Antonio Ortuño. Esbirros.

julio 27, 2023

Antonio Ortuño, Esbirros
Páginas de espuma, 2021. 112 páginas.

Incluye los siguientes relatos:

Ayer

Historia del cadí, el sirviente y su
Escriba

Hoy

El horóscopo dice
Temor
Tiburón
Almas blancas
Bienaventurados los mansos
La reina de Inglaterra
El rastro de la nieve en tu sangre
Gusano

Mañana

Interruptor

De los que me quedo con Escriba, relator de sucesos condicionado por sus circunstancias, El horóscopo dice, el miedo en un barrio peligroso donde las trabajadoras de una fábrica son secuestradas y Bienaventurados los mansos, un concurso al que se presentan diferentes asociaciones de discapacitados y las peripecias de uno de los cuidadores. Pero en general hay relatos muy buenos, oscuros, con sus gotas de humor negro o finales inesperados.

Muy bueno.

sí que el viejo cree, realmente, que soy un perro, que soy como él, repone el primogénito, quien acude a monitorear el estado que guarda este escrito y me obsequia, de paso, una mano de plátanos. Pero yo no tengo necesidad de sentarme en su silla, contar sus monedas o explotar sus tierras. No discutiré más. Que no soy como él lo sabrá la gente cuando mi padre falte y se voltee hacia mí en espera de orden (que sabré imponer). ¿Primer Compañero o Hermano Mayor? Aún no lo resuelvo.

El hermano menor me ha traído una prostituta y pide, a cambio de que la mujer acceda a cometer conmigo un listado de suciedades planeadas por el contratista (y ante su atenta mirada), que exprese aquí que el Señor no es más que un impotente y que haría bien en meterse por el culo la mano de plátanos que el hermano mayor me ha obsequiado (y que, temeroso yo de que se vea involucrada en este disenso, oculto bajo mi camastro).

El Señor se ha reído, agitándose como una montaña aquejada por una avalancha, al verme junto al cuerpo sudoroso de la ramera, y no ha perdido el humor ante las frases del más joven de sus retoños. Echa a la mujer de mi habitáculo de una artera patada y me levanta del jergón tirándome de los pelos, con unos modos que habrían hecho quejarse a más de un escriba pretérito (cuya fugacidad en el cargo y la misma existencia física puede que se hayan debido a tan aventurados reparos). Vayamos a cenar, puerco, me berrea el Señor en la oreja y debo seguirlo pasillo arriba, vistiéndome por el camino.

Nos topamos con el primogénito a la entrada del salón comedor. Se saludan los dos, inclinan las cabezas y se estrechan en un abrazo que el heredero extiende hacia mí al emplear su mano derecha para hacerme una vaga caricia en el mentón. Me siento bendecido. Eso me ha sido dictado.

La carne se sirve en grandes platones. El Señor se inclina a devorarla y ordena a la Señora, silenciosa y pálida a su lado, que lo acompañe. Se arrebatan ambos los huesos y los roen y chupetean con deleite. Hay placer allí. El heredero, con un aspaviento mínimo, cuchichea que por evitarle espectáculos así de primarios es que no invita a su propia esposa a las cenas familiares. Hace que le sea retirado el plato de carne y en su lugar ingiere un tazón de garbanzo y una ensalada confeccionada con los vegetales que nuestra más reciente incursión a las granjas de las comarcas vecinas ha logrado enajenar. Los músicos y el generoso escanciado de vino consiguen que se instale en el salón una atmósfera expansiva, generosa.

Cuando el menor aparece, con ropas brillantes pero manchadas y la sonrisa torva y amplísima, su padre se levanta y rodea el perímetro de la mesa para darle un abrazo y un coscorrón admonitorio. Hay que traer a toda prisa otra ración de garbanzo y vegetales (y me veo obligado a anotar en el libro de las cuentas la necesidad de ejecutar una incursión que resurta lo que ha sido cocinado y servido esta noche).

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