Santillana Ediciones, 2008. 556 páginas.
Este libro fue un regalo de un escritor excelente al que aprecio mucho, y me dolió perderlo (la anécdota la conté aquí: Crítica literaria en las cajas de ahorros). Además, porque como pasa últimamente con las ediciones de bolsillo, tenía una serie de extras que quería despedazar.
El libro cuenta la historia de Espiridiona Cenda, alias Chiquita, un personaje real bastante curioso. Con sólo 66 centímetros hizo una deslumbrante carrera como cantante y actriz en los teatros de Nueva York, además de realizar bastantes giras por Estados Unidos y Europa. Con mimbres reales e imaginarios se van desgranando las peripecias de tan diminuta vedette.
El autor se escuda bajo dos máscaras; la de la propia Chiquita, autora de las supuestas memorias y la de Cándido Olazábal, que las transcribió y puso de su cosecha. Además de los datos reales y de todo relleno imaginativo que en estas biografías noveladas se da por supuesto, se incorporan elementos fantásticos (amuletos mágicos, adivinadoras, viajes astrales).
El autor expresa su sorpresa en el prólogo por la concesión del premio; casi estuve tentado de creer que realmente no había amaño. En los extras que ahora no puedo consultar los elogios eran mayúsculos. Alguno llegaba a compararlo con Carpentier y Piñera. En El País también le ponen por las nubes: Una sospecha metódica.
Imagino a Carpentier y Piñera removiéndose en su tumba. Me ha parecido un libro mal escrito, en el que las cosas se enumeraban más que se narraban y que me ha aburrido en muchas ocasiones. Los elementos fantásticos no venían a cuento y en general la prosa es muy pobre y tiene pocos momentos de interés.
Así que una de dos, o cada vez que sale un libro el ejército mediático empieza a lanzar flores sin tener en cuenta su calidad , o es que el estado de la narrativa contemporánea está bajo mínimos. O el paladar de un servidor está atrofiado. Que todo podría ser, incluso al mismo tiempo.
Calificación: No me ha gustado.
Un día, un libro (300/365)
Extracto:[-]
Para no hacerte muy largo el cuento, esa noche Chiquita terminó en una celda, junto con Emma Goldman y otras mujeres, muerta de miedo de que fueran a abrirle un expediente por anarquista y le jodierán la carrera. Pero tuvo suerte, porque no llevaba ni una hora en la cárcel cuando Bostock la sacó de allí antes de que los periodistas se enteraran de que la enana del Zoo estaba metida en un rollo de anarquistas. Eso habría sido fatal para ella, pero se libró por un pelo. ¿Y cómo se enteró el «Rey de los Animales» de que ella estaba en un aprieto?, me imagino que te estarás preguntando, porque lo mismo quise saber yo.
Bueno, eso Chiquita nunca lo supo con certeza, pero sospechaba que su talismán había tenido algo que ver en el asunto, porque desde que Emma Goldman subió a la tribuna notó que empezaba a comportarse de un modo muy raro, pasando de frío a caliente y de caliente a frío, sin ton ni son. Lo cierto es que la aparición de Bostock en el momento oportuno la convenció de que su padre y el congo Kukamba no se habían equivocado al aconsejarle que se fuera a trabajar con él.
Después de ese incidente, el anarquismo dejó de interesarle y su relación con Bob se enfrió rápidamente. Por suerte ya abril se estaba terminando y los cinco meses en Chicago llegaban a su final. Chiquita renovó su contrato con el domador, por otros cinco meses, para presentarse en una feria mundial que iba a celebrarse en Omaha. Pero lo convenció de que antes se merecía unas vacaciones. Alguien le habló de Far Rockaway y, como quería descansar cerca del mar, allá se fue. Alquiló una casita cerca de la playa y se aisló del mundo durante unas semanas, sin imaginar que en ese mismo balneario pasaría los años de su vejez.
Estando en Far Rockaway se enteró de que su hermana Manon, su cuñado y su único sobrino habían muerto a ] causa de un brote de tifus. Lo supo por una carta que le mandó Candelaria, su madrina, que era una de las contadas personas de Matanzas con las que se escribía. Aunque la noticia la afectó muchísimo, salió rumbo a Omaha unos días antes de lo previsto. Necesitaba conseguir un pianista acompañante y ensayar algunos bailes y canciones. Una feria internacional no era lo mismo que un zoológico y, para poder sobresalir entre un sinfín de atracciones, debía cautivar al público con algo especial. Tenía la esperanza de que el trabajo la ayudaría a sobrellevar la tristeza, y así mismo ocurrió.
A Chiquita le fue de maravillas en la exposición internacional de Omaha. Su teatrico se convirtió en una de las grandes atracciones del Midway. ¿Conoces esa expresión? Así le dicen los gringos a esa avenida central que tienen las ferias y las exposiciones donde están los animales amaestrados y las mujeres barbudas, los tiradores de puñales y los adivinadores, los gigantes y, por supuesto, los enanos. El ambiente no se parecía en nada al del Palacio del Placer, pero tampoco era el de un zoológico. Era un mundo lleno de color, estridente y excéntrico, y pese a que ella nunca había sido aficionada al bullicio ni a los gentíos, enseguida se sintió a gusto en él.
En Omaha pudo cantar y bailar otra vez (el nuevo pianista no podía compararse con Mundo, pero mal que bien cumplía su cometido) y, además, continuó ganando un dineral. La mayoría de la gente que iba a verla a su local se moría por tocarla o por llevarse algún recuerdo suyo, así que muchos pagaban para poder estrecharle la mano durante un instante o para que les autografiara una foto. ¡Y estamos hablando de cientos y cientos de personas al día, porque la exposición abría por la mañana y cerraba de noche, y siempre estaba repleta!
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