Adolfo García Ortega. Verdaderas historias extraordinarias.

septiembre 4, 2020

Adolfo García Ortega, Verdaderas historias extraordinarias
Seix-Barral, 2013. 374 páginas.

Recopilación de tres libros de cuentos escritos en diferentes épocas y el último inédito. Normalmente un escritor va ganando soltura con los años, pero aquí me ha dado la impresión de que se pierde calidad por el camino.

El primer libro de cuentos, sin que me haya deslumbrado, tiene calidad. Cierto que algunos cuentos son discutibles, como el dedicado al libro ‘El loro de Flaubert’ donde el autor y amigos siguen los pasos de Barnes que a su vez seguía los del loro. Es una especie de resumen amable que, sin embargo, no aporta nada a la obra original. Muchos protagonistas de los relatos son figuras históricas y en general su lectura me fue agradable.

El segundo se centra más en la ficción y aquí ya empecé a ver relatos con una prosa tirando a mala y con un contenido infumable. Dejo un extracto de uno de ellos para que juguen por ustedes mismos. Es el típico relato de historias que se cruzan pero tan mediocre que no hay por donde cogerlo.

El tercer libro -inédito- me ha parecido muy malo. Hay un relato parecido al anterior de historias entrelazadas de dos o tres líneas que me pareció la típica historia que se le ocurre a un adolescente, no a un autor con tantos libros a sus espaldas.

Decepcionante.

Subes por la escalinata de la Delegación de Hacieml.i mirando a todos lados. Buscas un directorio. Hay uno, con letra pequeña: «Registro», «Devoluciones», «Impagadov, «Inspección-1», «Caja», «Inspección-2», «Inspectores», «Ren ta», «Pagos fraccionados»…

En el directorio no encuentras el nombre que buscas, l.i palabra clave. Tienes que preguntar.

«Vaya a Devoluciones, te dice un ordenanza, es lo más seguro.»

Confías en que no haya mucha cola en esa ventanill.i Tienes el tiempo justo. A las doce del mediodía empieza tu guardia en Urgencias. Pero no podías dejar por más tiempo este asunto. Tu declaración de renta ha sido rechazada, el Estado te ha hecho otra que no coincide en nada con la tuya.

Ante la ventanilla de Devoluciones, a esa hora, no hay nadie.

«Tiene que ser obviamente un error», le dices a Pedro, el funcionario que te atiende, mientras este, inclinado en el mostrador de la ventanilla, mira con detenimiento las dos declaraciones que le has entregado.

«Son demasiado diferentes. Si hubiera alguna cantidad que coincidiera, estaría clara la confusión, pero así, tan distintas, tiene que ser un problema informático. Puedo hacer una llamada», concluye Pedro.

«Hágala, por favor.»

Estás más tranquilo al ver que el funcionario le ha restado importancia al asunto. Pedro llama por teléfono. Da unos números a su interlocutor. Espera unos instantes, luego dice, leyendo tu declaración:

«Fernando Puente Garay.»

Vuelve a esperar. Le observas, ves su aire concentrado, su deseo de profesionalidad. Reconoces que esos segundos de silencio te crispan un poco, tienen algo de policial, como si esperases una sentencia o la liberación de un malentendido» Los embrollos con el Estado te producen temor, te sientes indefenso.

«¿Dos veces?», pregunta Pedro por el teléfono.

Nuevo silencio.

«Lo habéis hecho mal, porque no coinciden las cantidades de la declaración paralela, típico del ordenador. Ha habido casos. Tiene que ser otro Fernando Puente», dice Pedro.

Asientes al percatarte de que es tu nombre, y murmuras «Otro».

«Tacho el expediente y ya está, ¿de acuerdo? Muy bien, muy bien, adiós.»

Pedro cuelga.

«Resuelto. Su expediente ha sido tachado, era un error, ya le decía yo.»

«Sí, parecía evidente, gracias por atenderme», dices tú.

«De nada», dice el funcionario.

Sales de la Delegación y tomas un taxi en dirección al hospital. En ese momento recuerdas que habías quedado con alguien de la inmobiliaria para ver un piso en Maldonado 15, una mujer, crees que el nombre de referencia que te dio era Raquel.

Difícil retener tantas cosas, llevas vistos además muchos pisos sin que te decidas por ninguno. Esta cita se te había olvidado por completo. Lo de la declaración te tenía obsesionado. Ya es demasiado tarde, luego telefonearás a esa mujer para disculparte, según vaya la guardia. Aunque en Urgencias nunca hay tiempo.

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