Editorial Crítica, 1987. 348 páginas.
Trad. Agustín López Tobajas y María Tabuyo.
Encontrar escritores de algunos países del Reto 2008 es bastante difícil, pero en el caso de Dinamarca la elección sólo puede ser una: Hans Christian Andersen. El danés más internacional, cuyas obras han sido traducidas a más de 150 idiomas y cuyas ventas pueden competir con el otro gran best-seller mundial, la biblia.
El título de este libro me hizo suponer que tendría algún estudio o comentario sobre la vida y cuentos de Andersen, ya que tengo prácticamente todos en formato electrónico (los pueden descargar aquí: Descargar cuentos de Andersen). El prólogo demuestra bastante conocimiento sobre el autor, pero apenas ocupa una docena de páginas y se hace corto. La selección supongo que intenta combinar los cuentos más famosos con otros desconocidos:
La princesa y el guisante
Las flores de la pequeña Ida
Pulgarcita
La pequeña ondina
El traje nuevo del emperador
El firme soldado de plomo
El baúl volador
Ole Cierraojos
El ángel
El ruiseñor
El patito feo
El abeto
La Reina de las Nieves. Cuento en siete historias
El hada del saúco
La aguja de zurcir
La pastora y el deshollinador
La sombra
Historia de una madre
El cuello duro
Los cinco de una vaina de guisante
La hija del Rey del Fango
El viento cuenta la historia de Valdemar Daae y sus hijas
Los doce de la diligencia
Lo que hace el marido, bien hecho está
La musa del nuevo siglo
La mariposa
«Los fuegos fatuos están en la ciudad», dijo la destiladora del pantano
La tetera
Vaeno y Glaeno
El lisiado
Títulos como La cerillera, el soldadito de plomo, la princesa y el guisante o las habichuelas mágicas son tan clásicos como el Quijote. La moraleja de El traje nuevo del emperador sigue siendo válida en un mundo de vende humos y de tecnología 3.0. Empecé a leerlos por Abuelita (reproducido al final) un cuento poco conocido pero que me gustó tanto que me hizo suponer que tenía ante mí horas de feliz lectura. Pero no ha sido así.
Dejando de lado que en toda autor hay obras de calidad desigual, lo que menos me ha gustado es una presencia bastante asfixiante de demagogia religiosa. Y no tiene nada que ver el que yo sea ateo. En muchos cuentos de Oscar Wilde hay valores similares, pero tratados de una forma bastante diferente. Wilde recupera los valores de ternura y amor, mientras que Andersen no siente tanta compasión por sus criaturas.
El mejor ejemplo es La sirenita. Se ha criticado mucho la adaptación de Disney porque tiene un final feliz con boda incluida, mientras que en el original la pequeña ondina muere. Lo que nadie dice es que la muerte no es el final del cuento. Los seres del agua no tienen alma -por eso viven alegres y despreocupados- y la boda con el príncipe le daría una alma a la protagonista. Al no conseguir casarse parece que su destino es fatal, pero no, porque existen unas hadas aéreas que tampoco tienen alma, pero pueden ganarla haciendo buenas obras. Como la sirenita tiene buena planta, también tendrá su oportunidad de ganar un alma y encontrarse con dios. Si tengo que elegir entre los dos finales, me quedo con el de Disney.
En La cerillera encontramos algo parecido. La niña pobre muere de frío, pero el amor de su abuela, que está en el cielo, la salva llevándola al paraíso. En otra época la protagonista bien pudiera haber quemado la catedral para calentarse, y de paso robar el cepillo. Los padres de Andersen eran muy pobres, y aunque el autor dijo:
Mi vida es un hermoso cuento, variado y alegre. Si en mi juventud, cuando eché a andar por el mundo, pobre y solo, me hubiese encontrado con un hada poderosa que me hubiese propuesto: «Elige tu vida y tu destino, y después, de acuerdo a tu propia evolución y respetando los límites de lo que en este mundo se considera razonable, yo te protegeré y te guiaré», mi suerte no hubiera podido ser encauzada de manera más favorable, hábil o acertada de lo que de hecho lo ha sido. La historia de mi vida anunciará al mundo lo que ella me ha revelado a mí: que hay un Dios bondadoso que todo lo conduce para bien.
Parece que no es del todo cierto, y que siempre arrastró un cierto resentimiento:
Sin embargo, y como nos recuerda Per Olov Enquist basándose en una extensa documentación (Hans Christian Andersen y el patito feo, Ed. Doxa, Lund, 1984), lo cierto es que Andersen no nació de un huevo de cisne. Por el contrario, aquel hombre llamado Hans Christian Andersen tuvo que debatirse contra el yugo de una doble restricción: nacido en la ciénaga del subproletariado urbano a comienzos del pasado siglo, contaba entre sus antepasados con una abuela mitómana y perturbada, un abuelo, loco oficial del pueblo, otra abuela prostituta, una madre, igualmente prostituta ocasional y alcohólica inveterada y un padre zapatero, sujeto a profundas depresiones. Debe a estos antecedentes una fisonomía ingrata, un aspecto exterior que invita a la caricatura y sobre todo una mentalidad depresiva de tendencias netamente paranoicas. Lejos de ser «el cisne ignorado», H. C. Andersen es, tristemente, un patito feo y, lejos de ser «feliz», será durante toda su vida, incluso en el momento del reconocimiento y de la gloria, un ser egocéntrico, narcisista, solitario, angustiado…
El cuento del patito feo sería, pues, la historia del autor; un cisne incomprendido entre patos. La libertad que se toman algunos para cambiar los cuentos muchas vecen los mejoran. Cuando leí Lo que hace el marido bien está me pareció un alegato por el entendimiento matrimonial. Tal como lo escribió el autor hace bueno el título: aunque el marido haga una tontería, estará bien.
Que mis preferencias vayan a Wilde no le quitan a Andersen sus méritos. Miles de reediciones lo avalan. Pero si van al original, tengan cuidado. La moralina, que no la moraleja, les asaltará cuando menos se lo esperen.
Reto 2008: Dinamarca.
Escuchando: San Francisco. Rufus Wainwright.
Extracto:[-]
Abuelita
Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos. ¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa más lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita.
Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella sonríe – ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! – sí, y vuelve a sonreír. Ahora se ha marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y… abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro.
Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia.
– Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñecito.
Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se volvía más y más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; habríase dicho que lo bañaba el sol… y entonces dijeron que estaba muerta.
La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cánticos bajo su cabeza, pues ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así enterraron a abuelita.
En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente, y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la iglesia el órgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo también. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y enviando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.
4 comentarios
Hace unos años editaron una excelente recopilación de los cuentos de Andersen en cuatro volúmenes de tapa dura, hermosamente ilustados. Uno de esos volúmenes recibió un premio a la mejor ilustración infantil, concretamente el que ilustró Pablo Auladell.
Te dejo aquí la referencia.
http://www.revistababar.com/web/index.php?option=com_content&task=view&id=386&Itemid=53
Se agradece la información. Una pena que no haya ejemplos de las ilustraciones…
Oye, ¿habéis leído LA LEYENDA DE BRITANIA?, de ViaMagna.
Pues no.