la duda y asumo la presunción de inocencia.

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