El acantilado, 2000. 148 páginas.
Tit. Or. Spiel im Morgengrauen. Trad. Miguel Sáenz.
Los que compramos de saldo estamos sujetos a lo que el azar nos dispone. Mucho clásico y ocasionales joyas. Pero cuando se nos mete en la cabeza algún autor, la única manera de sacarse el gusanillo sin arruinarnos son las bibliotecas. El descubrimiento de Schnitzler me ha hecho bucear en mi nueva biblioteca para ver que tenían y he encontrado dos nuevas perlas más.
El alférez Kasda recibe una visita inesperada. Un antiguo amigo, que fue expulsado del ejército, está en apuros. Ha ido sustrayendo dinero de la empresa donde trabaja y al día siguiente tiene una inspección. Si no restituye los mil florines lo pasará mal. Pero Kasda tampoco tiene esa suma, apenas le quedan 120. La solución pasa por arriesgarlos en una partida de cartas, para ver si es capaz de ganar lo que falta. Y gana. Pero el mismo azar que lo ha favorecido impide su partida -pierde el tren, no encuentra a unos conocidos- y vuelve a sentarse a la mesa de juego…
Lo empecé a leer antes de ir a dormir y casi lo dejo: me estaba poniendo nervioso. Uno empatiza con el protagonista y sus sucesivas rachas de buena y mala suerte te alteran también. El desenlace de la historia también tiene su miga.
No es el libro que más me ha gustado de Schnitzler, quizá porque el tema del jugador se ha tocado muchas veces, pero no cabe duda de que está muy bien escrito, que los personajes están muy bien dibujados y que se disfruta -o se sufre-. Se te quitan las ganas de jugar a las cartas.
Escuchando: La Lola. Café Quijano.
Extracto:[-]
Desde una columna de anuncios lo contemplaba un gran cartel amarillo de carreras y pensó en que, en aquellos momentos, Bogner debía de estar ya en Freudenau, en las carreras, y tal vez incluso ganando por sí mismo la suma salvadora. ¿Y qué pasaría si Bogner se callaba su suerte, para asegurarse además los mil florines que Willi, entretanto, ganaría a las cartas al cónsul Schnabel o a Tugut, el médico del regimiento? Bueno, cuando uno ha caído tan bajo como para meter la mano en una caja ajena… Dentro de unos meses o unas semanas, Bogner estaría otra vez probablemente en la misma situación que hoy. ¿Y entonces, qué?
Una música llegaba hasta él. Era alguna obertura italiana de un género semidesaparecido, como las que sólo tocan ya las orquestas de los balnearios. Willi, sin embargo, la conocía bien. Hacía muchos años se la había oído tocar a cuatro manos a su madre en Timisoara, con alguna pariente lejana. Él mismo nunca había llegado a poder acompañar a su madre al piano y, cuando ella había muerto ocho años antes, tampoco había tomado ya lecciones como hacía a veces, cuando los días de fiesta iba a casa desde la academia militar. A través del aire trémulo de la primavera, las notas sonaban suaves y un tanto conmovedoras.
Por un pequeño puente atravesó el turbio arroyo de Schwechat y, después de dar unos pasos, se encontró ya ante la terraza espaciosa y dominical-mente abarrotada del Café Schopf. Cerca de la calle, en una mesita, estaban sentados el alférez Greising, el enfermo, pálido y malicioso, y con él Weiss, el grueso secretario del teatro, con un traje de franela amarillo canario y algo arrugado y, como siempre, con una flor en el ojal. No sin esfuerzo, Willi se abrió paso hacia ellos entre mesas y sillas.
—Estamos hoy sentados de un modo muy disperso—dijo, tendiéndoles la mano. Y le resultó un alivio pensar que, quizá, no habría partida de cartas. Sin embargo, Greising le explicó que los dos, el secretario del teatro y él, sólo se habían sentado al aire libre para reunir fuerzas para el «trabajo». Los otros estaban ya dentro, sentados a la mesa de juego; también el cónsul Schnabel, que por lo demás había llegado de Viena, como siempre, en coche de punto.
Willi encargó una limonada fría; Greising le preguntó dónde se había acalorado tanto como para necesitar ya una bebida refrescante, y observó, sin transición, que las chicas de Badén eran guapas y de mucho temperamento. Luego contó, con expresiones no especialmente escogidas, una aventurilla que había iniciado la tarde anterior en el parque del balneario y aquella misma noche había llegado a su deseado final. Willi bebía lentamente su limonada y Greising, que se dio cuenta de lo que podía estar pasándole por la mente, dijo, como para responderle, con una carcajada breve:
—Así es la vida y hay que aceptarlo.
El teniente Wimmer de intendencia, que los ignorantes tomaban a menudo por oficial de caballería, apareció de pronto a sus espaldas:
—¿Qué se imaginan, señores, que vamos a bregar solos con el cónsul?—y tendió la mano a Willi que, a su estilo, aunque no se encontraba de servicio, había saludado marcialmente a su compañero de rango superior.
—¿Cómo van las cosas ahí dentro?—preguntó Greising desconfiada y desabridamente.
—Despacio, despacio—respondió Wimmer—. El cónsul se ha echado sobre su dinero como un dragón y también, por desgracia, sobre el mío. Así pues, al ruedo, señores toreros.
Los otros se levantaron.
—Tengo una invitación—observó Willi, mientras encendía un cigarrillo con fingida indiferencia— Sólo miraré un cuarto de hora.
— ¡Ja!—se rió Wimmer—. El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones…
4 comentarios
HOLA AMIGO, TU COMENTARIO SOBRE http://lepisma.liblit.com/2007/05/07/arthur-schnitzler-apuesta-al-amanecer/, ME HA PARECIDO MUY INTERESANTE Y EN GRAN MEDIDA, me ha recordado a lagun autor clásico ruso….y sus descripciones del juego como patología destructiva.
Lo voy a tner en cuenta y lo buscaré n bolsillo, yo he publicado y extenso comentario sobre CRIMEN Y CASTIGO DE DOVSTOIESKY Y SU PROTAGONISTA RASKOLNIKOV, me gustaria que lo leyeses y me dieses tu opinión.
Por cierto no se si sabes que te enlacé amiblog, me parece muy interesante todo lo que escribes.
Saludos y a ver si te aminas a leerlo.
http://literaturaycomentarios.blogspot.com/
Lo he leído con placer. Evidentemente, los paralelismos del relato con El Jugador de Dostoievsky son claros, aunque el estilo difiere mucho.
Un saludo.
Bueno, un libro que merece colocarse en la lista de pendientes. Lo anoto.
Anota al autor; todo lo que he leído de él es muy bueno.