Editorial Tusquets, 2008. 214 páginas.
El anterior libro de Ambrosio García Leal, La conjura de los machos era una exposición rigurosa y divulgatica sobre lo que la biología actual conoce acerca del sexo. En esta ocasión, además de profundizar más en el tema, el autor expone sus propias soluciones al enigma de la reproducción.
El título del primer capítulo no es irrelevante ¿Por qué existe el sexo?. Su ubicua presencia nos lo hace natural, pero la reproducción asexuada ha demostrado ser eficaz en muchos organismos. El sexo tiene un doble coste: por un lado sólo se transmiten la mitad de los genes a la descendencia, con lo que se pierden combinaciones genéticas óptimas, por otro la existencia de dos sexos reduce a la mitad los indivíduos reproductores. Sin contar con el esfuerzo de buscar y seleccionar una pareja adecuada.
Si esto es así alguna ventaja tiene que tener la reproducción sexual que compense estos costes. Hasta los años sesenta la opinión predominante era que su propósito era que los hijos no fueran idénticos a los progenitores, pero como bien indica el autor esta explicación contraviene la ortodoxia neodarwinista, porque requiere que los individuos renuncien a un beneficio genético inmediato en aras de una ventaja a más largo plazo. Una explicación más razonable en términos de ventaja a corto plazo es que el sexo suele estar ligado a la dispersión:
El juego de la vida es como una lotería: los organismos asexuales lo apuestan todo a un número, mientras que la reproducción sexual permite diversificar la apuesta, lo que incrementa las posibilidades de acertar. Así pues, el sexo sería la mejor opción reproductiva incluso a corto plazo cuando la progenie debe afrontar un destino incierto.
En el segundo capítulo, Sexo, parásitos e incertidumbre, el autor introduce lo que el considera la mejor explicación al rompecabezas del sexo; la independencia de la incertidumbre del entorno, cuyo aparato matemático se incluye en el apéndice. Los organismos no pueden aislarse de su entorno, y cuando éste es cambiante es importante tener una capacidad de anticipación. Pero esto implica la pérdida de la identidad genotípica, lo que de nuevo choca con la selección darwiniana a nivel de indivíduo.
No es la primera vez que se propone una unidad de selección diferente del individuo. Ronald Fisher interpretaba la reproducción sexual en términos de selección de grupo, y Richard Dawkins ha defendido que la unidad de selección es el gen. Para el autor la individualidad relevante en términos de reproducción es el grupo mínimo formado por la pareja de progenitores,[…] y la identidad que se perpetúa no es la genotípica, sino […] la identidad de especie..
El tercer capítulo explica las razones por las cuales hay sólo dos sexos y no varios como en algunas especies de plantas. Desmonta también la concepción errónea de Trivers según la cual existe un conflicto sexual entre los dos sexos. En primer lugar la reproducción es una empresa cooperativa, no competitiva, y en segundo lugar los indivíduos no se perpetuan, ya que las identidades de los progenitores se confunden en la descendencia.
Todos los mitos relacionados con la guerra de los sexos, incluyendo el famoso estereotipo de que los machos son promiscuos mientras que las hembras son monógamas, se desbaratan en el capítulo cuarto. Para los que piensen que a los machos les interesa tener un harén de hembras y que la monogamia es un mal invento les convendría saber como es la vida del elefante marino norteño:
En un estudio de campo clásico, se constató que, de 115 machos congregados en las playas del islote de Año Nuevo, frente a la costa californiana, durante una temporada de cría, sólo cinco (los más dominantes) efectuaron 123 de las 144 cópulas observadas. La gran mayoría de los machos de esta especie no llega a conocer el sexo y, en todo caso, tienen que esperar hasta los cinco o seis años de edad para tener alguna opción de acceder a las hembras. Para colmo, sólo uno de cada cien supera los nueve años de edad, porque suelen morir prematuramente, extenuados y quebrantados por las secuelas de los combates.
Independientemente del regimen reproductivo las hembras tienen garantizado el sexo y la reproducción, pero en un regimen monogámico y pagando la cuota de una inversión parental los machos tienen al menos una oportunidad de tener descendencia.
En los últimos capítulos se explora la posibilidad de que sea adaptativa la violencia sexual -en el mundo natural la violación es la excepción y no la regla-, el funcionamiento de la selección sexual -y cual es la función de algo en apariencia poco ventajoso- y la polémica cuestión de si existen diferencias en los cerebros de hombres y mujeres. Numerosos estudios sobre competencia en diferentes aspectos cognitivos (matemáticas, orientación espacial) parecen indicar la existencia de un dimorfismo sexual. Pero estos estudios suelen encontrar unas diferencias casi imperceptibles y, como recuerda el autor:
La naturaleza es amoral y apolítica. Nuestra igualdad sexual es un resultado contingente de la evolución humana. La selección natural podría haber convertido a los machos homínidos en enanos descerebrados, como los machos de Ceratias. Pero no lo hizo, como tampoco les dotó de capacidades mentales ausentes o disminuidas en el otro sexo. En principio, no hay ninguna buena razón para pensar que la selección natural haya favorecido alguna diferencia intelectual innata entre varones y mujeres. Mientras no haya pruebas de lo contrario (pruebas fehacientes que vayan bastante más allá de los resultados de un test psicológico) es la igualdad sexual, y no la diferencia, la que debe darse por sentada.
Si los libros de divulgación científica son escasos y, en ocasiones, de un nivel bastante bajo, en este caso nos encontramos con lo contrario. No sólo se divulga de una manera rigurosa y bien documentada los conocimientos actuales sino que el autor va más allá al proponer interesantes soluciones a las aparentes paradojas que nos plantea el sexo. Si son correctas o no tendrán que decidirlo los expertos, pero después de la lectura de los dos libros de Ambrosio García Leal he llegado a una conclusión clara: el sexo es aún más interesante de lo que me pensaba.
4 comentarios
Se ha dicho mucho que la introducción de la reproducción sexuada introdujo también la muerte: antes los organismos vivían por siempre (a menos que un cambio del entorno los hiciera desaparecer), pero cuando vino Eros vino también Thánatos: el ciclo de nacimiento, reproducción, vejez, muerte.
No tiene sentido tener descendencia si eres inmortal… de alguna manera seguimos percibiendo el vínculo entre nacimiento y muerte.
Cuando habla del cerebro según el sexo, ¿se refiere a adultos, o también hace hincapié en el desarrollo del mismo? Lo pregunto por la cuestión de la educación diferenciada.
Se refiere a adultos, pero a pruebas que supuestamente intentan evitar los condicionamientos de la educación.