Satori ediciones, 2013. 160 páginas.
Tit. Or. Sakura no mori no mankai no shita. Trad. Susana Hayashi.
Incluye los siguientes relatos:
En el bosque, bajo los cerezos en flor
La princesa Yonaga y Mimio
El gran consejero Murasaki
En el primero la imagen idílica de los cerezos en flor se transforma en un paisaje de horror, la quietud de las flores esconde un aire helado y maligno. Un bandido que se dedica a matar y robar a los transeúntes se ve fascinado por la belleza de una mujer que captura que le llevará a una escalada de muerte y crueldad.
El carpintero y tallista Mimio deberá tallar un buda para la princesa Yonaga, pero el horror y la violencia hacen su aparición desde el primer momento. La burla sobre sus orejas, el ataque de una esclava, la inquietante sonrisa de la princesa, le llevarán a realizar una talla bañada en sangre de serpientes y alimentada con el odio de la venganza.
El último narra el encuentro de una flauta de la princesa de la luna por Murasaki, hombre gordo dado a los placeres terrenales y a perseguir a las mozas. Cuando la doncella de la luna intente recuperar la flauta el consejero condicionará la devolución a que siga sus órdenes.
Terror fantástico rozando lo onírico. Todos los relatos tienen como fondo la imagen de la mujer fatal, cruel en los dos primeros cuentos, víctima en el tercero, que trastocarán la vida de los protagonistas. El epílogo de Jesús Palacios pone al autor en su contexto y aporta claves para su interpretación. Un escritor que fue más famoso por sus escritos políticos que por su ficción.
Una lectura muy interesante.
El hombre, la mujer y la sirvienta coja se fueron a vivir a la ciudad.
Noche tras noche, el hombre irrumpía en las mansiones elegidas por la mujer para robar ropa, joyas y demás ornamentos. Pero ella nunca tenía suficiente. Lo que más codiciaba la mujer, por encima de cualquier cosa, eran las cabezas de quienes habitaban aquellas casas.
En su propia casa muy pronto se acumularon docenas de cabezas procedentes de diferentes residencias. Las colocaban en filas en una habitación, ocultas por cuatro mamparas; algunas incluso las colgaban del techo. Eran tantas las cabezas que el hombre no sabía distinguirlas, pero ella recordaba perfectamente cada una. Y cuando perdieron el cabello y comenzaron a descomponerse para convertirse en niveas calaveras, ella seguía sabiendo cuál era cuál. Cada vez que el bandido o la sirvienta coja cambiaban las cabezas de lugar, la mujer protestaba enfurecida: «¡No, no! Esta pertenece a esta familia, no a esta otra».
La mujer jugaba con las cabezas todos los días. La cabeza salía a pasear con su séquito. A la casa de una cabeza, venía de visita otra. Algunas cabezas se enamoraban. Una cabeza de mujer rechazaba la cabeza de un hombre y, en otra ocasión, la cabeza de un hombre rechazaba a una de mujer y la hacía llorar.
Un día, la cabeza de una joven princesa fue engañada por la cabeza de un consejero de Estado. En una noche sin luna, la cabeza del consejero, disfrazada de la cabeza de su amante, entró sigilosamente en la alcoba de la princesa y la sedujo. Cuando la cabeza de la princesa se dio cuenta de su error, no volcó su odio en la cabeza del consejero sino que lloró por su triste destino y se hizo monja budista, afeitándose el cabello. Pero la cabeza del consejero la siguió hasta el convento y allí la sedujo de nuevo. La cabeza de la princesa intentó suicidarse pero, incapaz de ignorar los dulces susurros de la cabeza del, consejero, aceptó huir con él para ocultarse juntos en la aldea de Yamashina. Las dos cabezas habían perdido el cabello, estaban podridas, habían criado gusanos y los huesos ya sobresalían y, sin embargo, se divertían degustando manjares y haciendo el amor. Los dientes entrechocaban ruidosamente, la carne tumefacta se despegaba del hueso, las narices se desprendían y los ojos se descolgaban de sus cuencas.
Cada vez que las dos caras se quedaban pegadas, deshaciéndose en una masa informe, la mujer, embriagada de placer, se reía eufórica:
Un comentario
Recuerdo haberlo leído hace tiempo. El recuerdo sigue siendo bueno.