Gigamesh, 2016. 190 páginas.
Tit. Or. The deceivers. Trad. Cristina Macías.
Hace poco leía El ladrón cuántico y comentaba que era una novela de aventuras con terminología de ciencia ficción. Esta novela es madre de aquella. En los 80 se experimentó con nuevos formatos, más libres en temas e intenciones y este libro es un ejemplo.
Rogue Winter es el producto de un extraño experimento y fue criado por los maoríes de Ganímedes. Tiene la habilidad de reconocer patrones en todo lo que le rodea. Encontrará a su pareja ideal en una polimorfa de Titania, capaz de asumir cualquier forma. Pero su idilio será interrumpido por una serie de contratiempos: intentos de asesinato, secuestros, persecuciones, mafias, contrabando y una serie interminable de carreras.
Acción trepidante y mucho buen humor que conforman una novela entretenida y refrescante pero que no va más allá.
La capacidad sinérgica de Rogue Winter no respondía ante todas las pautas y constructos; tenía curiosos puntos ciegos y sordos, la mayoría triviales, pero alguno importante. Más grave era el hecho de que reaccionaba a pautas de tres idiomas, pero solo era consciente de dos. Eso fue lo que lo abocó al desastre.
Winter hablaba solarverbal porque era inquisidor (en el siglo xx lo llamaban periodista de investigación), y sus herramientas de trabajo eran las palabras de los mundos. También comprendía el somagestalt (en el siglo xx lo llamaban lenguaje corporal) porque, debido a su trabajo, era todo un experto en comunicarse de muchos modos con desconocidos, y era su tarea descubrir qué realidades se escondían tras el velo de las palabras.
Todo eso lo sabía. Pero lo que no sabía era que respondía ante el anima mundi, que era la causa de su extraordinario sentido sinergico de las pautas. Antes pensaba que el origen de su hipersinersibilidad era el terrible impacto que había sufrido de bebé, cuando se estrelló la nave R-OG. Ahora sé que es el experimento con máser de Krupp y Decco, y la cantidad x que se multiplicó por sí misma era lo que llamo fenosen-tido, del griego fáinein, que significa «mostrarse». Era este fenosentido lo que le permitía que hechos y acontecimientos en apariencia no relacionados se manifestaran y se sinergizaran en un todo.
El anima mundi es la fuerza vital del mundo, el espíritu cósmico presente en todos los seres vivos y, a decir de algunos, también en los inanimados. Yo creo que es verdad. Una casa vieja tiene un espíritu y una personalidad propias. ¿Cuántas veces habéis visto un cuadro al que no le’ gusta su lugar en la decoración y se rebela negándose a colgar recto? ¿No llaman las sillas nuestra atención cuando pasamos a su lado?¿no nos hacen tropezar los escalones malhumorados?
Muchos de nosotros respondemos al anima y estamos fuertemente influidos por ella. Podemos reconocer algunos aspectos evidentes: el alma, las vibraciones, la psique, los efectos del clima, del día y de la noche… Sin embargo, no nos damos cuenta de que todo esto son meras facetas del anima mundi, que subyace muy por debajo y que es el sustrato, por así decirlo, de toda existencia. Rogue Winter no tenía ninguna noción de esta circunstancia, a pesar de que le afectaba más que a nadie. Vamos a poner un ejemplo de su reacción inconsciente ante las pautas subyacentes, el cual nos vino dado por la chica valona.
Una vez que Rogue estaba trabajando en Marte, se tomó una tarde libre para ir a pescar a un lago salado de la cúpula Gales. Lo habían poblado de celacantos, el llamado pez de cuatro patas, un legado del Cretácico. Winter arrojaba el cebo y lo recogía, hacia el este, para buscar los bancos de celacantos que se alimentaban de este a oeste. De repente (pensó que era un presentimiento, pensó que así sería más listo que los peces, pero en realidad era su séptimo sentido, que, de forma inconsciente, lo obligaba a responder a las órdenes del anima), de repente se giró y se puso a pescar hacia el oeste.
Después de pasarse unos minutos lanzando el sedal sin éxito, una chica apareció en la orilla solitaria del lago. Llevaba unos vaqueros cortados, nada arriba, y tenía el pelo color bronce, suelto. Cargaba con dos pesadas bolsas de compra sin ayuda del nuli-G. Las dejó en el suelo, se frotó los brazos y sonrió.
—Alio.
Rogue quedó cautivado al instante por su acento francés y se alegró de que no le mirara las cicatrices de las mejillas.
—Buenas tardes. ¿Adonde vas?
—Me alojo en una casa del pueblo de al lado. He ido a comprar el diner.
—¿De dónde eres?
—De Caliste.
—Creía que Calisto era holandés.
—¿Nunca lo has visité?
—Todavía no.
—No es todo hollandais. Es Benelux, tu comprends? Países Bajos, liélgica y Luxemburgo. Yo soy de la cúpula Valonia. ¿Estás pescando?
—Ya lo ves. ¿Quieres un pescado para diner? —Recogió el sedal y le acercó el cebo—. Escupe, que le darás suerte.
5 comentarios
Si algo caracteriza a la ciencia ficción es que sólo tiene una obligación, ser consecuente con las premisas que se van dando en el relato. Si no queremos eso, le quitamos el prefijo ciencia, y todos tan contentos. Con esto quiero decir que no hay, ni ha habido nunca, necesidad de mayor libertad ni de abrirse a nuevos temas porque nunca hubo una restricción, pero por lo que fuera no se trataron.
En cierto modo, como el western, son géneros situados en territorios de frontera, donde prácticamente cualquier premisa es aceptable, y sobre eso se puede construir un drama de introspección, una de intrigas o una de aventuras, y como en cualquier otra está feo ocultar al lector hechos o herramientas que solucionan cualquier situación planteada.
Lo que dices es cierto, pero creo que cuando en una novela de ciencia ficción aparece algún adelanto científico debe ser, cuando menos, plausible, aunque no tenga sentido. Si me quiero desplazar a más velocidad de la que permite la teoría de la relatividad tendré que tener algún invento detrás (llámese plegamiento espacio-tiempo, cuantización de fase o motor Lianov-Cherdenko). Pero en estas novelas muchos de los conceptos que aparecen son más bien mágicos con nombre científico.
Pero vamos, que no soy un talibán, que cada cual escriba lo que pueda 😉
Es que muchas novelas de supuesta ciencia ficción… son pulps de acción o fantasía puestas en la quinta luna del sistema de soles gemelos de vaya ud a saber dónde, en el que hay mucho atrezzo tecnológico, y no está mal que así sea, es sólo lo que uno espera de unas cosas u otras.
De Alfred Bester solo me he leído El hombre demolido’ que me encantó. A ver si consigo encontrar ésta por donde sea.
Yo te lo podría pasar si no lo encuentras.